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El diestro Fernando Adrián saluda a hombros con las orejas tras la faena al segundo de su lote, en la corrida de la BeneficenciaEFE

Corrida de la Beneficencia

Segunda Puerta Grande consecutiva para Adrián con el Rey de testigo

Excesiva segunda oreja para el madrileño. Castella se perdió en pases y De Justo no los encontró

El Rey en los toros. Como debe ser. Minuto de silencio por Iván Fandiño. La Fiesta Nacional. Un primero recogidito, miniatura. Castella le cogió hasta en la chicuelina. Pitaban los pitones. No los del toro, que hincó la cornamenta, esta vez sí, la suya. Se dio la vuelta como Adrián al quite de De Justo. Que salió por los aires levantado por el vientre. Justo antes un Séneca había dicho: ¡Y ese quite a destiempo!

Y tenía razón. Empezó por arriba, quieto en los medios, el francés ¡novedad!, pero luego se redimió, si es que se hubiera tenido que redimir, con una lentitud a la que no acompañó el vaivén del toro en cada pase, sí, pero no. Bonito, pero no tanto. ¿Era el tamaño del animal? Le hizo Castella de todo, pero como si nada. Ni las manoletinas fueron emocionantes, aunque lo fueran. Mató a la segunda y se oyó el acero entrar en el silencio.

El segundo se presentó como otra cosa. Un toro, por ejemplo, que se fue al caballo desde lejos y se llevó dos buenos puyazos sencillos, directos. Un picador mudo que llegó y se marchó entre aplausos. Se le volvía a De Justo el toro rápido porque había océanos de claridad donde tenía que haber un trapo rojo. Ni un muletazo pudo cerrar el extremeño en el silencio que seguía. El silencio del malo.

Otro torito pusieron en el aparador. Y mientras salía trompicado del caballo, en el 8 se zurraban de lo lindo unos espectadores. ¡Fuera, fuera!, gritaban los tendidos, pero parecía que decían: ¡Pelea, pelea! El toro estaba derrengado, como la lidia, un sindiós por dentro de las rayas. Vino la policía y se llevó a los púgiles. No quiso lo mismo el presidente con el torito sin manos, inválido, frente al que Adrián se puso a torear de rodillas a una distancia sin razón. Le cogió, claro, de muy mala manera y sin sentido del torero, que siguió exponiéndose, empecinado en mostrar no se sabe qué en la imposibilidad del triunfo. No podrán decir, al menos, que le faltó actitud. Sí que le sobró.

Fernando Adrián durante la faena al primero de los de su loteEFE

El segundo de Castella salió pitando con la primera vara. En la segunda ya se quedó y apretó los riñones. Luego hizo amago de querer irse, buscando toriles, manseando. Todo el rato mirando hacia allí. Tanto que enfiló a un banderillero sin velocidad que acabó soltando los palos y tomando el olivo. Había que templarle al Juan Pedro, pero no estaba el francés para ingenios. Sí tenía ganas, pero ganas damasianas. Le mató a la primera y hubo petición de oreja, que no se concedió, por suerte, aunque sí la vuelta. Por si faltaban más vueltas. Cómo estaba el patio que hasta el 7 estaba callado, rendido al sopor, al «destrapío», a la justeza de fuerzas y a la ausencia absoluta de emoción y de transmisión.

Al quinto de Victoriano lo recibió De Justo con verónicas y chicuelinas. Insistió con el quite de Chicuelo tras la primera vara. Por segunda vez falló en la buena arrancada el varilarguero. Y para terminar la voltereta y el quite flojo, pero plausible (ya es bueno, casi siempre, no perdonar) de Adrián con las saltilleras anteriores. Rebrincaba el toro y se arrancaba. Se metía por dentro. No sabía por dónde cogerle De Justo, que no tenía tiempo ni para el desplante de primeras. Siempre tarde el extremeño, sin dominio. Y además pinchó antes de matar de estocada trasera que necesitó de verduguillo.

El sexto de Juan Pedro se quedó sin castigo. Y vio Dios que era bueno. Brindó Adrián a Abellán y se fue a los medios y se lo pasó por delante y por la espalda. Bien clavado y despacio. La segunda tanda fue menos lenta, pero más ligada. En la tercera aguantó Adrián una embestida escalofriante que se quedó sin serlo. Mirando a las nubes. Mucho valor en el cambio de manos en mitad del recorrido que podía ir templado, pero no quiso. Emoción en la temeridad al de Juan Pedro, que iba teledirigido a golpe de trapo. Faena corta, justa, al fin, y muerte valerosa del buen toro tras el estoconazo que dio paso al suspense y a las dos orejas que eran la segunda Puerta Grande, y consecutiva, quizá el exceso popular que no frenó el presidente, para Fernando Adrián.

Ficha técnica

Plaza de toros de Las Ventas (Madrid). Extraordinaria corrida de la Beneficencia. 17.125 espectadores. Toros de Juan Pedro Domecq, Daniel Ruiz (1º y 3º) y Victoriano del Río (5º)

• Sebastián Castella (azul marino y oro), ovación tras aviso y vuelta al ruedo tras aviso.
• Emilio de Justo (lila y oro), silencio y silencio tras aviso.
• Fernando Adrián (azul marino y oro), silencio y dos orejas.
Incidencias: El rey Felipe VI presidió la corrida desde el Palco Real, en compañía de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el matador de toros Luis Francisco Esplá. Se guardó un minuto de silencio en memoria de Iván Fandiño.