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El escritor Jaime BaylyJulia Juncadella

ENTREVISTA

Jaime Bayly: «Vargas Llosa no debió pegarle a Gabo, fue un arrebato matonesco»

En Los Genios (Galaxia Gutenberg, 2023), el escritor peruano traza un fresco sin tapujos de la época que él mismo vivió muy de cerca después, como pupilo del Nobel y amigo íntimo de la familia

Puede que Jaime Bayly (Lima, 1965) naciera incómodo consigo mismo. Puede que ya en el seno de su devota y pudiente madre se revolviera igual que se ha revuelto toda la vida. Hace unos días le pregunté a una mujer peruana si conocía a Jaime Bayly y me mostró una sonrisa radiante. Puede que Jaime sea más famoso en América que el más famoso de todos los americanos. Presentador de televisión precocísimo, apenas superada la adolescencia, o en ella, ya le hacía entrevistas a todos los personajes de la época. Presidentes o futuros presidentes, artistas, hombres y mujeres mundanos...

Se diría que por el detector de Jaime Bayly han pasado todas las personalidades que han hecho la historia moderna del nuevo continente, así que es como si Jaime Bayly hubiera creado un poco esa historia de los últimos 40 años. Tres premios Emmy ha recibido el hombre que siempre se sintió escritor. Columnista de opinión, metido hasta las rodillas y más allá en la política de su país y en la de América, aquella fue la puerta sin cerrar que ha estado golpeando todo este tiempo, molestando a los vecinos sin solución. Y no unos vecinos cualquiera.

Los años más turbulentos, los profesionales y también los personales, narrados en sus novelas, ya pasaron, pero el niño terrible que fue siempre lo será. Su mirada y su último libro dicen que ese niño todavía está ahí dentro y que siempre lo estará. Los Genios (Galaxia Gutenberg, 2023) es también historia de América y del mundo y de la literatura pasada por su inflexible colador. En él están Gabriel García Márquez y, sobre todo, Mario Vargas Llosa a través de la mirada cercana de quien le conoció muy bien y del que acabó separándose con violencia. Precisamente esta es la historia de un puñetazo (o de dos) y sus verdaderos (o no) círculos concéntricos.

–La foto de la cubierta de Los Genios es un documento extraordinario, con esos dos (entonces futuros) Nobel jóvenes, fumadores, sonrientes, vestidos de otra época…

–Sí, lo es. La encontré en los archivos de la revista peruana Caretas y la compré enseguida. Corresponde a 1967, año en que se conocieron. Están en Lima. En ese momento, Mario era el escritor consagrado y Gabo era el aspirante que acababa de publicar Cien años de soledad.

Cubierta de 'Los Genios' (Galaxia Gutenberg, 2023) de Jaime BaylyGalaxia Gutenberg

–El joven García Márquez no, pero el joven Vargas Llosa tiene un cierto aire al jovencísimo Bayly, un inocultable aspecto de buen chico de buena familia con corbata, como los Beatles.

–Es verdad. La foto me encantó por varias razones: Mario sonríe con aire victorioso, encantado de ser él mismo, un dios de la literatura con apenas treinta y un años. Gabo luce más nervioso y apocado, disminuido al lado de Mario, como si lo admirase, como si quisiera tener su éxito. Y Gabo está con corbata porque todavía no era el genio inmortal, universal. Unos meses después, un año después, se quitó la corbata para siempre. Entonces ese Gabo con corbata corresponde al primer Gabo contrariado, a quien el éxito le resultaba esquivo.

–¿Usted y Mario Vargas Llosa se llevaron bien? Él le ayudó al principio con su carrera literaria y usted le apoyó cuando se presentó a las elecciones de Perú. Fue gran amigo de su hijo Álvaro...

–Sí, yo conocí a Álvaro en el diario La Prensa de Lima. Éramos adolescentes, él un año menor que yo. Mario lo había echado de la casa en Lima porque Álvaro no quería estudiar. Nos hicimos muy amigos. También he sido amigo de Gonzalo y Morgana, los hijos menores de Mario. Y sí, claro, cuando Mario fue candidato presidencial, lo apoyé sin reservas desde mi programa de televisión. Muchos años después, nos distanciamos por razones políticas. Mario y Álvaro apoyaron a dos presidentes peruanos que yo combatí: Toledo y Humala. Eso sepultó la amistad. Ellos odiaban a la hija de Fujimori: yo no. Eso nos enemistó con virulencia. Increíblemente, hace dos años, ambos acabaron apoyando con pasión a la hija de Fujimori, quién lo hubiera dicho. Pero ya no me apetece verlos. Creo que ellos son tus amigos en la medida en que les seas útil, funcional, y no los critiques en modo alguno. O sea que entienden la amistad como una sumisión, un culto a la personalidad.

Mario aprendió a pelear para doblegar a su padre, para evitar que le diera palizas

– ¿Es real el ojo morado de Álvaro como lo fue el ojo morado de Gabriel García Márquez? ¿Es este el germen de Los Genios?

–Sí. Cuando Mario le dio una trompada a su hijo Álvaro en 1982, y Álvaro regresó a La Prensa con el ojo morado y me dijo que su padre le había dado un derechazo con el puño bien cerrado, yo recordé que seis años atrás, en 1976, Mario le había dado el legendario derechazo a Gabo. Y entonces pensé: Mario es un genio artístico, pero en su vida privada hace cosas horribles, impresentables, nada geniales. Y pensé también: muy a su pesar, a veces se parece a su padre, Ernesto Vargas, que les pegaba a Mario y a Dorita, la madre de Mario.

–Escritor y púgil de cuidado de sólo dos combates conocidos, pero sonados.

–Es que Mario aprendió a pelear para doblegar a su padre, para evitar que le diera palizas. Y luego aprendió a pelear mejor en el colegio militar al que su padre lo metió para hacerlo bien hombre. Entonces, en aquellos años lejanos, zanjar una querella o resolver un conflicto a golpes parecía una pulsión que anidaba oscuramente en él y que cada tanto se manifestaba. Pero no debió pegarle a Gabo. Fue un exabrupto, un arrebato matonesco, una cabronada de mala entraña. Eran grandes amigos. Mario debió darle a Gabo la oportunidad de contarle al menos su versión de los hechos en disputa. Pero lo agredió, lo dejó nocaut y no le habló nunca más. ¡Nunca más!

El escritor Jaime BaylyJulia Juncadella

–Yo llegué a usted en 1997 por La Noche es Virgen. Recuerdo que leí ese libro al ritmo de la puntuación. Esas minúsculas constantes después del punto invitaban a seguir leyendo sin parar como un niño, o en un mundo de niños sin mayúsculas, igual que sin mayores.

–Escribí ese libro recordando mis tiempos de cocainómano, cuando ya era famoso por la televisión, cuando ya sabía que me gustaban las mujeres y también los hombres. Son las memorias de un cocainómano bisexual que vive en constante estado afiebrado, arrebatado, sobreexcitado. Las escribí en minúsculas y en trance hipnótico, como si estuviese pasado de cocaína, aunque entonces ya había dejado ese vicio tan terrible.

–¿Cómo es la noche en 2023 para Jaime Bayly?

–Tranquila, predecible, rutinaria. De lunes a viernes, salgo de mi casa a las seis de la tarde, conduzco al estudio, presento un programa de televisión en directo. Digo lo que me da la gana. Soy un dictador en el programa: invado países, gano guerras, conspiro para derrocar autócratas, enveneno a tiranos. Y luego vuelvo mansito a mi casa a la medianoche. A esa hora, a la medianoche, tomo tres pastillas para regular la bipolaridad. Luego me echo a leer. Por lo general me duermo tarde, hacia las tres de la mañana.

No soy un genio, no he escrito una obra maestra. Genios eran Mario y Gabo. Genios eran Javier Marías y Bolaño

–Lo de «enfant terrible» quizá sea un poco tópico ya, al menos como término, pero podemos decir que fue cierto. Lo ha dicho y lo ha escrito, su pasado con las drogas, por ejemplo, aunque también dijo no hace mucho que había heredado una fortuna y que, al mismo tiempo, tenía una grave enfermedad... y no era cierto.

–Todo es cierto, o todo puede ser cierto. Como en las novelas, todo ocurrió, o todo lo imaginé tan vivamente que debió de haber ocurrido tal cual lo malicié. Sí, en los ochenta fui adicto a la marihuana y a la cocaína, ganaba mucho dinero, era famoso porque salía en las televisiones de América, mandé al carajo la universidad y me propuse ser un escritor, muy bajo la influencia de Vargas Llosa y García Márquez. La familia de mi padre tenía dinero y la de mi madre, más. Pero yo vivía de mis platas de la televisión porque odiaba a mi padre y porque mi madre me veía como una manzana putrefacta que podía corromper a las manzanas lozanas que eran sus demás hijos. Yo nunca viví de los dineros de mi familia, fui siempre la oveja negra, el descastado, el desheredado. Cuando murió un tío billonario, mi madre heredó fortunas, mis hermanos también, pero mi tío me desheredó porque mis libros no le gustaban, le parecían indignos de un caballero, un hombre de honor. En cuanto a la salud, he estado mal de la cabeza toda la vida, soy bipolar y he sido adicto a toda clase de pastillas para jugar con mi estado de ánimo.

–¿Usted se considera escritor, periodista, presentador, todas las cosas o más alguna que otra? Recuerdo un artículo suyo donde narraba un encuentro con su ya enemigo Álvaro en un restaurante, donde se definía entonces como un «escritor venido a menos», aunque tengo que confesarle que ni le creo, ni lo creo.

–Bueno, me considero un escritor y un periodista de opinión, pero más un escritor, porque podría dejar de hacer mi programa periodístico, pero no podría dejar de escribir. Es decir, nunca he escrito para ganar dinero, ni para ser famoso, ni para que me quieran más. He escrito para sobrevivir, para no volverme loco, para darle un sentido al caos que es mi vida. Por eso sigo escribiendo. Pero no soy un genio, un gran escritor, no he escrito una obra maestra. Genios eran Mario y Gabo. Genios eran Javier Marías y Bolaño (que fue mi amigo). Yo soy un escritor menor. Hago lo que puedo. No juego en el Real Madrid o en el Barcelona, juego en el Atlético de Madrid, o en el Sevilla, o en el Betis, pero cuando meto un gol (y cada novela es un gol), lo grito como si fuera Messi.

Estos días un escritor peruano dijo que soy un suicida, un loco desatado

–La realidad es que es una estrella de la literatura y de la televisión, ganador de premios como el Herralde o el Emmy, varias veces en este último caso, respectivamente. Si Barbra Streisand, Diana Ross y Cher son las únicas que han ganado un Oscar, un Grammy y un Emmy, usted es el único que ha ganado un Herralde y un Emmy. Esto es para sentirse un poco orgulloso.

–Gracias. No estoy tan orgulloso de nada. Pero en una sola cosa no he claudicado, no me he rendido: en ser fiel a mi corazonada artística, en escribir los libros que tenía que escribir, en entregarme sin cálculos ni reservas a mis obsesiones literarias. Todos mis libros han sido vuelos kamikazes, saltos suicidas. Estos días un escritor peruano dijo que soy un suicida, un loco desatado. Pues lo he sido siempre. Cuando escribo una novela, estoy dispuesto a dinamitarlo todo en honor a ella. Los Genios no es una excepción.

–¿Qué sintió cuando Juan Marsé, jurado del Premio Planeta (del que fue finalista) no habló bien de su novela premiada, en términos como «de nivel bajo, a tramos subterráneo»?

–Fue una circunstancia extraña, un tanto ridícula o hilarante. Me sentí incómodo y, al mismo tiempo, me reí porque Marsé, a quien había leído, a quien admiraba, me cayó bien, tan bien que, a pesar de sus críticas, lo invité a tomar unos tragos en el bar del Majestic, y así ocurrió, y nos hicimos amigos en cierto modo. Pero fue raro porque nunca me habían dado un premio de ese modo tan envenenado, es decir, me concedieron el honor y, al concedérmelo, me insultaron y me dijeron que no lo merecía. Me pareció una curiosa emboscada. Quedé decepcionado, sí, de Planeta. No guardo un buen recuerdo de los años en Planeta. En cambio, sí recuerdo con emoción los años en Seix Barral y en Anagrama, sobre todo los años en Anagrama, porque Herralde es un crack y me hacía jugar en su dream team.

Jaime Bayly con su familia en su casa de Miami

–¿Los Genios es una investigación, una cuenta pendiente, un capricho, una inspiración, una novela, ninguna de todas estas cosas?

–Es una novela histórica, investigada desde mi curiosidad periodística. Tenía que escribirla, era mi destino. Conocí a Mario y su familia. Conocí a Gabo. Entrevisté a Mario, a Patricia Llosa, a Álvaro. No entrevisté a Gabo porque no quiso darme la entrevista. Conocí a los mejores amigos de Mario, a los mejores amigos de Gabo. Los entrevisté. Les pregunté por el puñetazo. Me contaron en privado lo que no se atrevían a contar en público. Durante años fui armando el rompecabezas. Si alguien tenía que escribir la novela del puñetazo, era yo. Pero, para escribirla, tenía que alejarme de los Vargas Llosa. No quisiera verlos más. Desde esa distancia, liberado de las servidumbres que ellos imponen a las amistades sumisas y acríticas, pude escribir la novela. Pero no es una novela contra nadie. Quiero decir, si dos escritores mediocres se pelean a golpes, ¿a quién le importa? Es una novela sobre dos genios a los que he tratado de dibujar en su dimensión más humana.

–Desde luego, la temática es oportunísima, con Vargas Llosa también convertido ahora en personaje de la prensa amarilla.

–Sí, es cierto. Pero la novela está en mi cabeza hace muchos años. Y terminé de escribirla cuando Mario todavía vivía con la señora Preysler. Fíjate que, en la novela, como ahora en los meses recientes, es Mario quien se va con una mujer, dejando a Patricia, y luego vuelve arrepentido y Patricia, un genio subestimado entre los genios envanecidos, lo perdona. Gran personaje, Patricia.

Yo maté literariamente a mi padre biológico hace treinta años, con mi primera novela, 'No se lo digas a nadie'. Ahora he matado a mi padre literario

–La noche no es virgen en Los Genios (o sí), pero se complica la noche de autos cuando escribe que fue Patricia Llosa la que le insistió a Gabo en ir a un hotel en ausencia de Mario como una venganza.

–Bueno, Mario la había dejado, se había marchado con otra mujer. Patricia estaba herida, despechada. Le hicieron una fiesta en la discoteca Bocaccio de Barcelona para despedirla. Fue Gabo sin Mercedes. Esa es la noche capital en la novela. ¿Qué pasó aquella noche entre Gabo y Patricia? Solo ellos lo sabían. Yo he postulado mi versión literaria de lo que pudo haber ocurrido. Y es que, a diferencia de lo que creyó Vargas Llosa, quizás no se acostaron, no se consumó la traición que él le achacó a Gabo.

–Más allá del «toque Bayly», la irreverencia inasequible que todo el mundo espera o conoce de algún modo, hay en Los Genios un serio retrato de la personalidad de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, que está por detrás de la «cortina» del Nobel y del inmenso reconocimiento literario que han tenido los dos.

–Sí, es un fresco de la época. No es solo la novela del puñetazo: es la novela de los nueve años gloriosos en que fueron amigos, vecinos y compadres. Y es la novela de los otros genios no menores que fueron sus amigos, como Neruda, como Cortázar, como Edwards que acaba de morir, como Bryce Echenique, y como la dueña del circo, Carmen Balcells.

–¿Con Los Genios ha sido un poco como volver a preguntarle a Alan García, entonces candidato y luego presidente de Perú, como hizo hace 40 años, si tomaba litio para controlar la ansiedad? (con la diferencia de que ya no le pueden echar)

–Sí, porque lo he arriesgado todo por una novela. Y porque está escrita con insolencia, con irreverencia, con espíritu parricida. Yo maté literariamente a mi padre biológico hace treinta años, con mi primera novela, No se lo digas a nadie. Ahora he matado a mi padre literario. Era mi destino. Soy un parricida.

–La última pregunta, ¿qué tal van sus relaciones con Nicolás Maduro?

–Lo miro como si fuera una tarántula. Lo detesto. El día que caiga su repugnante dictadura, me tomaré un jerez amontillado en La Venencia de Madrid.