Tarantino y la evolución 'ideológica' que estalló con 'Pulp Fiction' y se recompuso con 'Erase una vez...'
Tras su prometedor debut con Reservoir Dogs, su segunda película elevó al director a una altura que, tras una carrera posterior de ascenso paulatino, terminó superando con su última película
Cuando Quentin Tarantino hizo su aparición con aquel hallazgo pletórico de influencias que fue Reservoir Dogs, la sensación de promesa rompedora invadió el mundo del cine. Un chaval formado en un videoclub, así se vendía (y era cierto), que intercalaba el visionado de los clásicos con los otros clásicos anónimos: los de Serie B. El Kung Fu, los años 70, la música... un abanico de sensaciones entre la manufactura y la afectación, la violencia, la recuperación de viejas glorias en papeles novedosos, casi estrambóticos, el diálogo desternillante y contundente y atractivo en el desayuno de los atracadores y en el principio de todo con el que empezó una filmografía.
La sangre aguada de Tim Roth tendido moribundo en el suelo del garaje mientras un sádico le corta una oreja a un policía al ritmo de Stuck in the Middle with You. Y entre ambas cosas hay tiempo para el amor fraternal, cuando Harvey Keitel peina al agonizante como una madre a su niño para aliviarle el dolor. Después de todo eso podía esperarse más de lo mismo, quizá un retroceso por tanto acierto, por tanta inspiración, pero lo que llegó fue una explosión pulp. Una pronta culminación de la promesa que era Reservoir Dogs, como si Tarantino se hubiese saltado todos los pasos previos de una carrera para estallar sin consideración en una obra maestra nueva, hecha de retazos y de retales.
El delirio de Travolta
Casi una obra de patchwork de celuloide perfecta, condensadora de todos los aprendizajes quintaesenciados, como el mismo John Travolta, delirio de actorazo exprimido más allá de sus límites conocidos, que llevaron directamente a los cielos al genio de Tennessee. Pero lo que vino después de aquello fue la bajada a las escalones previos sobre los que sobrevoló la explosión inesperada. La escalada paulatina donde no estaba prevista la ignición de Pulp Fiction, que, nunca mejor dicho, fue un alto en el camino. Jackie Brown fue la caída acolchada, el campamento base, sobre el que se edificó la ascensión al pico Pulp Fiction, casi formado de una erupción volcánica.
Kill Bill fue una etapa doble en el camino que era una búsqueda de gloriosas sensaciones efímeras, como malditas, pero triunfadoras, fueron las sensaciones de Malditos Bastardos, que se acercaba peligrosamente a las alturas, superando acantilados, donde se convertía la limpieza casera de un coche perdido de los sesos desparramados de un chico tras disparársele por error la pistola a Travolta en una obra de arte de humor fílmico. El homenaje a los 70 de Death Proof se desvió con brillantez poco reconocida en montañas cercanas, sin retroceder en absoluto, aunque sí dando un rodeo cuyo camino recto recuperó con Django.
Hollywood, zarandeado
Un desencadenado acelerón a la cima con el último rellano, el último descansillo antes de saltar y superar al fin a Pulp Fiction con una película para quedarse a vivir en ella. Una película sobre un crimen espantoso tratado con un sentido de la justicia clinteastwoodiano y alegre, donde hasta hay una superación del diálogo característico tarantiniano en el silencio (¿el silencio de la madurez?), cuando la chica Manson, bellísima, le sonríe al maduro Brad Pitt quien reza para que ella se vuelva mientras suena Mrs. Robinson, (un silencio relativo), y ella se vuelve e irradia de la pantalla la felicidad, la salvación del hombre en el ocaso y también del mismo Hollywood, que casi treinta años después volvió a ser zarandeado en su decadencia por la sabiduría de un chaval formado en un videoclub.