Mario Calabresi: «Los terroristas deberían dar un paso atrás y guardar silencio por respeto a las víctimas y al daño causado»
El 12 de diciembre de 1969 estalló una bomba en la sede milanesa de la Banca Nazionale dell'Agricoltura, situada en la plaza Fontana. Murieron 17 personas. Otras 88 sufrieron heridas. La policía centró inmediatamente sus investigaciones en varios grupos anarquistas, uno de cuyos miembros, el ferroviario Giu-seppe Pinelli, antiguo partisano y conocido pacifista, fue detenido horas después del atentado.
Muy pocos sabían entonces que la matanza en Milán, la llamada «strage di piazza Fontana», había sido cometida por neofascistas, asesorados y amparados por los servicios secretos. Muy pocos sabían entonces que estaba fundándose una organización clandestina de izquierda revolucionaria llamada Brigadas Rojas, con la violencia como instrumento y con una doble misión: acabar con la moderación y el reformismo del Partido Comunista, por un lado, y, por otro, evitar un golpe de Estado del ejército y la ultraderecha similar al de Grecia en 1967.
Italia empezaba a precipitarse en unos largos y oscuros años de terror, los años de plomo.
–¿Qué fueron los ‘años de plomo’ y hasta qué punto han marcado lo que Italia es hoy?
–Fue un terrorismo que afectó a toda Italia, especialmente al norte del país: Turín, Milán, Génova, las ciudades industriales; y que nació en las fábricas y las universidades con la idea de generar una revolución. Para ello, había que destruir los símbolos del poder. Digamos que comparado con el terrorismo vasco, duró la mitad de años y causó la mitad de muertes, poco menos de 500 personas.
–En el libro menciona nombres, siglas, grupos armados, partidos políticos… ¿Cómo era la situación que desembocó en el atentado de Piazza Fontana en 1969?
–En Italia hay dos tipos de terrorismo: el «rosso», que es el terrorismo comunista, rojo como la sangre después de la revolución, y el negro, el terrorismo neofascista, que masacra porque quiere crear terror y espera que con ello se produzca un giro autoritario, como en Grecia con los militares o como en España con Franco. El atentado de Piazza Fontana fue el primer gran acto de esta estrategia de terror.
–Tras ese atentado se captura al anarquista Giuseppe Pinelli, pero durante su interrogatorio cae por la ventana y muere. Y su padre, Luigi Calabresi, es acusado de su asesinato y acribillado por ello. ¿Qué sucedió aquella mañana?
–Mi padre había salido por la mañana, pero decidió volver y cambiarse de corbata: se puso una blanca, «como señal de pureza», dijo. Después, lo dispararon por la espalda y lo remataron con un tiro en la nuca. Mi madre estaba embarazada, y yo tenía 3 años, así que apenas recuerdo nada: pero sí recuerdo estar con ella cuando le dieron la noticia, y sentir el terror. Estaba agarrado a su falda, a sus piernas, y todo daba vueltas. Y es curioso, porque esos recuerdos no son en color, sino en blanco y negro.
–Cuenta que tiene dos recuerdos: uno aterrorizador, agarrado a las piernas de su madre, y uno muy hermoso, que implica un trombón.
–El único recuerdo que tengo de mi padre es el de la última mañana que pasamos juntos. Es nítido, bellísimo, una sensación maravillosa. Me llevó a ver el desfile de los soldados de montaña, y subido a sus hombros, me dejó tocar un trombón, solo por un momento. Tuve miedo, pero él me transmitía confianza, y me dejó de asustar la multitud; todo parecía soleado y cálido. Fue una sensación muy intensa, que aún puedo sentir hoy, viva, clara, limpia.
–Dice que esa sensación de paz en medio del tumulto le ha acompañado siempre, en la caída de Prodi, cuando cubrió los atentados del 11-M, el inicio de la guerra de Irak...
–Es el legado que mi padre me ha dejado. La serenidad, la calma, la paz. Cuanto más deprisa va todo a mi alrededor, más despacio puedo pensar.
–Una brutal campaña de difamación, jaleada por los medios de comunicación, situó a su padre en el punto de mira de los terroristas. ¿Cómo se hace frente a algo así?
–Cuando mi padre estaba vivo, intentaba protegernos, proteger a la familia de los constantes ataques, amenazas, insultos, cartas, pintadas en la calle... Nunca hablaba de ello. Pero mi madre ha ido descubriendo, poco a poco, lo que sucedía. Y yo quería entender: cuando tenía 15 años empecé a hacer preguntas, pero esto alentaba el sufrimiento de mi madre, y yo me sentía culpable. Así que comencé a ir a la biblioteca y a bucear en los archivos para leer los periódicos de aquellos años. La impunidad era total. A mi padre le acusaron de asesinar a un hombre cuando él ni siquiera se encontraba presente en ese momento en la comisaría.
–¿Fue ese el motivo por el que decidió hacerse periodista?
–No, «me hice periodista» durante el juicio. Me gustaba verlos tomar notas, hacer preguntas, escribir. Me parecía un trabajo honesto ese de reconstruir los hechos. Pero nunca pensé en hacerme periodista para encontrar la verdad sobre la muerte de mi padre, sobre mi historia. Aunque lo que sí me ha enseñado mi historia es que hace falta un periodismo que respete a la persona.
–El legado que mi padre me ha dejado es la serenidad, la calma, la paz
–En el libro relata la historia de otras víctimas, como Custra, Marangoni, Magi... ¿Es una forma de hacerles justicia?
–Absolutamente. Dar voz a las víctimas es una forma de hacer justicia, porque es mucho más difícil dar voz al que sufre que al que hace sufrir. Lo gracioso es que al principio yo quería escribir este libro hablando únicamente de otras víctimas. Pero un amigo me dijo que debía partir de mi propia historia. Yo me negaba, decía: «¡Yo soy periodista! Yo cuento lo que les sucede a otros». Pero finalmente he entendido la importancia de mezclar ambas cosas.
–Algunas víctimas no quieren hablar de terroristas, les molesta el debate sobre si pueden trabajar en las instituciones o ser diputados. ¿No es importante este debate?
–Es un debate importante, sí, pero en Italia se ha superado. Sé que en España existe, y es un debate fundamental, por un lado para conseguir superar la época del terrorismo y, por otro, para pacificar la sociedad civil. Por eso hacen falta las dos cosas: ocuparse de los terroristas y de su reinserción en la sociedad pero también de las víctimas: escucharlas, respetarlas y no dejarlas solas. Sin ambas no hay paz.
–Escribe: «El país parece estar aquejado de un analfabetismo en cuanto a sensibilidad». ¿Italia tiene todavía hoy una deuda con esta sensibilidad?
–Han pasado muchos años y creo que Italia ha caminado mucho, ha dado muchos pasos y ha mejorado en esto: ahora hay una mayor sensibilidad, una mayor atención. Se ha instaurado el Día de las Víctimas del Terrorismo el 9 de mayo, cuando se conmemora el asesinato de Aldo Moro, y en general los presidentes de la República se han portado bien. Giorgio Napolitano se ha detenido a escuchar a las víctimas; ya no hay una visión romántica del terrorismo.
–Pero durante años sí se ha romantizado «la lucha»...
–Ya no; tal vez aún en pequeñas partes, pero antes había una idea de guerra, de lucha entre bandos. Y los terroristas eran simplemente unos que habían luchado y habían perdido. Pero es importante introducir en el debate el hecho de que se equivocaron, y perdieron. Sin romanticismo alguno.
Hacen falta las dos cosas: ocuparse de los terroristas y de su reinserción en la sociedad, pero también de las víctimas: escucharlas, respetarlas
–Hablando de Napolitano, dice que trata de hacer de la patria un hogar de convivencia, pero que se percibe en él la urgencia de sanar este malestar.
–Lo fundamental que puede hacer la política para pacificar la sociedad es trabajar por la pacificación a través del consenso institucional, un alto sentido común, y sin hacer del terrorismo y de las heridas del pasado un debate político cotidiano. No necesitamos polémica y confrontación, sino silencio, respeto y atención.
–Su madre es una firme defensora del perdón y la reconciliación. ¿Usted está en ese camino también?
–No, no. Mis hermanos y yo hemos hecho el camino de la reconciliación. El del perdón es el camino de mi madre.
–¿Le ayudó el perdón del juez Salvini?
–El suyo no, pero sí ha sido importante para mí que tantas personas hayan reconocido que estaban equivocadas y que el terrorismo fue una salida terrible y muy grave.
–Mikel Azurmendi, ex terrorista de ETA, decía: «En ese confluir del dolor y la vergüenza de uno por lo que ha hecho y el dolor y el peso del otro por lo que ha sufrido es donde se encuentran los dos rostros: el otro es necesario».
–Es necesario, diría que fundamental. Pero para ello tienes que tener delante a una persona que se cuestione lo que han hecho. Si no, es imposible ese encuentro.
–¿Cómo cree que convive el dolor de las víctimas con los «derechos» de los terroristas a reinsertarse en la sociedad?
–Creo que es útil para la sociedad. Los terroristas deben dejar de serlo y reinsertarse, pero esto debe hacerse siempre con el respeto a las víctimas en el centro. Los terroristas deberían dar un paso atrás y guardar silencio por respeto a las víctimas, por respeto al daño que han causado, deberían dar un paso atrás e incluso guardar silencio, no estar dando conferencias y firmando libros.
–Las víctimas hablan siempre de memoria. ¿En qué consiste la memoria a un nivel social, colectivo?
–La memoria colectiva es una memoria compartida que debe basarse en la verdad, la justicia y el respeto a la persona.
–16 años después del asesinato de Gigi, Marino confiesa. Usted decía que habrían dado diez años de vida por entender quién y por qué, y dieron 16. ¿Hasta qué punto la verdad y la justicia son fundamentales para empezar un camino de perdón?
–Fundamental. Si no tienes verdad, vives como un fantasma, con una nube oscura sobre tu cabeza. Por eso la verdad es fundamental para poder mirar al futuro y la justicia es fundamental para sentir que no estás solo. En nuestro caso la justicia llegó. Tarde, pero llegó. Más vale tarde que nunca.
–Se sentaban en el juzgado y miraban a la cara a los asesinos de su padre. ¿Cómo fueron esos días?
–Muy duros, muy cansados. Estábamos exhaustos. Mi madre lo vivió de otra manera, incluso lograba ver cosas buenas, pero a mí me incomodaba mucho. A menudo hoy mis hermanos y yo bromeamos con mi madre. Cuando nos dice que tenemos que aprender a perdonar, le decimos: «Mamá, tú has emprendido el camino para convertirte en santa. Pero nosotros no».
–Escribe también que los «héroes» eran personas normales, pero con la característica de haber sentido una pasión infinita por lo que hacían. ¿Era así su padre? ¿Ha querido ser como él en este aspecto?
–No me gusta la palabra héroe. Es importante decir que todas esas personas, incluso las que fueron asesinadas porque hacían bien su trabajo, eran personas normales. No eran héroes. Mi padre no era un héroe. Los héroes son inalcanzables, lejanos, casi inhumanos. Las personas en cambio pueden ser ejemplos a seguir.
–¿Cuál es su opinión sobre la política italiana actual?
–Hay un Gobierno muy fuerte, el primero verdaderamente de derechas de la historia de Italia, y muy conservador. En mi opinión, no es un gobierno con el nivel de preparación y experiencia necesarios para los problemas de la Italia actual. Es un gobierno fuerte políticamente, pero débil técnicamente, y muy conservador en temas de derechos sociales. Pero no creo que sea un gobierno peligroso para la democracia, ni que la democracia esté en peligro. Es un gobierno que respeta las formas de la democracia. No, no veo ni un peligro para la democracia en el gobierno ni un peligro violento como en los años setenta.
–Su madre siempre dice que en la cabeza no había dos Italias, sino una. ¿Qué opina?
–Sí, había dos Italias diferentes. Una pensaba que mi padre era una persona inocente, otra que era culpanle. Había una Italia que defendía a los terroristas y una Italia que estaba en contra de los terroristas. Italia estaba dividida en dos. Hoy, sin embargo, esta fase ha terminado, y la gran mayoría de la gente condena claramente todo lo que fue el terrorismo y piensa que mi padre era una buena persona.
–«Había que apostarlo todo al amor por la vida», dice cuando sube al Valle de Aosta tras la muerte de su abuelo. ¿Lo ha conseguido?
–Es la historia de mis años de vida y la lección de mi madre. Y soy de la opinión de que no hay que vivir cautivo del pasado con la cabeza vuelta hacia atrás, sino que hay que mirar hacia delante y tener pasión por el futuro. Por la vida. Todo ha encajado en su sitio y ahora me siento en paz.