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Ilustración: Ley trans

Lu Tolstova

El Debate de las Ideas

Disforia de Género ¿de inicio rápido? Posibles causas

¿Por qué nos encontramos con este aumento en los problemas que sufren los adolescentes, entre ellos esta dificultad con la propia identidad sexual?

Partimos de una realidad que resulta alarmante, el número de personas que se autodiagnostican como transgénero ha crecido exponencialmente en los últimos años. El número de adolescentes que son diagnosticados y tratados de disforia de género ha sufrido un crecimiento exponencial en la última década. En Reino Unido, el Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS), que depende del servicio de salud británico, el National Health Service (NHS) recoge, cómo el número de referencias a consulta médica de menores con dificultades de identidad de género, ha pasado de 77 en el año fiscal 2009-10 a 2.728 en 2019-20; un aumento del 3.443 %. Estos datos no implican en todos los casos procesos médicos de cambio de género, pero si señalan una dirección muy clara. Al mismo tiempo, nos encontramos que el número de adolescentes con trastornos psicológicos también ha aumentado en el último decenio. Ambos fenómenos están íntimamente relacionados.

¿Por qué nos encontramos con este aumento en los problemas que sufren los adolescentes, entre ellos esta dificultad con la propia identidad sexual? Hay dos hipótesis, una relacionada con que esta realidad refleja una mayor conciencia del apoyo disponible para los jóvenes que experimentan dificultades y angustia en torno al desarrollo de su identidad de género, como mantienen los lobbies, así, por ejemplo, Ignacio Paredero, sociólogo, politólogo y secretario de la organización FELGTB (Federación Española de Lesbianas Gais, transexuales y bisexuales) afirma que esta realidad: «Tiene que ver, básicamente, con que la visibilización actual de los menores trans hace que afloren los casos que ya existían. Hasta hace muy poco tiempo no se identificaban y no se les reconocía su identidad. Lo que ha pasado es una evolución social: han ido apareciendo más casos que estaban ahí, pero que no se trataban. Ahora, al hablar de ellos, están aflorando y se están normalizando, y los propios médicos los están tratando».

La otra hipótesis que, desde la experiencia clínica, parece más plausible nos habla otras causas, fundamentalmente dos: una el aumento de la psicopatología infantojuvenil muy asociada a la progresiva desestructuración del núcleo familiar, y otra asociada al contagio social. De hecho, el concepto de Disforia de Género de inicio rápido ha sido propuesto en un estudio de 2018 como un subtipo de disforia de género que es producto de la influencia de compañeros y por contagio social (Littman, 2018).

En esta hipótesis, la primera de las razones, el aumento de la psicopatología infantojuvenil, está asociado a la peor calidad de las relaciones familiares, es decir, los problemas que el niño/adolescente experimenta dentro del núcleo familiar debido a la desestructuración del mismo, son el origen del malestar que posteriormente deriva en trastornos de salud mental. En abril del año pasado un estudio realizado en España por un grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre salud mental en la infancia y adolescencia, (Asociación Española de pediatría, 2022, del que forman parte la Sociedad de Psiquiatría Infantil (SPI), dependiente de la Asociación Española de Pediatría; la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas (SEUP) y la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap) con el aval de la Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia (SEMA) y de la Sociedad Española de Pediatría Social (SEPS)), elaboró un documento en el que se afirma que «a lo largo de los últimos años y, en especial, desde el inicio de la pandemia por la COVID-19 en el año 2020, la salud mental de los niños y adolescentes en España se ha deteriorado. Antes de la pandemia ya se estimaba que en torno al 10 % de los niños y al 20 % de los adolescentes sufría trastornos mentales, con consecuencias que se pueden prolongar a lo largo de toda su vida. En la actualidad, los adolescentes presentan más ansiedad, síntomas depresivos, autolesiones y conductas suicidas […]En un análisis desglosado, los diagnósticos que más se incrementaron fueron: «Intoxicación no accidental por fármacos» (122 %), «suicidio/intento de suicidio/ideación autolítica» (56 %), «trastorno de conducta alimentaria» (40 %), «depresión» (19 %) y «crisis de agresividad» (10 %).».

Este aumento de los problemas en los adolescentes coincide en el tiempo con un aumento en el número de matrimonios que se separan o divorcian y de realidades familiares poco estables. Cada vez son más los estudios que revelan las potenciales consecuencias negativas que para los hijos tiene la mala relación entre los padres y la separación de estos. Siguiendo la interesante revisión que realizaron Duarte et. al (2012) o la más reciente de Juwaria et. al (2022) podemos señalar que los hijos de padres separados o divorciados tienen más probabilidad de:

• Desarrollar problemas de adaptación

• Mayores tasas de problemas externalizantes (agresión, delincuencia, consumo de drogas)

• Mayores tasas de conductas delictivas

• Mayores tasas de depresión y ansiedad

• Inicio más temprano y frecuente en actividades sexuales

• Presentan tasas mayores de embarazo en la adolescencia

• Mayor absentismo escolar

• Peores calificaciones académicas

• Mayores dificultades en procesos de identidad personal durante la adolescencia

Ciertamente, estamos viviendo un momento social alarmante, en el que casi la mitad de los de los adolescentes han tenido que vivir y lidiar con la separación de sus padres . Es decir, durante años han asistido al progresivo deterioro de la relación de sus progenitores, han tenido que lidiar con la separación, con la vida repartida entre dos hogares, en muchos casos han tenido que lidiar con las dificultades que sus progenitores han tenido para continuar con la crianza en solitario, en muchos casos han tenido que incorporar a nuevos miembros de la familia (el nuevo novio de mamá, o los hijos de la pareja de papá), en muchos casos han tenido que lidiar con el miedo a que querer a uno de los padres supusiera una traición al otro, etc. Tener que lidiar con todos o con alguno de estos eventos hace mucho más difícil que el niño/a pueda transitar por las fases del desarrollo psicosexual de manera sosegada y tranquila.

Esto no quiere decir que los divorcios sean causantes per se de estos problemas, ni que los matrimonios que no se divorcian lo hagan todo bien. Habrá matrimonios que no se disuelven donde los padres no serán capaces de criar bien a sus hijos y matrimonios disueltos que tendrán la capacidad y resiliencia de criar a sus hijos muy bien. Hablamos siempre de cuestiones de probabilidad y lo que la ciencia nos muestra es que los hijos de matrimonios que se han disuelto tienen más probabilidades de experimentar dificultades en su desarrollo psicoevolutivo.

Y estas dificultades en el área psíquica acompañan en muchas ocasiones a los adolescentes con dificultades en la identidad sexual. En concreto, y con la disforia de género, hay evidencia de que la psicopatología y/o las alteraciones en el desarrollo pueden favorecer la disforia de género en adolescentes, de manera especial entre mujeres jóvenes. Un equipo de investigadores finlandeses trató de describir el perfil de los adolescentes que acudieron a una clínica de identidad de género para adolescentes (Kaltiala-Heino et al., 2015). El estudio contó con la participación de 47 adolescentes y se realizó un análisis de los datos sociodemográficos y los antecedentes de dificultades psíquicas y del desarrollo. Los hallazgos revelaron que el número de (nacidas) chicas era notablemente superior al de varones, 41 frente a 7, y que era muy frecuente que algún tipo de psicopatología severa precediera al inicio de la disforia de género (un 75 % había requerido asistencia psiquiátrica previa no relacionada con la disforia, las más comunes eran depresión 64 %, trastornos de ansiedad 55 %, conductas suicidas o autolíticas 53 % o trastornos psicóticos 13%). Los hallazgos también mostraron que un número considerable de los solicitantes estaban en el espectro del autismo 26 %, lo que coincide con estudios previos (Pasterski et al. 2014). En las conclusiones, los autores señalan que estos hallazgos no se ajustan a la imagen comúnmente aceptada de un menor disfórico de género. Las pautas de tratamiento deben considerar la disforia de género en menores en el contexto de psicopatología grave y dificultades de desarrollo, y en ese contexto no recomiendan los tratamientos hormonales irreversibles.

Pero ¿cómo llega un adolescente con problemas a plantearse cambiar de sexo? Un estudio reciente ha documentado una tendencia creciente entre los adolescentes a autodiagnósticarse como persona transgénero después de visualizar durante mucho tiempo sitios pro-genero en redes sociales como Tumblr, Reddit, YouTube, etc. (Littman 2018). En este estudio se analizaron los cuestionarios rellenados por 256 padres de hijos con disforia de género y los hallazgos del estudio sugieren que el contagio social puede ser un factor determinante en la adolescencia, ya que las conductas de estos adolescentes que más se referenciaron fueron: expresar desconfianza hacia las personas no transgénero (22,7 %); dejar de pasar tiempo con amigos no transgénero (25,0 %); aislamiento de sus familias (49,4 %), y confiar en la información sobre la disforia de género solo de fuentes transgénero (46,6 %).

Por otra parte, a través de amplios estudios epidemiológicos se ha estudiado la prevalencia de trastornos psíquicos en población homosexual, bisexual y heterosexual. Lo cierto es que en los últimos años todas las revisiones sistemáticas que se han hecho sobre este tema (Skerrett et al., 2015; Plöderl & Tremblay 2015; Pompili et al., 2014; Carman et al., 2012; Chakraborty et al.,2011; Lhomond et al., 2009; King et al., 2008) han revelado que la población LGTBIQ tiene mayores tasas de trastornos de salud mental, entre ellos riesgos más elevados de depresión, ansiedad, trastornos neuróticos generales, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno fóbico, trastornos psicóticos, intentos de suicidio o suicidio, sensación de infelicidad y problemas relacionados con consumo de sustancias tanto para hombres como mujeres, siendo especialmente marcado este riesgo para la población bisexual. Los datos son abrumadores, las diferencias amplias y transculturalmente verificadas y la mayor asociación de la homo/bisexualidad con problemas psicológicos y psíquicos indiscutible. De hecho, estas dificultades aparecen pronto en la historia evolutiva de los sujetos LGTBIQ.

El colegio de pediatras americano recomienda prestar mucha atención a la investigación sobre la asociación causal entre eventos adversos de la infancia (La separación de los padres, abusos sexuales, bullying, etc.) y la disforia de género. Existe una gran cantidad de literatura que documenta una prevalencia significativamente mayor de eventos adversos en la niñez y abuso sexual entre adultos homosexuales en comparación con adultos heterosexuales y la superposición entre la disforia de género en la niñez y la orientación homosexual adulta ha sido ampliamente reconocida (Zucker & Spitzer, 2005). Por ello, habría que investigar si es posible que algunas personas desarrollen disforia de género y luego reclamen una identidad transgénero como resultado de traumas vividos durante la infancia (Roberts et al. 2013).

Si a todo esto le añadimos la crisis que experimentan tanto la masculinidad como la feminidad, podremos entender mejor lo que está sucediendo y también proponer algunas soluciones.

Estamos asistiendo a un aumento del número de adolescentes con problemas de salud mental y en concreto a un aumento exponencial de adolescentes con problemas en su identidad de género. A la hora de buscar una explicación a este fenómeno deberíamos prestar atención a la progresiva desintegración del núcleo familiar como eje vertebrador del desarrollo sano de la persona. No es casual que este aumento de los problemas en tantos jóvenes coincida en el tiempo con la mayor tasa de disoluciones familiares de la historia.

El proceso de adquisición de la propia identidad y dentro de ella del rol sexual o de género es un proceso complejo que requiere de diversos factores que han de darse durante la infancia y adolescencia de las personas. Estos factores de desarrollo han de darse en un entorno familiar donde el niño pueda experimentar tranquilidad y estabilidad suficientes y en dónde pueda recibir modelos sanos de masculinidad y feminidad que le permitan generar e interiorizar su rol sexual. Es evidente que el niño aprende a desarrollar y expresar de manera adecuada su sexualidad en referencia los adultos que le rodean, en primer lugar sus padres que representan modelos de feminidad y de masculinidad. Para crecer sanamente, el niño ha de poder vincularse afectivamente con su padre y con su madre, que han de proporcionarle un clima de seguridad y afecto en el que el niño, con una confianza básica proporcionada por sus padres, irá configurando su identidad por imitación (quiero ser como mi padre o mi madre) y también por oposición (si soy chico, no soy chica y viceversa).

Por ello, los padres han de brindar al niño un entorno de afecto y estabilidad en el que deberán proporcionar a sus hijos:

• Una sensación de confianza básica en el mundo, en las relaciones y en él/ella misma.

• Un apego seguro que permita un adecuado desarrollo de la personalidad del infante.

• Funciones socializantes que enseñen al niño/a a manejarse en el mundo, a contener e integrar su respuesta afectiva, a proponer modelos de comportamiento adecuados y a transmitirle valores.

• Modelos masculinos y femeninos sanos y diferenciados que permitan al niño/a identificarse y adquirir su propia identidad sexual en base a su biología masculina o femenina

• Un entorno donde haya una comunicación de calidad y donde se pueda hablar de los problemas, manejar el conflicto, poner y aceptar límites y compartir momentos positivos.

En ese marco, el niño podrá desarrollar sin muchos problemas su identidad personal y su rol sexual. Esto no quiere decir que todo haya de ser perfecto y sin problemas, pero sí que el entorno familiar supone el escenario básico donde el niño y la familia en su conjunto puedan lidiar con esos problemas.

Lamentablemente en un entorno social donde casi el 60 % de los matrimonios se disuelven, en un entorno social donde hay muchas dificultades para la comunicación familiar, los niños y adolescentes con mucha frecuencia han de enfrentarse a situaciones vitales que les impiden desarrollar sanamente su propia personalidad, identidad y su rol sexual.

La actual crisis de la masculinidad y de la feminidad hace que sea muy difícil para muchos adolescentes identificarse con su rol sexual, de manera que se hace urgente definir con fuerza cómo desarrollar en plenitud la masculinidad y la feminidad de manera que cualquier persona pueda sentirse identificada con su naturaleza sexuada en el papel de hombre o de mujer.

Por todo ello, se hace urgente generar espacios de reflexión y cambio para generar una cultura que promueva entornos familiares estables y sólidos que permitan a los niños crecer en ambientes afectivos estables que les habiliten para desarrollar todo su potencial.

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