Cormac McCarthy vuelve a la carretera con dos novelas «unidas» 16 años después
El Pasajero y Stella Maris (Random House) son los dos títulos que en España se publican en un mismo volumen el próximo 10 de noviembre
Cormac McCarthy dejó a sus lectores hace más de tres lustros con el corazón vapuleado al final de una carretera. Era una playa gris y fría y triste, pero con una llama de esperanza. Fue casi un poema, un canto narrativo de amor incomparable desprovisto de cualquier ornamento. Era como esa tierra apocalíptica donde solo podía crecer, o subsistir, el alma humana.
En El Pasajero aparece el mar de nuevo, como si fuera un nuevo capítulo, y también un viaje, como si fuera la misma historia que no es. Porque no asistimos a un periplo desesperanzador con final en una costa ansiada, sino que como el buceo inicial del protagonista, Bobby Western, es una excavación a las profundidades del alma humana puesta otra vez a prueba, como el avión de pruebas por el piloto de caza, de este experto explorador de la conciencia de los hombres.
Western es el mismo apellido (crepuscular) de la Alicia de Stella Maris, que no viaja (otro viaje) al País de las Maravillas, sino a través de las alucinaciones de su esquizofrenia paranoide, donde Dios o la Existencia hacen su aparición en el oleaje de las transcripciones de las sesiones de terapia, donde su hermano Bobby, El Pasajero, es casi un tabú. Bobby sabe que su hermana ha muerto, y Alicia cree que su hermano está muerto. Casi en ese espacio de creencia y realidad las oquedades de ambas historias se rellenan en un desafío sobre la idea de la muerte y, como el propio autor ha llegado a apuntar directamente, sobre el amor:
«Las cartas de su hermana ascendían a treinta y siete y aunque él se las sabía todas de memoria las leía una y otra vez. Todas salvo la última. Le había preguntado a ella si creía en otra vida y ella le contestó que no lo descartaba. Que podía ser que la hubiese. Pero que dudaba de que eso pudiera ser para ella. Si existía el cielo, ¿acaso sus cimientos no eran los sufrientes cuerpos de los condenados? Y añadió que a Dios no le interesaba nuestra teología sino solo nuestro silencio», escribe en El Pasajero. Un silencio que aparece en ese amor omnipresente y triunfante en la desesperanza McCarthyana que aquí es una análisis matemático del que resulta ese amor en Stella Maris:
«Lo que quería era ser una niña. Lo que quiero de verdad. Si tuviera un hijo entraría en su cuarto por la noche y me sentaría allí. En silencio. Le oiría respirar. Si tuviera un hijo la realidad me traería sin cuidado”. Una realidad donde también está la bomba atómica: «Y a continuación la nube de un violeta rojizo que iba inflándose poco a poco hasta formar el icónico hongo. Símbolo de una era. Aquella cosa subiendo lentamente hasta los tres mil metros. El viento de la onda expansiva era supersónico y a todos les dolieron los oídos, pero apenas un momento. Y por fin, claro está, el sonido de aquello. La pavorosa detonación seguida de un lento retumbo, el eco que barrió la ardiente campiña para extenderse a un mundo que jamás había existido a este lado del sol».
El «Proyecto Manhattan» en el que participó el padre de Bobby y Alicia, un físico. Matemáticas y Física y Literatura en un cóctel maestro: «La ciencia y la literatura tienen mucho en común. Ambas implican ejercer la curiosidad, tomar riesgos, pensar con atrevimiento y estar dispuesto a decir algo que el 90 % de la gente considerará equivocado», ha dicho el escritor que promete superar la honda sencillez de una carretera, sin ciencias que estudiar y sin letras que leer, arrasada hace más de tres lustros.