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anecdotario de escritoresFernando Bonete

Hemingway y sus accidentes

La carrera de Hemingway fue prolífica en muchos sentidos. Se habla de su alcoholismo, de su promiscuidad; no tanto de sus accidentes, verdadera prefiguración de su muerte por suicidio

La carrera de Ernest Hemingway (1899-1961) fue prolífica en muchos sentidos. Se habla sobre todo de su alcoholismo, materializado en el litro de whisky al día que bebió durante los últimos veinte años de su vida –atestiguado por su hijo Patrick– y sus ginebras holandesas con lima para el desayuno –brebaje que él mismo inventó–. Como le gustaba beber con las mujeres, a las cuales humilló siempre que pudo –sobre todo si estaba casado con ellas– también se habla de su promiscuidad redomada.

Se habla menos de su obra, porque hoy ya prácticamente nadie lee, y quienes han leído a Hemingway solo han pasado por las páginas de El viejo y el mar (1952), y dando gracias. Pero está bien, porque por esta novela le dieron el Pulitzer en el 53 –leer algo premiado es para muchos el único motivo para leer–. Un año después ganó el Nobel de Literatura.

Pero de lo que se habla poco, muy poco, es de la gran cantidad de accidentes que tuvo. El biógrafo Jeffrey Meyers llegó a elaborar un listado por años de estos percances –Hemingway: una biografía (1982)–, listado que luego recuperó el historiador Paul Johnson para redondear su perfil sobre el literato en su conocido ensayo Intelectuales (1988). No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que Hemingway es el escritor más accidentado de la historia.

Obviando los más leves, y sin contar los de niño –entre otros, se abrió las amígdalas al caer al suelo con un palo, y se clavó un anzuelo en la espalda–, fue víctima de una explosión en la Gran Guerra (1918); se cortó los pies al caminar sobre cristales rotos (1920); sufrió graves quemaduras al golpear un calentador de agua (1922); tuvo un derrame en su ojo bueno al sufrir un corte de su hijo (1927); se le vino toda la estructura de una claraboya encima al confundir el tirador con la cadena del baño (1928); se rompió el brazo en un accidente de coche (1930); se disparó en la pierna al intentar arponear a un tiburón (1935); se rompió el dedo gordo del pie al patear una puerta (1938); se rompió tres costillas y una rodilla en otro accidente de coche (1945); recibió cortes profundos al jugar con un león (1949); sufrió dos conmociones cerebrales, una al caer de su barco (1950), otra al sufrir dos accidentes de avión en menos de un día (1954).

¿Buscaba Hemingway la muerte? La mayor parte de las oportunidades que se le presentaron de alcanzarla se las buscó, tal y como se buscó un infructuoso refugio en el alcohol. Los accidentes buscados, tanto como el alcohol, fueron la desembocadura de una profunda insatisfacción personal, resultado de pretender la excelencia creativa sin límites ni excepciones, esto es, un imposible. Ambos fueron también una prefiguración de su final. Depresivo, paranoico, Hemingway cogió su escopeta el 2 de junio de 1961 y se suicidó.