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Vicente Aleixandre en 1977, el año de la concesión del Nobel

Cinco poemas cortos de Vicente Aleixandre en el aniversario de su muerte

Profesor de Derecho Mercantil tras licenciarse, empezó a publicar sus versos en la Revista de Occidente, desde donde evolucionó a maestro y mentor de poetas y, finalmente, Premio Nobel de Literatura en 1977

Su frágil salud le permitió vivir 86 años, como si fuera una hermosa promesa de longevidad hecha a sus tres hermanos muertos casi al nacer. De la Facultad de Derecho a la intimidad de la poesía no es un camino único. Casi se diría que es una carretera atascada que Vicente Aleixandre consiguió recorrer hasta el final. Amigo de los del 27, su generación, su casa de Madrid, Velintonia, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) por la Comunidad de Madrid, fue punto de encuentro poético y cultural antes y después de la guerra.

Lorca, Alberti, Cernuda, Neruda o Miguel Hernández pasaron por ella antes del conflicto, y Gil de Biedma, Bousoño, José Hierro o Luis Antonio de Villena lo hicieron después. Una suerte de condensador de fluzo lírico la casa del futuro Nobel que se dio a conocer como surrealista y alcanzada esa cumbre comenzó a «descender», como la vida, hacia lo social para volver a una suerte de neosurrealismo perfeccionado en la experiencia. Apenas unos pocos años después de iniciarse en la poesía ganó el Premio Nacional de Literatura en 1934 por La Destrucción o el Amor.

Consagración y homenajes

Sombra del Paraíso fue su consagración, el tremendismo poético que junto a Hijos de la Ira, de Dámaso Alonso, su amigo, corría en paralelo a la prosa del Pascual Duarte de Cela, cuya revista, Papeles de Son Armadans, le dedicó un homenaje igual que otras revistas de la época: la admiración imparable y creciente que se iba formando alrededor de su figura. Ingresó en la Real Academia de la Lengua en 1949 y en 1963 recibió el Premio de la Crítica por En un Vasto Dominio, galardón que repitió cinco años después por Poemas de la Consumación, la obra que fue casi el remate para la concesión del Nobel en 1977, la acreditación terrenal que, pese al honor, siempre estuvo por debajo de sus versos intangibles.

CINCO POEMAS CORTOS DE VICENTE ALEIXANDRE

  • ADOLESCENCIA

    Vinieras y te fueras dulcemente,
    de otro camino
    a otro camino. Verte,
    y ya otra vez no verte.
    Pasar por un puente a otro puente.
    El pie breve,
    la luz vencida alegre.

    Muchacho que sería yo mirando
    aguas abajo la corriente,
    y en el espejo tu pasaje
    fluir, desvanecerse.
  • VIDA

    Un pájaro de papel en el pecho
    dice que el tiempo de los besos no ha llegado;
    vivir, vivir, el sol cruje invisible,
    besos o pájaros, tarde o pronto o nunca.
    Para morir basta un ruidillo,
    el de otro corazón al callarse,
    o ese regazo ajeno que en la tierra
    es un navío dorado para los pelos rubios.
    Cabeza dolorida, sienes de oro, sol que va a ponerse;
    aquí en la sombra sueño con un río,
    juncos de verde sangre que ahora nace,
    sueño apoyado en ti calor o vida.
  • SIN FE

    Tienes ojos oscuros.
    Brillos allí que oscuridad prometen.
    Ah, cuán cierta es tu noche,
    cuán incierta mi duda.
    Miro al fondo la luz, y creo a solas.

    A solas pues que existes.
    Existir es vivir con ciencia a ciegas.
    Pues oscura te acercas
    y en mis ojos más luces
    siéntense sin mirar que en ellos brillen.

    No brillan, pues supieron.
    saber es alentar con los ojos abiertos.
    ¿Dudar...? Quien duda existe. Sólo morir es ciencia.
  • EL OLVIDO

    ​No es tu final como una copa vana
    que hay que apurar. Arroja el casco, y muere.

    Por eso lentamente levantas en tu mano
    un brillo o su mención, y arden tus dedos,
    como una nieve súbita.
    Está y no estuvo, pero estuvo y calla.
    El frío quema y en tus ojos nace
    su memoria. Recordar es obsceno,
    peor: es triste. Olvidar es morir.

    Con dignidad murió. Su sombra cruza.
  • REPOSO

    Una tristeza del tamaño de un pájaro.
    Un aro limpio, una oquedad, un siglo.
    Este pasar despacio sin sonido,
    esperando el gemido de lo oscuro.
    Oh tú, mármol de carne soberana.
    Resplandor que traspasas los encantos,
    partiendo en dos la piedra derribada.
    Oh sangre, oh sangre, oh ese reloj que pulsa
    los cardos cuando crecen, cuando arañan
    las gargantas partidas por el beso.

    Oh esa luz sin espinas que acaricia
    la postrer ignorancia que es la muerte.