
Jacques Tati, en 1955
Jacques Tati, el tenista y jugador de rugby que fue payaso de éxito y se convirtió en mítico director de cine
Se cumplen 40 años de la muerte de 'Monsieur Hulot', el nombre del álter ego genial con el que diseccionó a la sociedad francesa
El abuelo de Jacques Taticheff, el conde ruso Dimitri, fue general en el ejército imperial y trabajó como agregado militar en la embajada de París. Su padre fue enmarcador de cuadros en la capital francesa después de casarse con Claire Van Hoof, de la casa Van Hoof, de origen italiano y holandés.
Por las venas de Jacques corría sangre rusa, francesa, italiana y holandesa, y no contento con tantas identidades esenciales se buscó un álter ego aún más esencial que le convirtió en una leyenda. Un mito que podía haber sido como tenista o jugador de rugby.
Al joven Jacques, todavía Taticheff, se le daban bien todos los deportes como a las grandes estrellas del deporte que al final tuvieron que decantarse. Pero él no lo hizo, sino que fue derivando sus talentos deportivos a la pantomima que le bullía por dentro. Convirtió su poder en gags y se tomó tan en serio no tomarse en serio sus habilidades que terminó haciendo de ello un arte.
El aplauso de Colette
Impresiones deportivas fue la primera muestra de su transformación incontenible, abandonados antes los estudios, primero, y después su trabajo en el negocio familiar para empezar a actuar como cómico en los teatros. El payaso al que admiró (y escribió elogiosamente sobre él) la mismísima Colette cuando todavía era un principiante que decidió apellidarse Tati.Del cabaret al cine en pequeños papeles importantes y vuelta a los teatros. El sinuoso (relaciones y casamiento incluidos) y a pesar de ello directo camino hacia el destino final como director de las películas que ya estaban escritas desde su nacimiento en Le Pecq en 1907, aunque no lo estuvieran.
A la primera la llamó Día de Fiesta y realmente lo fue. Un éxito al que se resistieron los distribuidores franceses, los burgueses rutinarios a los que iba a retratar durante veinte años en tan solo un puñado de filmes que fueron como cientos. La catástrofe delirante que provoca el cartero Francois durante las fiestas de Saint Sévère le impulsa entre las carcajadas del público, que aún no sabe que asiste al paso de una frontera en la comedia.
El éxito internacional le llegó con su siguiente y más famosa película cuatro años después, Las vacaciones de Monsieur Hulot, de 1953, donde es por primera vez su personaje por antonomasia el que causa el desastre en una tranquila localidad de veraneo playero sin decir una palabra.
Una frescura desternillante, pero tierna y casi melancólica, que adelanta la superación en matices del personaje, la fantasía que encanta a los niños y es ajena a los adultos retratados como amables cuadros de Dorian Gray incapaces de ver en ellos la fealdad que el espectador observa entre risas. Mi Tío obtiene el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1959.
Desde la cima pasan nueve años hasta que Tati regresa con otra vuelta de tuerca. Playtime, de 1967. Un París del futuro con turistas estadounidenses y un señor Hulot, recreado en un escenario gigante, al que, además de arruinar al autor (quien sufrió problemas económicos el resto de su vida), aún le quedaba una última aventura a bordo de una caravana de diseño propio, con la que se dirige al Salón del automóvil de Ámsterdam en Tráfico, de 1971.
Las películas literalmente sonoras, el plató como un teatro y un circo con el que termina su camino en el cine el gran Jacques Tati en Zafarrancho en el Circo, de 1974, el maestro de ceremonias, el payaso original que introduce los números, para retener al público, en la nostalgia del hombre y del artista que se murió ocho años después.