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Münch pintó cuatro variaciones de El Grito en 1893

Así pintó Münch la ansiedad, el mayor problema del siglo XXI

Cuando los nazis invadieron Noruega, varios coleccionistas escondieron obras del pintor, que por entonces tenía 73 años, y evitaron su incautación como «arte degenerado»

«Enfermedad, locura y muerte fueron los tres ángeles que velaron mi cuna», escribió Edvard Münch justo antes de morir a los 80 años. Así había sido su vida, llena de desgracias personales y profesionales. Nació en Noruega el 12 de septiembre de 1863, y se enfrentó desde su infancia a la prematura muerte por tuberculosis de su madre y su hermana. Su padre entró en una grave depresión que también afectó al joven Edvard, lo que se reflejó en su obra junto a otras temáticas como la muerte, la salud mental, el sexo y las mujeres. Su arte se convirtió en puro simbolismo personal.

Estaba obsesionado con los autorretratos, lo que probablemente se asocie a un cuadro de bipolaridad

Estudió Ingeniería en Christiana (actual Oslo), pero no dejó de perseguir su sueño de ser pintor. El joven ingeniero no sabía por entonces que su arte sería la influencia más importante del expresionismo germánico que vino después. En 1881 se matriculó en la escuela de arte Tegneskole y en 1889 obtuvo una beca para estudiar en París. En su primer viaje observó las obras de expresionistas, impresionistas y románticos. Es por ello que asociará diferentes pigmentos a estados de ánimo y utilizará su trazo, igual que Rodin es sus esculturas, para mostrar el interior del alma humana. En París conoció la pintura de Paul Gauguin y Toulouse Lautrec, con los que compartió afición por el alcohol, que le acompañaría desde entonces. También conoció el amor gracias a Emilie Thaulow, pero su vida sentimental estuvo marcada por la relación con una mujer casada en un entorno en el que el matrimonio era una institución.

Gólgota (1900)

El estilo de vida que llevó durante aquellos años no duró demasiado y en 1892 se marchó a Berlín, donde frecuentó círculos artísticos y la famosa taberna Zum Schwarzen Ferkel. En Alemania organizó varias exposiciones de sus cuadros, aunque con poco éxito. A pesar de todo, es en este momento en el que Münch pintó El Grito, su obra más famosa. La idea se le ocurrió tras ver en un museo una momia peruana, aunque el simbolismo del hombre que se tapa los oídos refleja la desesperación propia de un artista con serios problemas de salud mental. Tanto es así que en 1908 fue internado en un sanatorio para tratar su ansiedad que le provocaba alucinaciones y sentimientos de persecución. Además, él era consciente porque según escribió «estaba al borde de la locura» en aquel momento.

Su arte es reflejo en parte de su estado psicológico, porque pintó unos 50 autorretratos. Estaba obsesionado con ellos, lo que probablemente se asocie a un cuadro de bipolaridad. Por suerte en 1909 consiguió recuperarse y decidió marcharse a Noruega, donde pintó varios retratos de amigos siguiendo el consejo de su médico Daniel Jacobson, que le había recomendado dejar de beber y rodearse de buenos amigos. Fue un momento alegre para él porque su arte empezó a ser conocido, los mecenas y museos de Noruega empezaron a comprar sus cuadros.

Edvard Münch

Con la llegada de Hitler al poder, su pintura fue repudiada y sus obras retiradas de las galerías de Alemania; tras la invasión de Noruega en 1940 sucedió lo mismo. Los nazis consideraban que la pintura de Münch era propia de un desequilibrado, de un trastornado, y podía perturbar a los visitantes de los museos. El artista no quiso saber nada de todo aquello y se retiró a un pueblo alejado de todo para vivir tranquilo hasta su muerte, el 23 de enero de 1944. Tras de sí dejó un legado que pocos comprendieron, pero marcó el futuro artístico de Alemania. Además, tuvo que vivir en un contexto histórico extremadamente violento, no por las guerras sino por la discusión intelectual y social que existió en su comunidad entre creyentes puritanos y la burguesía más desarraigada.

La mirada de Münch era diferente, su filosofía según sus propias palabras, era la de «pintar algo como lo ves, sin pintar los detalles», que distorsionan la esencial última de ese individuo retratado. Por eso se centró en las sombras porque es lo primero que capta el ser humano. El color fue el pilar de su pintura y junto a los trazos lo utilizó para desdibujar lo que expresó, sintió y padeció. Reconoció una manera distinta de ver el mundo, de comprenderlo e interpretarlo.