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El profesor y escritor David Jiménez Torres

Entrevista | Autor de La Palabra Ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019)

David Jiménez Torres: «La decadencia del intelectual es como la decadencia de Occidente, que se repite década tras década»

El profesor de Teorías y Geografía Políticas de la Universidad Complutense y columnista de El Mundo publica el ensayo La Palabra Ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019)

David Jiménez Torres nació en Madrid en 1986 y, en el ínterin hasta escribir La Palabra Ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019) (Taurus), pasó por Cambridge no precisamente como Irene Montero por Harvard, sino para doctorarse en Estudios Hispánicos. Desde los 15 años estudió fuera de España y acabó en el Reino Unido (después de graduarse en Estados Unidos), siguiendo los pasos de la profesora Alison Sinclair, quien acabó dirigiendo su tesis. Consiguió una plaza en la Universidad de Manchester antes de volver a España con Ramiro de Maeztu en la cabeza. Maeztu hablaba mucho sobre el «intelectual», esa nueva palabra surgida a finales del XIX, y como Maeztu estaba en la cabeza de David Jiménez Torres (autor, además, del ensayo El Mal dormir, entre otros, o de la novela Cambridge en Mitad de la Noche), también el «intelectual» se le metió dentro: el intelectual del XIX y del XX y del XXI y toda la complejidad de los siglos en el término del que Foucault dijo que no sabía lo que era.

–¿La polisemia de «intelectual» hace que la palabra corra peor suerte ahora, entre tanto populismo, o es una cuestión antigua?

–Yo creo que es algo antiguo y casi irreductible. Creo que la palabra en sí y el concepto es irreductiblemente polisémico. Al respecto de los populismos, cuando el franquismo convirtió en una parte importante de su discurso de auto legitimación la crítica a los intelectuales seguía sin quedar muy claro exactamente qué era un intelectual para el propio franquismo. No quedaba muy claro que hablaban de grupos concretos, que hablaban de la Institución Libre de Enseñanza. Hablaban de los republicanos que habían estado en las Cortes Constituyentes en el 31. Pero ¿por qué les llamaban intelectuales en vez de llamarles sencillamente los de la ILE o los de Azaña o Negrín? Eso seguía sin quedar muy claro. Y lo mismo en la dictadura de Primo de Rivera y durante la República.

–Hay una escena de una película, o de un libro, no recuerdo ahora mismo qué era, en la que aparece una hombre importante y dos hombres humildes que le miran, y uno de los dos dice por lo bajo: “¡Es un intelectual!, y el otro asiente boquiabierto, como sabiendo la cosa grandiosa que es ser un intelectual, sin realmente saber qué es.

–Eso es lo que dice una cita de Antonio Machado, que me gusta mucho: «Hoy todos queremos ser intelectuales». Es un poco como no ser nada, precisamente por la polisemia. He leído muchos libros sobre intelectuales y en ellos se hablaba de lo que han dicho los intelectuales sobre los intelectuales. A mí lo que me interesaba era intentar recoger usos lingüísticos más amplios e incluso más populares. Me parece importante que personajes como los que acabas de comentar, gente que ven que no son parte de la élite cultural en su momento escucha esta palabra y piensa algo. Tenemos la idea de que el intelectual es alguien interesado por los libros o por la cultura en un grupo de amigos donde también está el deportista o el seductor. Son arquetipos. Esos grupos de amigos a lo mejor no saben quién es Ortega o quién es Unamuno, pero sí que conocen al intelectual del pueblo o al intelectual del barrio, y sí tienen ciertas ideas sobre quién es y cómo es.

Marañón dijo que la mujer intelectual «es poco mujer». Y claro, es escandaloso, pero, más allá del escándalo, revela mucho acerca de las connotaciones de la palabra en aquellos años

–Al intelectual se le ha llegado a llamar, lo cita en su libro, «neurasténicos y degenerados». Su ambigüedad y su polisemia llevan a la palabra de un extremo a otro, a los extremismos. ¿Quizá por eso los mismos que hoy consideramos intelectuales evitaban definirse como tal?

–Yo creo que aquí se juntan varias paradojas. Yo no intento resolverlas, sino mostrarlas. Se han dicho verdaderas atrocidades de los intelectuales. Se les culpaba de haber traído la guerra civil. Es la paradoja de algo que no sabemos lo que es y sin embargo genera muchas pasiones y que tampoco es necesariamente exclusivo del «intelectual». La palabra «libertad» también es notablemente polisémica y no sé si ambigua, pero desde luego polisémica. Y también ha generado muchísimas pasiones. En este sentido hablamos más bien de conceptos, mientras que aquí en teoría estamos hablando de ciertos individuos o de ciertos grupos. Creo que, efectivamente, como señala, es en parte porque el discurso anti intelectual es tan fuerte y es tan antiguo como la palabra misma. Una palabra a la que desde el primer momento se le da un uso crítico.

–Era Marañón el que hablaba de la mujer intelectual como de una desviación…

–Creo que la cita exacta de Marañón era que la mujer intelectual «es poco mujer» y además dice que esto se nota en la atracción que ejerce sobre el hombre. Y claro, es escandaloso. Pero más allá del escándalo, revela mucho acerca de las connotaciones de la palabra en los años de los que estamos hablando, una época muy vinculada a los movimientos por los derechos de las mujeres. Maeztu, cuando está en Londres, escribe mucho sobre el movimiento sufragista que en aquel momento casi se ve como una excentricidad británica. Y cuando escribe sobre las sufragistas, constantemente habla de ellas como intelectuales y dice que su intelectualidad al mismo tiempo explica su poca feminidad. E incluso tiene también otra cosa escandalosa cuando dice que son mujeres que se meten en política porque como no tienen a nadie que las corteje. Si no tienen novios, no tienen amantes y no tienen maridos, pues tienen que entretenerse con algo que hacer. Me resultó muy llamativo. Me puse a buscar los obituarios de la muerte de Emilia Pardo Bazán, quizá la mayor intelectual de las mujeres intelectuales españolas, y ninguno de ellos se refería a ella como intelectual. En un primer momento pensé que era una falta de respeto, pero luego me di cuenta de que realmente esta gente pensaba que le estaba haciendo un favor porque todos los obituarios eran muy elogiosos y la palabra intelectual tenía unas connotaciones tan negativas proyectadas sobre la mujer que creo que los que escribían el obituario pensaban que si la llamaban intelectual la estaban haciendo de menos.

Cubierta de 'La Palabra Ambigua. Los intelectuales en España' (1889-2019)

–Un paradigma que cambió absolutamente medio siglo después. Por ejemplo, hace referencia a que Luis María Ansón llamó intelectual a Isabel San Sebastián ya como un elogio.

–El cambio absoluto de paradigma es un poco la historia de la palabra intelectual. Un constante cambio de su sentido. Incluso desde el punto de vista ideológico y no solo desde el de las costumbres. Ha señalado una de las cosas más importantes, y es que a partir de los 80 y 90 esta palabra pierde su carga peyorativa cuando se proyecta sobre mujeres. Y además encontramos a muchas mujeres que hablan de sí mismas como intelectuales y además de una manera desenfadada y completamente natural. Y eso es un cambio enorme.

–Otro personaje importante de esta historia es el «antiintelectual».

–El discurso antiintelectual es la idea de que el intelectual es alguien que pontifica mucho sobre la realidad sin saber realmente nada, o que sueña grandes cambios, grandes transformaciones sociales, sin tener en cuenta sus problemas de aplicación práctica. Alguien que sueña mucho y está poco apegado a la realidad. Eso es algo que se decía en los años de Primo de Rivera. Y se sigue diciendo hoy. Sobre todo, los estereotipos negativos sobre el intelectual. A mí me ha sorprendido la increíble pervivencia que tienen hoy en día.

–Esto también lo decía la izquierda, La Pasionaria, que se quejaba de la falta de activismo de los intelectuales.

–Sí, esto me da pie a decir algo que creo que es importante. El franquismo fue antiintelectual, pero en el mundo obrero, en el de las fábricas, siempre hubo mucha crítica y mucha sospecha de los intelectuales, de que era gente que venía a estropear el socialismo. Lo dice Largo Caballero: «El mundo del socialismo no es el de las universidades, sino el de las fábricas». Es la cosa no solo de sospechar de los que no son obreros, sino sospechar que los intelectuales pueden ser demasiado libres, que pueden no obedecer las órdenes del partido. Y eso, evidentemente, en la estructura del Partido Comunista era algo fundamental. Así que ahí, además de la sospecha de frivolidad, estaba la sospecha de que no formarían parte del engranaje del partido o no obedecerían órdenes.

En las izquierdas se cree que los intelectuales están con las derechas y las derechas creen que están con las izquierdas

–¿Por qué se sigue arrojando la palabra «intelectual»?

–En el libro recojo momentos, como cuando en el proyecto de la Ley Corcuera, durante el gobierno de Felipe González, la famosa «ley de la patada en la puerta». Hay ministros socialistas que hablan de una manera relativamente crítica de los intelectuales. Y utilizan el tópico de que son muy idealistas, pero no entienden cómo funciona el mundo real. También que son muy exquisitos. Incluso Jordi Solé i Tura, considerado un intelectual, hace unas declaraciones bastante críticas. Pero cuando tienen que defender la ley activan todos estos estereotipos negativos de los intelectuales. Y luego vemos como cala en los años 15 de este siglo la idea de que la gran traición de los intelectuales españoles ha sido hacerse de derechas. En las izquierdas se cree que están con las derechas y las derechas creen que los intelectuales están con las izquierdas.

–Se habla de La Desfachatez Intelectual, de Sánchez-Cuenca.

–Es justo este discurso que surge alrededor de 2012-2013 que a mí me resulta muy curioso y por eso le dedico unas cuantas páginas en el libro, donde se viene a decir que los intelectuales han tenido alguna responsabilidad en la llegada de la crisis. En la llegada de la crisis económica e institucional o en haber tolerado la corrupción en los años de la aparente bonanza de la burbuja inmobiliaria. Me resulta curioso por dos motivos, el primero que este discurso viene cuando ya se lleva diciendo desde hacía 50 años que el intelectual está en declive o que era prácticamente inexistente. Y se pasa a decir que en los 80 y 90 los intelectuales ya no son importantes. Y luego que no solo no son importantes, sino que además han sido corresponsables de haber traído la mayor crisis a la que se ha enfrentado España en varias décadas, cuando lo primero sería culpar a los economistas o a los que dirigen los bancos centrales… Aquí volvemos a otra cosa interesante, que son los intelectuales como chivo expiatorio, algo que vuelve con la crisis de 2008.

Es mucho más fácil ver a los intelectuales en el pasado que en el presente. Nunca tenemos muy claro qué voces van a perdurar y cuáles van a desaparecer

–Se produce la muerte del intelectual. ¿El intelectual ha resucitado? ¿En qué situación se encuentra ahora?

–Yo creo que la decadencia del intelectual es como la decadencia de Occidente. Esta cosa que nos gusta decir porque nos ponemos muy campanudos y suena como que estamos diciendo algo importante y que creo que realmente se repite década tras década. Y bueno, si se repite década tras década, pues quizá no es difícil que una civilización se pase cien años decayendo y sin embargo siga siendo el lugar más rico del mundo. Creo que con los intelectuales ocurre algo parecido. No estamos hablando de médicos, por ejemplo, o de una categoría que sea fácil de acotar. También es mucho más fácil ver a los intelectuales en el pasado que en el presente. Nunca tenemos muy claro qué voces van a perdurar y cuáles van a desaparecer con la espuma de los días. El pasado siempre está mucho más ordenado, es más limpio. Es más fácil ver qué figuras influyeron realmente y cuáles no, o a cuáles de sus obras o de sus posicionamientos les otorgamos relevancia y a cuáles no. Yo creo que dentro de treinta años tendremos una idea mucho más clara de cómo eran los intelectuales hoy.

–Trae a Foucault al final del libro, quien dice que él sabe qué es un hombre que escribe o un hombre que piensa, pero no sabe lo que es un intelectual: el intelectual diciendo que no sabe lo que es un intelectual. Es casi una conclusión perfecta.

–Es una cita maravillosa. Y se publicó ochenta años después de que Ortega hablara de la palabra ambigua, con lo cual también demuestra esto qué es ambigüedad. Habían pasado ochenta años y seguía vigente como el dinosaurio de Monterroso, que todavía estaba allí.