Octava de San Isidro
Morante es la perla y El Juli el maestro
La espada en ambos casos impidió el atisbo de trofeos en una tarde que alcanzó su máximo brillo en las verónicas del sevillano y la calidad superior en la muleta del madrileño
A las siete menos 10 comienza el pintor a pintar las rayas y a las siete menos cinco ya las tiene pintadas. En el día de la revelación de vida de Rafael Nadal, un torero que tiene su estatua en su plaza de París, parecía que pintaban las líneas de la Chatrier, la Chatrier de Madrid, que daba miedo por el cartel.
Morante parecía la perla de Steinbeck con su turquesa. Su montera lagartijera se meneó al segundo lance, diciendo ya que nanay. No hacía caso el Alcurrucén, que rebotó en el caballo como sobre una colchoneta y se dio un garbeo, unos cuantos.
Las banderillas hubo que ponérselas por el izquierdo, como si no viera por el otro. Distraído, reservón a ratos, peligroso e imprevisible, la embestida se le acabó en cuanto le probó (estoque en mano) un poco el de la Puebla, cuya montera entre las olas ya había avisado. Lo mató de un espadazo a la remanguillé para finiquitar el entuerto y el gafe que parece tener el sevillano en este San Isidro: tres toros, tres imposibles de cajón.
Una corona de laurel traía en la cabeza el segundo de la tarde, y como un César humilló en el capote de El Juli sin perder la fijeza ni un segundo. Lo vio Rufo en el caballo tan bien que se fue a por el quite. Al segundo par, ¡ay!, el sabueso se paró como si Paul Newman le hubiera echado los polvos igual que a los perros en La Leyenda del Indomable.
Pero El Juli despierta a los muertos, aunque no fuera el caso. No del todo. Lo metió el madrileño con profundidad en su muleta y menos emoción hasta que miró al 7, que le decía que distancia, y entonces les leyó Crimen y Castigo a muletazos bajos, pegado a la corona. Ligazón y hondura y valor. Desplante y dominio y algunos picos cerrados sin remedio. Pinchazo hondo y descabello y valioso saludo desde el tercio.
El recibo de Rufo al tercero fue una colección de verónicas larguísimas y verdaderas, como gotas gordas de primavera. Se lanzó con alegría al peto levantando los cuartos traseros. Y menudo par el segundo de torería, sangre y azabache. El parazo que antecedió al brindis en los medios y desde allí que se vino galopando. Pero luego se lo fue dejando Rufo vivo, al buen toro, en el ínterin de algún muletazo (uno o dos como mucho) de una faena perdida y alargada lastimosamente hasta la eternidad del primer aviso antes de entrar a matar de bajonazo sin nombre (que atravesó al animal), como toda la actuación decepcionante.
Una vez se estiró Morante, una, y la plaza se cayó. Una parte solo. Lo vio El Juli para el quite por chicuelinas y luego fue el de La Puebla ante la emoción que se suspendió en las verónicas de la tarde, las mejores del mundo. Por alto lo empezó en estatua con la muleta y luego lo quebró por bajo antes de llevárselo al 6, donde la cosa fue a menos por un momento... hasta que tomó la izquierda y dio dos naturales para quedarse a vivir un verano adolescente.
Aún tuvo por la derecha un pase y quiso matarle bien, con emoción y torería, pero pinchó. A la segunda sí y hubo palmas de verdad y saludo morantista, teatral, desde el tercio. En la poca esperanza del quinto, despertó El Juli la desidia de los tendidos. Primero con la izquierda larga, luego con la derecha un poco menos, pero alimentando al toro hasta llegar otra vez a la izquierda. Un trabajo sabio de almacenamiento, de poderío, cuya estantería se le desmoronó en la suerte suprema. Hasta cuatro veces entró a matar sin tino, lo que no impidió las palmas de nuevo.
Un ídem hizo Rufo en su segundo de la tarde respecto a su primero. Un poco mejor, mejor colocado, no tan atropellado, pero alargándose por las palmas generosas, no inmerecidas, y con el pecadillo de aburrir en lo que ya no tenía retorno. Y no lo tuvo.
ficha del festejo
- Jueves 18 de mayo. Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, octava de abono. Corrida de toros. Lleno. Ganadería de Alcurrucén.
- Morante de la Puebla (azul celeste y oro), silencio y ovación.
- Julián López El Juli (verde botella y oro ), ovación y aviso y ovación.
- Tomás Rufo (gris plomo y oro), silencio tras aviso y silencio.