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Pedro García Cuartango en su visita a El DebateEvelio Jiménez

Pedro García Cuartango: «El único compromiso del periodista debe ser con la verdad»

Periodismo, literatura, historia, regeneración política... No hay un tema que se le escape a una de las mentes más agudas del panorama actual, que publica ahora España mágica. Un viaje por los grandes secretos arqueológicos y monumentales de nuestro país, una explicación de quiénes somos a través de una indagación por los mitos y leyendas españoles

La sola presencia de Pedro García Cuartango (Miranda de Ebro, 1955) cambia el lugar que pisa. Su cabeza trabaja aún más rápida que su dicción: sus casi 70 años de aprendizaje vital desbordan a veces su capacidad de expresión, y uno casi podría ver los pensamientos que se agolpan en su frente amplia, despejada por lo clarividente. Y quizá por eso gusta más de escribir que de hablar, aunque sea bueno, como en casi todo lo que se empeña, en ambas tareas.

La clarividencia no sólo es interior: Cuartango es cristalino, y habla claro, sin dobles sentidos, ironías o medias verdades. La mentira es la gran enemiga de uno de los periodistas de raza de este país, que ha trabajado en cabeceras como Cinco Días, Diario 16 y El Sol, fue director de El Mundo y es ahora columnista de ABC. Escribir ha sido y es su vida, aunque leer es su gran pasión: lector impenitente, viajero en su juventud y aficionado a la historia, tras obras como Elogio de la quietud y Anatomía de la traición publica ahora España mágica (Ediciones B), el resultado de una investigación colosal y «una invitación a viajar y admirar los paisajes de leyenda, lugares de culto, edificios, iglesias y tradiciones que son una muestra viva de lo que fueron nuestros ancestros».

'España Mágica' (Ediciones B) es el nuevo libro de Pedro García Cuartango

–Con lo agnóstico que es, ¿ahora cree en meigas, duendes y espíritus, o es simplemente una aventura literaria?

–Es una indagación histórica, es decir, de nuestro pasado remoto en el megalítico, con la llegada de los celtas, antes de los fenicios, luego de los romanos y por supuesto de los árabes, que estuvieron siete siglos en la península. He indagado en ese pasado lejano en el que creo que están las claves de nuestras señas de identidad y de nuestro presente. No es un libro esotérico sobre supersticiones; España «mágica» obedece a que en ese tipo de sociedades, los fenómenos que no se podían explicar, como la fertilidad, los ciclos naturales, la muerte o las cosechas, se explicaban mediante mitos.

–Lo que creemos, los mitos que desarrollamos, las leyendas que generamos, ¿habla de quiénes somos?

–Eso es lo que sostengo. El Estado moderno se crea en España a partir de los Reyes Católicos sobre una base cristiana y romana, pero antes hay 30 o 40 siglos de historia. Por lo que la historia es la prehistoria: nuestra historia no empieza con los Reyes Católicos. Hay claves enterradas en el pasado y cuando uno viaja, se da cuenta de que eso también forma parte de nuestra identidad.

–¿El libro responde a a una acumulación de experiencias, de viajes, o ha habido también una búsqueda sistemática?

–Las dos cosas. El libro recorre 45 lugares, y más de la mitad los he conocido. En general he buscado referencias archivísticas y bibliográficas, y también tradición oral. Es una mezcla de lo personal y también de la historia. A mí me fascina la historia y este libro, sobre todo, es una indagación histórica: rechazo todo tipo de interpretaciones esotéricas o mágicas en el sentido peyorativo de la palabra. Simplemente me he limitado a recoger las tradiciones, creencias y cultos que han existido y que están más arraigados en la cultura y en los valores del hombre de la época.

–En el prólogo menciona el problema de que, ahora que hablamos tanto de memoria histórica o memoria democrática, nos quedemos en la Guerra Civil.

–Es un debate muy marcado por la agenda política. La ley que aprobó Zapatero y la nueva ley de Sánchez pretenden imponer una visión de la historia. Yo soy muy crítico con eso. La memoria es algo de los historiadores, es algo individual. No existe una memoria colectiva. Y además, hay un olvido absoluto de épocas anteriores, de la historia de España, como si no hubieran existido. No puedes analizar la historia de forma selectiva, cogiendo los periodos que a te interesan. La historia es un proceso, es un continuo, y hay que verla como lo que es, como una sedimentación de capas y etapas.

Soy muy crítico con la ley de memoria democrática: es memoria es algo individual, no colectivo

–«Podría decirse que el mito de la limpieza de sangre, ligado a la tradición de los diálogos castellanos, dominó el relato histórico, la mentalidad española». ¿Es lo que dominó durante su educación?

–Yo soy un producto de nacionalcatolicismo, para bien y para mal. Los Reyes Católicos institucionalizaron la Inquisición y expulsaron a los judíos. También persiguieron a los árabes y les obligaron a tomar la religión cristiana porque consideraban que la construcción del nuevo Estado tenía que basarse en las raíces cristianas. Eso ha marcado nuestra historia. Desaparece la convivencia entre judíos y árabes de siglos anteriores y se crea un Estado uniforme culturalmente que pervive hasta el franquismo. Yo he estudiado «la formación del espíritu nacional» en el bachillerato, en el colegio de los Jesuitas de Burgos, y era una idea del régimen franquista sustentada en ese pasado imperial y glorioso de los Reyes Católicos, de Felipe II, de Carlos I. Una visión imperial de España unida al papel central del catolicismo.

–¿Por eso le interesó tanto la historia, para contrastar todo lo que le habían inculcado?

–Quizá eso es a posteriori. Yo soy un lector compulsivo, una persona curiosa y siempre me ha interesado la historia. No hay una motivación racional o pragmática. Simplemente desde pequeño he sentido inclinación por la historia. Mi abuelo me contaba historias sobre la Guerra Civil, sobre la República... Y siempre he pensado que para saber quiénes somos tenemos que conocer la historia. La dedicatoria del libro es una frase de Publio Terencio: «Nada humano me es ajeno», y es verdad para mí.

–Es una investigación histórica, pero se notan sus conocimientos sobre la mitología, el mundo clásico...

–Soy una persona de letras; he estudiado humanidades, griego, latín, y he buceado mucho también como aficionado en la historia de Grecia y Roma. Son mis señas de identidad. Me considero heredero de esa tradición, y creo que nuestra sociedad lo es. He leído a Platón y Aristóteles y me puedo identificar con lo que escriben, hablan con mis propias palabras. La idea del logos griego es transversal en toda la cultura occidental.

Grecia y Roma son mis señas de identidad. He leído a Platón y Aristóteles y me puedo identificar con lo que escriben, hablan con mis propias palabras

–¿Vuelve siempre a los clásicos?

–Nunca los he abandonado. Quizá los leo menos que hace 30 o 40 años, pero tengo una buena biblioteca y nunca los abandono. Cíclicamente vuelvo a leer libros que me fascinan, como La Ilíada y La Odisea, que incluso he intentado leer en griego. Son libros capitales para mí, los que me llevaría a una isla desierta.

Julio Llamazares me decía que ya sabía que se iba a morir sin leer todo lo que quería leer. ¿Le agobia a usted también?

–Totalmente. Hay un poema que Borges escribió cuando cumplió 40 años: «Hay libros en mi biblioteca que nunca volveré a leer. Hay autores cuyas páginas nunca volveré a tocar.» A partir de una cierta edad te vas despidiendo del mundo. Yo soy consciente de que el tiempo se me agota y de que evidentemente ya no voy a poder leer con la misma intensidad, con la misma pasión a los clásicos, pero me gusta mucho el drama griego (Sófocles, Esquilo, Eurípides)... Todo está escrito en la tragedia griega.

–Hay una obsesión por el tiempo también en este libro, en el que pasado y presente se entremezclan para darnos una explicación de quiénes somos. ¿Ha averiguado algo sobre usted mismo escribiéndolo?

–No lo sé, pero creo que sí. En la medida en que vas profundizando en el pasado entiendes mejor lo que eres. Hay un tópico muy perjudicial, que es la idea de que el hombre medieval, por no hablar del hombre del paleolítico, era salvaje. Pero realmente las sociedades primitivas preindustriales eran altamente complejas, muy organizadas, socialmente muy estructuradas. Tú y yo somos genéticamente iguales que los hombres que vivían en la península hace 30.000 años. No tenemos más capacidad cerebral ni somos más listos: nos diferencian la técnica, la educación, el entorno. Eso es lo que he aprendido: que no somos distintos.

–De todos los lugares, mitos y leyendas que reseña, ¿tiene un favorito?

–Tengo fascinación por Galicia, porque es lo que más conozco. Pero por ejemplo me gusta mucho la tradición del Colacho, en Burgos, que es un demonio con un látigo de cola que va persiguiendo a los niños, y los vecinos ponen a los bebés en los colchones para que el demonio salte por encima. ¿De dónde viene esa tradición de la Edad Media? De los visigodos. Es fascinante que nos llegue hasta hoy. Lo mismo con las brujas: en España hay muchísima tradición, pero yo no creo que fueran adoradoras del Diablo. Tiene que haber una explicación sociológica al comportamiento de aquellas mujeres, y por eso me interesa seguir investigando.

Tinta en vez de sangre

–Después de toda una vida viviendo en los periódicos, aunque siga siendo columnista, ¿cómo se vive fuera de la redacción?

–Yo empecé trabajando cuando vivía Franco en un periódico del movimiento. Aún existía la linotipia. Estamos hablando de hace 48 años... He visto la enorme evolución del periodismo, la llegada del huecograbado, del offset, de los ordenadores. ¡Podría escribir la historia del periodismo en España! Pero no lo voy a hacer. No voy a decir que el periodismo era mejor antes que ahora, pero sí que se hacía periodismo. No tengamos una visión maniquea de la realidad. Lo que sí ha sucedido, y en eso no hay debate, es que el periodismo ha entrado en crisis porque su modelo económico ha quebrado. Las ventas quiosco se han reducido en más de un 80 %, y en una proporción similar, los ingresos de publicidad, y por lo tanto el negocio de la prensa se ha convertido en algo muy precario. Hoy se trabaja con mucho menos medios y los sueldos son más bajos.

Uno de los primeros días de la redacción de El Mundo con, Pedro J. Ramírez, Tomás Roncero, Rubén Amón y Pedro García Cuartango

–Pero el periodismo no está en crisis solo por la crisis de la empresa periodística. También hay una crisis deontológica.

–Sin duda. Las redes sociales han contaminado el periodismo, así como la obsesión por el clic y nuestro afán de protagonismo. Hay muchas causas por las que el buen periodismo ha perdido credibilidad. El periodismo está atravesando una gran crisis y necesita reinventarse. Necesitamos hacer otro tipo de periodismo.

–¿Cree que es posible?

–No lo sé. Soy de naturaleza pesimista, pero creo que en algún momento el periodismo y la democracia parlamentaria en España se regenerarán a través de nuevas generaciones y nuevos políticos que tengan una visión de futuro que no tienen los actuales.

–¿Traza ese paralelismo entre el periodismo y la regeneración política? ¿Ambos deben entenderse como servicio al otro?

–Sin duda. El periodismo es el servicio a la verdad. No le demos más vueltas. El único compromiso del periodista debe ser con la verdad. El periodismo no es algo instrumental, ni para favorecer a un partido, ni para servir a unas ideas, ni para ser utilizado por los lobbies. El periodismo está para contar la verdad. En ese sentido ha sido, es y será un contrapoder. Y si olvidamos eso, estamos olvidando la naturaleza de nuestro trabajo.

–Usted empezó a escribir durante el franquismo. ¿Qué piensa ahora de la cultura de la cancelación?

–En España hay una gran libertad de expresión y una democracia consolidada. No podemos caer en el victimismo. Es verdad que vivimos en la tiranía de lo políticamente correcto, pero la cultura de la cancelación es absurda. Es un disparate. En Londres querían quitar la estatua de Churchill porque decían que era machista. No se puede juzgar la historia con los valores del presente. Entender la historia es situarla en un contexto y entender los valores de la época.

Vivimos en la tiranía de lo políticamente correcto, pero la cultura de la cancelación es absurda. Es un disparate

–Algo en lo que siempre dice que jamás ha claudicado es en decir la verdad.

–Así es, y he pagado un precio. Yo creo que viene de mi formación católica. Mi padre era una persona muy recta y me inculcó el odio por la mentira. Yo siempre he sido sincero y he dicho lo que creía que tenía que decir; puede que a veces me haya equivocado, y me arrepiento de cosas que he dicho, pero nadie me dirá que he mentido deliberadamente, para favorecer a alguien o para conseguir un beneficio personal. Mi profesión ha sido casi una religión y en eso no voy a abdicar. Tengo la frente bien alta.

–¿Y nunca ha pasado miedo?

–Sí, aunque realmente yo no soy miedoso; al revés, soy bastante temerario. Nunca he sido sensible a las presiones, y he sufrido muchas, aunque sí he temido por mi futuro profesional. Pero siempre he actuado en base a mis principios. Y he sufrido muchas intimidaciones. Cuando publiqué los papeles de fútbol, los Football Leaks, me presentaron una querella. El juez me amenazó con meterme en la cárcel, pero yo no cedí. Tenía muy claro que lo esencial era contar la verdad. ¡Somos periodistas! ¿Qué hubiera pasado si Bernstein hubiera accedido a las presiones de la Casa Blanca, de Nixon, y no hubieran contado el Watergate? El periodismo al final te enfrenta al poder, sea quien sea quien gobierne.

–¿Está hastiado de hablar de la actualidad?

–Me estoy alejando mucho de la política. Es muy cortoplacista, muy nominalista, no hay debates sustantivos sobre los impuestos, la seguridad social, la educación. Todo son descalificaciones. Pero la política es necesaria, nos permite mejorar la vida, pero exige una altura racional.

–¿Es muy crítico con la clase política?

–Sí. Creo que la clase política en la transición era mucho mejor, quizá porque estaba cerca del franquismo y tenía la memoria de la guerra y todos hicieron un esfuerzo para que no se repitiera ese pasado trágico, ignominioso. Ahora la gente da por hecho que esta democracia es eterna. Y hay líneas rojas que se cruzan todos los días.

–¿Por qué sigue escribiendo?

–Porque lo necesito. Porque no puedo vivir sin escribir. Porque soy periodista. Mi ADN, mi genética, es para escribir. No concibo la vida sin escribir y sin leer, que son dos aspectos de lo mismo. Es una cuestión vital. De hecho, no creo que en la finalidad instrumental de la lectura, para tener conocimientos, para tener cultura, incluso para tener poder. Yo leo por placer.