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Máscaras de Halloween en una tienda de Madrid

Máscaras de Halloween, en una tienda de MadridGTRES

Vuelve Halloween, la «fiesta» invasora que amenaza la tradición

El paganismo y el ruido de la celebración importada colisiona con el carácter cristiano e íntimo de estas fechas

El cartel antihalloween que ha aparecido en Córdoba puede ser la escena del cuento, como la bella Verona de Romeo y Julieta, para el que aún sepa (aún lo saben muchos, aunque no se sabe por cuanto tiempo) qué es Verona y, sobre todo, quiénes son Romeo y Julieta. Mientras la fiesta extranjera de Halloween va arraigando en España al modo de una especie invasora en la víspera del Día de Todos los Santos, Romeo y Julieta y Shakespeare, su autor, hacen el camino contrario de desarraigo en el mundo anglosajón.

La vivencia de la fecha tiene diferentes tratamientos. Hay personas y familias para las que Halloween no significa nada. Unos la celebran por diversión y otros no. Hay otros para las que la tradición importada, mayormente por el cine, significa un conflicto. Para generaciones fue solo la película de terror de un asesino con una máscara. Los padres para los que no significa nada la celebración que sin embargo han de celebrar por «contagio» de los que la celebran sin preguntarse qué se celebra, mientras los niños ven la ocasión de divertirse disfrazándose y comiendo caramelos y dulces.

Hace un año, en este final de octubre, El Debate publicó un reportaje sobre el significado de esta importación «guiri» con respuestas mayormente contrarias e indiferentes. Uno de los puntos notables era donde se producía la colisión del cristianismo con el paganismo que representa Halloween, cuya atrezo e imaginería carnavalescos se imponía con facilidad pasmosa a la intimidad de la fe religiosa.

El párroco y escritor Jesús Sánchez Adalid explicaba que las «primeras células» empezaron a implantarse hace años en la sociedad española «entre algunos esnobs, igual que los virus se introducen en la naturaleza», una metáfora que podría extenderse a la aparición del mapache, animal originario de Norteamérica, que algunos trajeron a España como mascotas, movidos por la imagen amable de las películas, cuando en realidad se trata de una especie salvaje y agresiva, de fácil adaptación al medio, gran capacidad reproductora de difícil control, altamente invasiva, depredadora de especies autóctonas y transmisora de enfermedades.

Menuda gracia la importación del mapache por el triunfo de la ignorancia. Una ignorancia equiparable a la «tradición» que nos ocupa: salvaje y agresiva (los disfraces que abundan en la idea del mal y que dan miedo), de fácil adaptación al medio (potenciada por los adultos que celebran lo primero que les ponen delante), de gran capacidad reproductora y difícil control por la insistencia de las marcas, por ellas también altamente invasiva y, por supuesto, depredadora de festividades autóctonas y transmisora de cultos paganos más comprensibles, más asimilables sin la necesidad del esfuerzo de la educación.

Razón contra papanatismo

Uno más de los muchos intentos, uno de los primeros conocidos, de la subcultura woke de imponerse sobre los usos, costumbres culturales y creencias originales de los pueblos. El acervo de las personas, la fe de los que se rebelan (con la acción o la inacción: mediante el Holywins [la santidad vence] o la indiferencia [el mejor desprecio es no hacer aprecio, dice el refrán popular]) contra el relativismo moral, aunque sea el puntual de estas carnestolendas nocturnas, a deshora, llenas de brujas y fealdad y oscuridad, frente a los mismos santos, la belleza y la luz: el culto a la vida y no a la muerte banalizada y, por no ir tan lejos, simplemente la pervivencia de la razón, como Romeo y Julieta, frente al papanatismo.

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