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Mario Vargas Llosa se hace «inmortal» en el cielo de las letras francesas

El Nobel es el primer autor que no escribe en la lengua de Flaubert, en ingresar en la Academia de los cuarenta sillones fundada por el cardenal Richelieu

Bajaban los Inmortales a ritmo de tambor a sus lugares celestiales en el Instituto de Francia. Casi de sopetón, Mario Vargas Llosa (la cabellera blanca engominada hacia atrás, el abundante flequillo domado y la levita con hojas de olivo bordadas sobre los hombros) comenzó a leer su discurso.

Toda la familia sonriente y orgullosa, como el Rey Juan Carlos y la Infanta Cristina, invitados del protagonista, parecían acudir a la graduación de un alumno, pero era la graduación de un maestro entre los rostros severos, casi de una corte dieciochesca (caras blancas con lunas pintado, incluso) de los académicos de los que se burlaba Cyrano de Bergerac.

Mario Vargas Llosa en la Academia FrancesaAFP

El honor que es el último boom, precisamente del boom latinoamericano que conquista el mundo en la figura del escritor de Lima. «Cuando era niño, la cultura francesa era soberana en toda América Latina y Perú. 'Soberana' significa que los artistas e intelectuales la consideraron la más original y coherente, y la gente frívola también la adoró cuando vio en ella la consagración de sus sueños, ese viaje a París que, desde un punto de vista artístico, literario y sensual, era la capital del mundo. Y no, ninguna otra ciudad podría haber disputado su corona».

Nada se ha inventado hasta ahora como la novela para mantener vivo el sueño de una sociedad mejor

La misma corona que lucía el nuevo académico de Francia y el mismo niño que en otra academia, la militar de Lima, solo soñaba con vivir en una buhardilla de París. «La novela salvará a la democracia o se sepultará con ella y desaparecerá». Palabras mayores que recitaba el autor de Los Cachorros. «La infeliz Ucrania» tuvo cabida junto al inevitable Flaubert y la Madame Bovary de sus amores: «Lo leí y releí todo, de principio a fin, quiero decir, estudié sus novelas y sus cuentos y su correspondencia», y junto a Stendhal, Zola, Balzac o Alejandro Dumas.

Vargas Llosa durante la lectura de su discurso

«Nada se ha inventado hasta ahora como la novela para mantener vivo el sueño de una sociedad mejor», dijo. Y habló de Cervantes y de los suyos, de los americanos, de Cortázar, de su antiguo amigo y enemigo García Márquez, y de la vida que «sin literatura sería horrible, siniestra, una rutina intolerable», como del descubrimiento de otra América Latina, la de las guerrillas y el subdesarrollo. Todo bajo la Coupole (la cúpula) de la institución en la que al término del discurso, como al principio, tomó la palabra Daniel Rondeau, el impulsor del honor al escritor peruano y español, el primer Nobel académico, el único mayor de 75 años, el único de muchas cosas.

Los libros permiten algunos excesos que, en la vida, serían inadmisibles

«La vida debería ser como en los libros: plena libertad en todo y para todos, aunque los libros permiten algunos excesos que, en la vida, serían inadmisibles...», así culminó sus palabras y entre las letras sobrevolaban, como los jedi que miraban desde el más allá a Luke Skywalker, Rimbaud y Valéry o Breton. Rondeau, el académico y devoto de Vargas Llosa, que llegó a sacar en medio de la pompa un banderín del colegio militar Leoncio Prado, donde el homenajeado soñaba con el romanticismo entre la disciplina. Se rieron el nuevo académico y los presentes con el detalle de aprecio y «gran alegría», el «exceso» en el discurso largo, citador afectuoso y admirado de Rondeau, que terminó ganando la apuesta de convertir a Mario Vargas Llosa en inmortal.