¿Por qué 'La Gran Belleza' es un manual antiwoke?
Se cumplen diez años del éxito (casi) sin precedentes de la película clásica y a la vez moderna, ajena a toda convención, de Paolo Sorrentino
La Gran Belleza (2013) de Paolo Sorrentino parece susurrar en el cine y lejos de él, como una presencia casi fantasmal. Los ecos de La Dolce Vita, los retazos fellinianos, son como carnaza para cubrir el cupo cinéfilo, la denominación de origen, el sello de calidad reconocible para convertir la locura en algo más ordenado.
El vacío existencial de Jep Gambardella convertidos ambos, argumento y personaje, en iconos culturales «elitistas» que se han ido desprendiendo en estos diez años de todo su aderezo artístico para ir dejando, como si tuviera una vía de agua, solo «La Gran Belleza» del título, pese a todos los obstáculos sociales a los que venció recaudando 25 millones de euros, cuando solo costó 9.
Ese triunfo económico fue el primer aldabonazo industrial y comercial de una obra que no iba a serlo y que no quería serlo de ningún modo. Desde esa altura el mensaje se extiende con mayor facilidad, como el agua de los aviones de extinción. El retrato vivo, psicodélico algunas veces, de un escritor, rara avis, que es el espejo de una sociedad vacía que sin embargo camina de madrugada, después de la fiesta sin fin, por las calles vacías de Roma como el mayor filósofo de la humanidad que se va a dormir por la mañana.
Dios reflejado en el hombre
Hay una especie de descubrimiento «estoico» y maduro del «epicúreo» e infantil Jep. Y ese es un camino casi oculto y contrario al camino de la sociedad actual. Jep la abandona progresivamente, a la sociedad, después de haber estado sumergido en ella, voluntariamente ciego de mundanidad. Es una historia típica, pero soterrada y por ello distinta, nueva, donde el amor, el hastío, la vulgaridad, la realidad de un occidente en decadencia representada en el hombre que contempla desde su casa [donde celebra frívolas fiestas como la de los nobles decadentes de Fellini] el mismísimo Coliseo en una radiante y estética metáfora.
Jep Gambardella es el hombre al que salva la Belleza en su madurez, la belleza de la vida dura también, la de la enfermedad y la de la muerte, la del paso del tiempo, la de la cercanía de la vejez que trata de alejar inútilmente con la trivialidad de su discurrir esnob, cínico elegante, que empieza a cambiar con la contemplación real de la Belleza: ¿Dios reflejado en el hombre? El escritor de una sola novela de juventud que vive de sus reportajes de relumbrón, aparentemente satisfecho, como la sociedad, que un día le confiesa a un amigo, quizá el único verdadero, que a lo mejor vuelve a escribir ante la inmensa alegría de este.
El camino de la redención
En La Gran Belleza Jep Gambardella estaba decidido a morirse sumergido en la decadencia de su imperio, pero le rescata el recuerdo del amor perdido y no olvidado, a pesar de las apariencias, que regresa en el hombre viudo y triste que le hace sentirse viudo y triste al comunicarle la noticia de la muerte, cuando él nunca se casó ni se entristeció. O la exposición de fotografías que empezó un padre sobre su hijo y que continuó el propio hijo para retratarse todos los días de su vida y que provoca sus lágrimas incontenibles ante la imponente creación.
La vida real que acaba venciéndole para redimirle en una especie de epifanía milagrosa que llega a través de la Belleza. La Gran Belleza que empezó describiendo el camino de la degeneración humana y terminó, y sigue terminando diez años después, mostrando el camino, un atípico y bello manual antiwoke, de la libertad y de la redención.