Fundado en 1910

El padre Ayala acompañado entre otros por Fernando Martín Sánchez-Juliá que fue presidente de la ACdP

El Debate de las Ideas

El cofre del tesoro: «Formación de selectos» de Ángel Ayala, S.J.

Siempre afirmó que en la obra evangelizadora había que atender a todos, pero que debe prestarse atención singular a cuantos tienen «dotes y capacidad para ocupar puestos de regiduría y servicio abnegado a los demás»

El padre Ayala fue un precursor y un realizador. Baste citar algunas de sus fecundas fundaciones: el ICAI y el Colegio de Areneros, la Congregación Mariana de los Luises, el Seminario Menor de San Ignacio, la Congregación Misionera del Sagrado Corazón, las Escuelas Profesionales Labor y la Asociación Católica de Propagandistas y su espléndido grupo de obras (entre ellas se encuentra este diario que están ustedes leyendo).

Suele ser desconocido en general por nuevas generaciones e incluso a veces infravalorado por los que no saben distinguir lo coyuntural de lo que tiene perpetua validez. Desde luego es hijo de su tiempo y responde a las circunstancias de la época que vivió, pero posee un indudable núcleo de sustancia permanente.

Como él mismo decía: «yo no quiero ser hombre de muchos libros, sino de pocos, buenos y asiduamente leídos y pensados y estudiados… Lo que yo sé de bibliotecas es que hay en el mundo una inmensa verborrea y una inmensa 'escritorrea'; y una anemia inmensa de acción para el bien del prójimo desamparado». El mayor experto en su obra, José Luis Gutiérrez, subrayaba algunas notas definitorias de su estilo: claridad, sencillez y brevedad; escritura siempre al dictado de la experiencia de la vida y con la vista fija en el aprovechamiento de los lectores; y por último se trata de un escritor tardío, pues toda su obra se redactó en su edad madura incluso lindando con la vejez.

Muestra de ello es su obra más conocida, Formación de selectos. Siempre afirmó que en la obra evangelizadora había que atender a todos, pero que debe prestarse atención singular a cuantos tienen «dotes y capacidad para ocupar puestos de regiduría y servicio abnegado a los demás». El sentido de selecto para Ayala viene dado por la finalidad: servicio, entrega, y dedicación al bien común. Para integrar estos grupos, Ayala prefería sujetos con sentido de lo real (mucho más amplio que el sentido común), ya hechos y a ser posible ocupados, rechazando a cuantos vivían de la mera imagen dada por la publicidad.

Si aún dudan sobre si conviene leerlo (o releerlo), aquí van algunos fragmentos para ir abriendo boca:

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El buen gobierno. No hay satisfacción con carga excesiva. Aunque un superior fuera el ideal de la autoridad, el gobierno sería insoportable si el trabajo no puede llevarse humanamente. El trabajo inhumano agobia el cuerpo y el alma y hace insufrible la ocupación. más gustosa. De modo que si la carga no depende del que manda, él no se hará odioso, pero la vida sí.

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¡Ay del que no conoce a los chismosos y los escucha! El que gobierna ha de tener la confianza de arriba y no ser avisado a cada paso por chismes de díscolos y neurasténicos. Lo que procede es, o quitarle el gobierno, si lo hace mal, o, si se juzga que es apto, defender su autoridad.

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Es notable el hecho de que, siendo tan extraordinaria la trascendencia de la formación de los hombres de mérito, sean tan contados los que se consagran a ella. Las causas de esta conducta, a nuestro parecer, son dos: que no se reflexiona suficientemente sobre este problema y que es más difícil formar sobresalientes que educar vulgares; porque es obra más lenta y se necesitan hombres formados para educarlos.

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Es notable la relación entre la santidad y el sentido común. Todos los santos tuvieron sentido común: lo que parece demostrar claramente la influencia de la virtud en el buen juicio. Y así es; porque el buen juicio no es solo el resultado de una visión natural acertada, sino que influyen en ella la moderación de las pasiones, la prudencia, la sinceridad, el pensar maduramente las cosas. Los santos hablaban poco, pensaban mucho y hacían las cosas después de mucha consideración.

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Pidamos consejo. El hecho de que un hombre no lo pida de ordinario, revela que no tiene juicio. Cuanto más talento tenga un hombre, más debe oír el consejo de otro. Porque el talento engríe y hace creer que se sabe todo. Y, por lo tanto, expone al error en muchas cosas que el hombre de talento no sabe. Porque tener talento no es tener sabiduría.

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¿Por qué la conciencia del valer propio ha de ser soberbia, si se ajusta a la realidad? Es una verdad como otra cualquiera. El auxilio de Dios y la fe en su Providencia y en su poder quedan descartados y supuestos, aunque un católico tenga conciencia de su valer. ¡No faltaba más! Esta seguridad moral de que se ha de vencer los obstáculos es condición precisa para trabajar con entusiasmo y perseverar con constancia. Y se deriva de la comparación entre las dificultades que se ofrecen y las cualidades propias en orden a superarlas.

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Amor al ideal. En la mayoría de los casos, no llevamos a término las obras buenas no por falta de visión de su excelencia, ni de visión de los medios necesarios para lograrla, sino por temor a las dificultades. Es que amamos el bien muy tibiamente.

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El pesimismo entristece, enerva, es desconfiado, acobarda, es inhumano, es irracional. La consideración del estado del mundo, ciertamente nada halagüeño, no es motivo para fundar en él un pesimismo desalentador. ¿Acaso cuando vino Cristo a la tierra era el mundo mejor que ahora?

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Hay un tipo de sujetos al que se puede llamar el «hombre-dificultades». Es molestísimo y hay que dejarle en paz, que no haga nada, que es, en último término, lo único de que se trata. Para contrarrestar el efecto depresivo de los «hombres-dificultades» debería crearse una asociación de «hombres-soluciones». El primer artículo debería decir así: «El fin de esta asociación es formar hombres aptos para vencer dificultades. Queda absolutamente prohibido a los miembros de esta entidad exponer dificultades sin dar la solución».

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¿Quién lo diría? Pues una de las especies más dañinas de pesimistas son los satisfechos, es decir, los que tienen plenamente resuelto el problema de la pitanza. Como carecen de graves preocupaciones, les sobra tiempo para juzgar los problemas sociales, políticos y religiosos, y como están contentos de la vida, se figuran que todas las dificultades públicas y privadas se despachan con la misma expedición con que ellos trinchan y descuartizan en el plato. Cualquier contratiempo los amilana y entristece.

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¡Qué triste es ser sordo como una tapia! Pero también tiene sus provechos muy estimables. Supongamos un banquero sordo. Así ha de ser el hombre de acción. Que le critican, que le desalientan, que le contradicen, que le amenazan, ¡como si nada! Y desdichado de él si no se hace el sordo; no dará un paso en sus empresas.

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La causa de la Iglesia exige de sus apóstoles saber sufrir la contradicción de los enemigos y la contradicción de los amigos, que es más dolorosa; el desagradecimiento de los de abajo y la incomprensión de los de arriba, en vez del aliento que se esperaba y merecía; la falta de cooperación de todos, y encima el estorbo, la murmuración, la crítica despiadada, el silencio injustificado, las defecciones. ¡Y hay que sufrir callando como Cristo!

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La unión no se hará discutiendo. Ni por mandato tampoco. A palo limpio, menos. A palos se puede hacer callar; unir a palos no se puede. La unión es cosa de las almas, porque consiste en la igualdad de las ideas y de los deseos. Fusilando a quien piensa de distinto modo no se llegaría nunca a un estado en que todos pensáramos del mismo modo. Ese fue el plan marxista; pero en absoluto equivocado.

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Puede descargarse gratuitamente antología de Formación de selectos en formato e-book en la página web de la ACdP, y adquirir el libro en papel en CEU Ediciones.