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Charles Baudelaire en 1866, un año antes de su muerte

Baudelaire, el poeta dandi destruido por la sífilis y las drogas que inventó la belleza en la fealdad

Un 9 de abril de hace alrededor de un siglo (no se sabe con seguridad el año exacto) nació el autor de Las Flores del Mal e icono absoluto de la poesía moderna

El estilo clásico y romántico de Charles Baudelaire encerraba secretos inconfesables que él confesó en versos a plena luz del día. Las Flores del Mal se iba a titular Las Lesbianas (primero Los Limbos), pero el único editor que se atrevió a publicar la hermosa (aunque esto se reconoció después) provocación prefirió poner en su cubierta esas flores malditas. Dice Francisco Umbral en Las Ninfas que «hay que ser sublime sin interrupción», como decía Baudelaire, quien continuaba: «El dandi debe vivir y morir ante el espejo».

Es posible que el odiador de su padrastro, el militar Jacques Aupick (quizá la representación física de todo lo que huyó el poeta durante su vida), olvidara esa máxima dandista desde muy pronto, cuando la sublimidad se hizo imposible después de contagiarse de sífilis, cuyos achaques progresivos le acompañaron hasta el final y provocaron su muerte. Es posible que en la degradación física, en el contraste entre lo sublime y lo bello en un principio, cada vez más lejano, Baudelaire se rebelara, valiente, talentoso, infinito, para encontrar la sublimidad y la belleza entre la fealdad que crecía a su alrededor.

Un pez en su agua

Y lo consiguió. Charles Baudelaire fue el inventor de una poesía que no renunciaba estilísticamente a lo clásico, pero sí introducía la vida que nadie había introducido nunca en unos versos. Lo contrario a lo militar de la figura paternal era la bohemia a la que se lanzó con los ojos cerrados desde muy joven. Fue expulsado del Liceo Louis-le-Grand y luego, matriculado casi como una excusa en la Facultad de Derecho de París, se introdujo en las más profundas fosas del Barrio Latino como un pez abisal en su agua.

Casi la metáfora de la luz que buscaba y se le escapaba en las oscuridades en las que se adentró para no volver a salir nunca, donde inventó su propia luz: la belleza que fue considerada inmoral y pornográfica y que provocó la prohibición de Las Flores porque eran las del Mal que nunca nadie se había atrevido a escribir. Fue juzgado y condenado y tuvo que pagar una multa económica. Entonces todavía y siempre recibía la pequeña renta a la que su familia le había limitado tras los excesos de juventud después de recibida su herencia con la mayoría de edad.

Fotografía de Charles Baudelaire (1855) por Nadar

Pero ya era un poeta enfermo, cada vez más, desde los tiempos de la juventud y las drogas (de las que escribió en Del Vino y del Hachís y, sobre todo, en Los Paraísos Artificiales) y las prostitutas, la irremediable inmersión en los bajos fondos donde se quedó. Jeanne Duval, a la que retrató Manet, fue una de sus primeras amantes, coincidente en el tiempo con su revelación como crítico de arte (lanzó a Delacroix como René Ricard hizo con Basquiat) y literario y musical. Traductor de su admirado Edgar Allan Poe y de E.T.A Hoffmann, a su semejanza vanguardista escribió su única novela, La Fanfarlo. Era 1847 y faltaban 10 años para el escándalo de Las Flores, pero ya estaban «escritas» buena parte de sus siete divisiones, una vida lírica en capítulos, que concluyen en la apoteosis de la decadencia de la que el autor fue ya para siempre ídolo y epítome.

fin del PRIMER POEMA DE LAS 'FLORES DEL MAL':

  • (De Al Lector)

    En la jaula infame de nuestros vicios,

    ¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
    Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
    Haría complacido de la tierra un despojo
    Y en un bostezo tragaríase el mundo:

    ¡Es el Tedio! — los ojos preñados de involuntario llanto,
    Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
    Tú conoces, lector, este monstruo delicado,
    —Hipócrita lector, —mi semejante, —¡mi hermano!

Últimos versos de Las 'flores del mal':

  • VIII

    ¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!
    Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!
    ¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,
    Nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!

    ¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte!
    Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos
    Sumergirnos en el fondo del abismo,
    Infierno o Cielo, ¿qué importa?
    ¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!