De Sabina a Maeztu: intelectuales y artistas de izquierdas que se cayeron del caballo
Un recorrido por el desencanto ideológico de representativas figuras y simpatizantes del socialismo y del comunismo, con el mayo del 68 como fundamental catalizador
El filósofo Jean-Francois Revel dijo que la única diferencia entre Hitler y Stalin era la sinceridad. Mientras el primero cumplió todo lo que dijo, el segundo ofreció la utopía que encerraba el engaño: la pobreza y la opresión del comunismo con las que se encontraron sus seducidos. Joaquín Sabina levantó una polvareda reciente al afirmar que ya no era tan de izquierdas porque tenía «ojos y oídos». Un despertar tardío, pero al fin y al cabo despertar, según aquella máxima atribuida a Churchill: «Si a los veinte años no eres comunista, es que no tienes corazón; si a los cuarenta lo sigues siendo, es que no tienes cerebro».
El maoísta Sartre definió a la izquierda, a la suya, como «ese gran cadáver caído de espaldas». Hay un desencanto de la pasión comunista como si esta fuera adolescente, aunque lo cierto es que a algunos son adolescentes hasta que les llega la vejez sin pasar por la madurez, como reconoció el propio Sabina. Otros, sin embargo, se aferran a esa «juventud» como a una operación de estética. Y a veces, no pocas, los resultados son dantescos, por lo que fueron y por lo que se empeñan en seguir siendo los que combaten de mala manera a la invencible naturaleza.
«Una época ingenua»
Es un desencanto, como el de los Panero, pero de otro tipo. Igual que el de Ramiro de Maeztu: de la desradicalización socialista gracias a la intelectualidad, al descubrimiento, al pensamiento fusilado por la izquierda en el 36. El desencanto que es el mismo título del ensayo del periodista de The Guardian, Andrew Anthony, quien vio desmoronarse todo su progresismo al mismo tiempo que se desmoronaban las torres gemelas de Nueva York. Los dogmas del antiisraelismo o del «capitalismo malvado» sepultados entre las ruinas y los hierros y los muertos salvajemente asesinados. Los ojos y los oídos de Sabina, o la experiencia de Fernando Savater: el reconocimiento de aquella adolescencia ideológica, «una época ingenua», según el filósofo, vista con los ojos del presente.
«Locuras de juventud», llamó Savater a sus experiencias en el París de los setenta donde aún bullía el mayo del 68. «El sistema comunista es un retroceso en la historia de la política, y quienes lo desean hoy para países democráticos como España son los auténticos reaccionarios de nuestro panorama social», escribió hace pocos días. «A lo único que podemos aspirar es que los males (que siempre existen) del principio no sean los males del final», dijo hace algunos días más, precisamente en la presentación de las memorias de Gabriel Albiac, otro «desencantado natural», donde en buena medida se narran esas «correrías» a las que ambos lograron sobrevivir.
El mayo del 68 sirvió para que usted sea presidente
«Correrías» e «ingenuidades» a las que el filósofo maoísta en su juventud, André Glucksmann, llamó, en el mismo sentido: Una rabieta infantil, el título de la autobiografía del hombre que en la primera década de los dos mil viró hasta pedir el voto para Nicolás Sarkozy. Buena parte de los nombres representantes del mayo del 68 acabaron siendo consejeros de los políticos convencionales del siglo XXI, como el propio Glucksmann, quien antes respondió a la afirmación de Sarkozy: «El mayo del 68 no sirvió para nada», con: «El mayo del 68 sirvió para que usted sea presidente».
De Glucksmann a Geismar, el radical de convicciones revolucionarias armamentísticas que acabó siendo asesor de Mitterrand. Un auténtico Grand National de caídas del caballo de antiguos jóvenes izquierdistas, que llegaron a un «callejón sin salida mortífero», como admitió uno de los grandes líderes del mito revolucionario occidental, Romain Goupil, quien filmó en Morir a los 30 años (1982) la mismísima muerte del sueño tras el suicidio de su compañero de idealismo, Michel Recanati. La desaparición de la esencia, el incendio que dejó rescoldos diseminados que cada cual tradujo o conservó como pudo o como quiso. Muchos de ellos para procurarse un modo de vida pleno de contradicciones.
Derecha e izquierda son categorías muertas
El marxismo y el socialismo caído, como del caballo, y el brote de revoluciones «locales» en su lugar de la actualidad que configuran la ideología woke. Dice Gabriel Albiac, uno de los grandes «viajeros», que la cuestión principal es que ya no existe la dualidad derecha-izquierda sino un «mecanismo de enmascaramiento», un ocultamiento de la realidad tras la desaparición paulatina (como la juventud, la «excitación intelectual» según Savater, que los originó) de los partidos comunistas en Francia tras el mayo del 68. Asegura Albiac que derecha e izquierda son «categorías muertas», lo cual podría decirse que hace del tránsito de posiciones ideológicas de izquierdas a posiciones ideológicas de derechas un hecho intrascendente, pero real.
«Ya no hay comunistas, ni tampoco fascistas, sino mitología de ambas», dice, y advierte del error de, por ejemplo, llamar comunista a Pablo Iglesias. Algo que considera hacerle un favor por el «prestigio» que le otorga y que no merece. El desconcierto de llamar «comunismo» a Podemos, «cuando su origen y su acción es lo más parecido al ala radical de Falange y Manuel Hedilla», afirma el filósofo y columnista de El Debate.
El totalitarismo no violento
De una manera particular, y mayormente explicativa, definió el periodista Federico Jiménez Losantos su pasado: «Yo he sido gilipollas. Es decir, yo he sido comunista». El agotamiento cuyo antídoto moderno, su reconstituyente falaz es la creación de un nuevo «enemigo creíble», afirma Albiac, como ya adelantó Adam Smith en su teoría de los sentimientos y luego firmó Laclau para constituir la maraña actual del totalitarismo no violento fundado en una colección de causas minoritarias que conforman un todo demasiado lleno, como un caballo demasiado cargado de lastre para aquellos jinetes que se hicieron mayores y ya no pudieron ni quisieron seguir cabalgando en ese absurdo y vacío vaivén.