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Activistas climáticos con Greta Thunberg a la cabeza en Suiza

Activistas climáticos con Greta Thunberg a la cabeza en SuizaAFP

El Debate de las Ideas

Ecoactivistas: el conformismo de los adeptos de la secta climática

No son más que dóciles alumnos, rebeldes conformistas que repiten como loros las consignas lanzadas desde el poder

Es el último grito. Súper viral. Un bombazo en redes sociales, por no hablar de las miradas cómplices y las palmaditas en la espalda de tus colegas. Hay que salvar el planeta y para ello, nos quieren hacer creer, lo más eficaz es dar un golpe mediático que haga tomar conciencia a la humanidad de la gravedad del asunto.

Empezaron cortando carreteras (y exponiéndose a la ira de los conductores, aún poco concienciados) y pegándose con «superglue» en concesionarios de coches, pero cuando los de Volkswagen los dejaron allí, pegados junto a esas monstruosas aberraciones contaminantes durante 24 horas (sin comida, calefacción, ni poder ir al baño), los muchachos de Extinction Rebellion o Just Stop Oil cambiaron de estrategia y se lanzaron, con furor fanático, a lanzar botes de salsa de tomate a conocidos cuadros expuestos en venerables museos. Klimt, Vermeer, Van Gogh o Monet forman ya parte de la prestigiosa lista de cuadros que han sufrido el ataque de estos ecoactivistas.

¿Qué hay detrás de estas acciones? Para muchos no son más que las acciones frívolas de adolescentes enajenados, un ataque a nuestra cultura y civilización. No tan rápido, advierte Emmet Penney desde la revista norteamericana Compact Magazine: «la aparente postura antiartística de estos activistas se alinea de hecho con los valores dominantes en las principales instituciones del arte y la cultura occidentales, que hace tiempo abrazaron los antaño escandalosos valores de la vanguardia, mercantilizada y desprovista ahora de cualquier horizonte utópico. El nihilismo sin futuro del mundo artístico de élite coincide en gran medida con el de Just Stop Oil».

De hecho, resulta muy significativa la selección de objetivos: nunca un ataque contra pinturas abstractas o conceptuales, sino siempre contra reconocidas pinturas del mejor arte figurativo, de esas que les gustan a tus padres. Como si fueran niños consentidos, los ecoactivistas atacan los cuadros preferidos de sus papis, como si quisieran espetarles: «mirad lo que me habéis obligado a hacer por culpa de vuestro estilo de vida poco sostenible».

En cualquier caso, aunque es poco probable que los ecoactivistas de la salsa de tomate lo hayan leído, lo cierto es que bien podrían haberse inspirado en lo que Malevich escribió en 1919, en plena guerra civil rusa, cuando las obras de arte de tantos museos se vieron amenazadas de destrucción: «La vida sabe lo que hace y si se esfuerza por destruir, no hay que interferir, ya que al obstaculizarla estamos bloqueando el camino a una nueva concepción de la vida que nace en nosotros». Así que apartaros si no queréis que os arrollemos.

¿Pero realmente son estos activistas heroicos combatientes, adalides de un nuevo futuro? Eso es lo que les gustaría hacernos creer… pero la realidad es que a duras penas consiguen disimular su mediocridad y conformismo. Es lo que señala el francés Bertrand Alliot, portavoz de Action Écologie, desde las páginas de Le Figaro: «Estos rebeldes de cartón piedra, estos «Jean Moulins» (célebre líder de la Resistencia francesa) de carnaval, nos los hemos merecido. No pasa un día sin que el diagnóstico de un apocalipsis ecológico sea repetido por todos los biempensantes: en las escuelas, las empresas, las universidades, las ONG y por supuesto por parte del gobierno... Por miedo, convicción, oportunismo o mimetismo, hacen grabar por todos sitios en letras doradas el gran anuncio de la llegada inminente de la catástrofe: en los libros de texto escolares, en los telediarios, en las portadas de las revistas. La ministra francesa de Transición Energética, Agnès Panier-Runacher, declaraba recientemente «nuestro objetivo es salvar a los humanos que hay en el planeta»». Por ambición que no quede.

En realidad, los ecoactivistas no son más que dóciles alumnos, rebeldes conformistas que repiten como loros las consignas lanzadas desde el poder. Es el mismo Alliot quien recuerda que «la catástrofe está lejos de ser cierta y cada día son más numerosos los especialistas que cuestionan la hipótesis del apocalipsis climático. Björn Lomborg, Michael Shellenberger, Steven E. Koonin se encuentran entre esos ecologistas «tranquilizadores» de los que los biempensantes no hablan. Son ellos quienes denuncian el absurdo y la inutilidad de las políticas llevadas a cabo en nombre del clima y sus innumerables efectos perversos. Al mismo tiempo, señalan los recursos adaptativos de los que están dotadas las sociedades humanas. Olivier Postel-Vinay, digno descendiente de Emmanuel Leroy Ladurie, también lo recuerda en su último libro Sapiens et le Climat. Lejos de toda polémica, relata las peripecias del hombre ante el perpetuo cambio climático... En otras palabras, «la especie humana ya ha pasado por esto».

Pero los ecoactivistas, presos del pánico ante la inminente catástrofe, no están dispuestos a escuchar ninguna argumentación que se salga del marco del apocalipsis climático. El debate racional queda descartado ante lo que cada día se parece más a una secta apocalíptica. Es lo que denuncia el inglés Tom Slater, editor de Spiked: «su despreocupado desprecio por los detalles nos recuerda que a estas personas realmente no les importa nada el cambio climático. Están histéricos con el cambio climático. Son apocalípticos del cambio climático. No salen a las calles, carreteras y galerías de arte porque estén convencidos de una visión científica particular con respecto al medio ambiente y piensen que realmente se debería hacer algo al respecto. Están atrapados en una narrativa cargada de pesimismo que insiste en que literalmente miles de millones morirán en poco tiempo y que los veinteañeros de hoy no llegarán a viejos debido a nuestro maldito deseo de vivir una vida cómoda y libre».

Recordando las consignas agresivas y delirantes, el desprecio a los demás implícito en los cortes de carreteras, el lanzamiento de salsa de tomate a grandes obras de arte, Slater concluye: «todo se ha vuelto bastante visceral, iconoclasta, escatológico. En una palabra, todo se ha vuelto bastante espeluznante. Estos no son actos de manifestantes orientados al futuro, deseosos de dar forma y cambiar el mundo, sino de miembros de una secta convencidos de que el día del juicio final está ya aquí».

Quizás se entendería mejor esta delirante actitud si prestásemos atención a la Advertencia a los jóvenes que se enfrentan a la aniquilación, la enloquecida diatriba escrita por Roger Hallam, cofundador de Extinción Rebelión y cerebro gris tras Just Stop Oil, donde explica que 6.000 millones de personas (de las aproximadamente 8.000 actuales) morirán en lo que queda de siglo por culpa del cambio climático y sus consecuencias.

Si realmente fuera verdad, habría que actuar sin contemplaciones. Así se entiende la mentalidad de los seguidores de esta secta climática, que creen a pie juntillas lo que estos peligrosos ecogurús proclaman. En palabras de Slater: «¿Por qué bloquear las carreteras? ¿Por qué fastidiar a la gente normal? ¿Por qué arriesgarse a dañar una obra de arte de valor incalculable? Todo comienza a tener un poco más de sentido cuando entiendes la cosmovisión sombría y extraña de los miembros de esta secta. Si realmente crees en este sinsentido, que estamos a las puertas del apocalipsis, entonces seguramente casi cualquier cosa que pueda despertar a las «ovejas» está justificada. E incluso si estos sectarios están condenados al fracaso, incluso si «todos estamos jodidos y todos vamos a morir», como le gusta decir a Hallam, bueno, «al menos lo habremos intentado».

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