Entrevista
Andrés Amorós: «Vicente Barrera era el ídolo de los socialistas valencianos, frente a Ponce… las vueltas que da la vida»
El crítico literario y taurino publica La Inteligencia del Toreo (El Paseíllo, 2023), un tratado de tauromaquia a través de su análisis y de las palabras de sus 18 figuras del toreo protagonistas
Casi da miedo saltar al ruedo infinito, no solo taurino, ni mucho menos, de Andrés Amorós. Y se dice casi porque don Andrés es amable hasta el delirio que anula las pulsaciones del callejón antes del paseíllo. La Inteligencia del Toreo (El Paseíllo, 2023) es su último libro. Dieciocho retratos de dieciocho figuras de la tauromaquia a las que el crítico entrevistó y de las que fue su amigo. O fue su amigo y luego las entrevistó. Porque Amorós es un amigo y un autoridad sin parecerlo.
Después de una Feria de San Isidro decepcionante en el ruedo y mala y escandalosamente ruidosa en los tendidos (y en el palco), con los ejércitos de gintonics haciendo aflorar un pasmo muy diferente al de Belmonte (y lo que es peor, en el palco), da gusto escuchar al que sabe de verdad, de quien se aprende siempre, como decía Ortega: «Lo revolucionario de verdad, en España, sería que hablaran de cada tema solamente los que saben». De toros y de muchas cosas más sabe Andrés Amorós, y de momento y solo hasta la próxima nos conformamos con la primera.
–Conoció a Marcial Lalanda y yo, que no le conocí, no puedo evitar pensar en él a través de su pasodoble, que evoca grandeza y españolidad, un gran recuerdo de infancia, una banda sonora popular ¿Cómo de importante es la música en el arte de la tauromaquia?
–Como todo lo hermoso de esta vida, la tauromaquia va unida a la música, en muchos géneros. Ante todo, en el pasodoble: Suspiros de España, Nerva. Además, en la ópera: Carmen, El gato montés. En la música sinfónica, La oración del torero, de Turina. En la música popular, Los mozos de Monleón, El café de Chinitas. En el cuplé, El relicario. Y, por supuesto, el flamenco. Muchos toreros han sido grandes aficionados. Alberti lo explica como «ese toro metido en las venas / que tiene mi gente». Don Antonio Chacón se define: «Yo soy como los toros de Saltillo, que, cuando me llega la sangre a la pezuña, embisto con más fuerza». Peña y Goñi fue, a la vez, crítico musical y taurino. Bergamín recurre a una metáfora de San Juan de la Cruz para atisbar el secreto de la Fiesta: «La música callada del toreo».
–Su Inteligencia del toreo trae maravillas para regodearse como, por ejemplo, que a Pepe Luis Vázquez le llamaban los intelectuales el Sócrates del toreo. Gran defensor de la técnica, decía que el torero ha de crear belleza y emoción. ¿Si se crea solo emoción y técnica no sirve? ¿O solo técnica? Hay aficionados que sólo admiten una forma de torear.
–El toreo es un arte: busca la belleza, se basa en una técnica, expresa la personalidad de un artista, transmite emoción estética. También es un espectáculo en directo, irrepetible, que nace y muere para nosotros: como el teatro, frente al cine; como la música en directo, frente a la grabada. Con una dificultad añadida: el material con el que un diestro crea belleza es un animal ferocísimo, imprevisible, cambiante, durante la lidia. Por eso es tan difícil lograr una faena sublime. Pero con esa ilusión acudimos cada tarde a la Plaza. Hay que estar abierto a muchas formas distintas de torear. Todo lo que se hace a un toro tiene mérito, pero no todo tiene el mismo mérito. En arte, no todo vale igual. La unión del toro bravo, encastado, y el toreo clásico produce un espectáculo único.
El material con el que un diestro crea belleza es un animal ferocísimo, imprevisible, cambiante, durante la lidia
–Pepe Luis pensaba que siempre le había quedado algo por hacer y su hermano Manolo volvió a los ruedos por lo mismo (los sueños de torear que tenía un retirado Paco Camino o incluso un corneado Ferrera, que salió a torear con la femoral disecada «para terminar su obra»), puede ser este un gran ejemplo de que el toreo es un arte total, en el sentido de que los artistas viven su vida con el pensamiento de la creación constante…
–Les sucede a todos los toreros: todos están insatisfechos de lo que han logrado, todos aspiran al «sueño imposible» de la máxima belleza. El torero de verdad –como cualquier artista auténtico– vive ensimismado en su arte, siempre pensando en lo que ha hecho, lo que pudo haber hecho, lo que querría hacer… A esto se añade una dificultad más, en la Fiesta. Si conservan la salud, un escritor y un pintor pueden seguir practicando su arte hasta edad muy avanzada; de hecho, muchos han logrado en esos años sus mejores obras. Un torero, en cambio, depende de su físico. A muchos diestros les he escuchado lamentarse de que, cuando ven las cosas más claras que nunca, ya no tienen facultades para llevarlas a la práctica: una verdadera tragedia.
El arte no se mide con criterios objetivos, matemáticos. Excepto los mayores referentes de la historia: Cervantes, Shakespeare, Bach, Velázquez, Di Stéfano...
–¿Se puede decir, de las grandes figuras, que esta o aquella es mejor que la otra, o es una afirmación que depende demasiado de los matices?
–El arte no se mide con criterios objetivos, matemáticos. Excepto, claro está, los mayores referentes de la historia: en novela, Cervantes; en teatro, Shakespeare; en música, Bach; en pintura, Velázquez; en fútbol, Di Stéfano… Del mismo modo, Joselito y Belmonte abren las dos vías –como Platón y Aristóteles– y son los modelos siempre vigentes. Fuera de esas cumbres, depende del gusto personal de cada uno: prefieres a Mozart, a Beethoven o a Mahler; a Tiziano o a Rembrandt; a Flaubert o a Galdós; a Manolete o a Pepe Luis…
–A Jaime Ostos, lo cuenta en el libro, como tantísimas anécdotas duras, difíciles e interesantes y divertidas (un maravilloso compendio de tauromaquia para aficionados y no aficionados), que Jaime Ostos perdió cinco litros de sangre en Tarazona y se formó una cola de 200 personas en la plaza para donar. Es verdaderamente impresionante el amplio significado y la verdad de la Fiesta…
–Cuando le preguntaron a Orson Welles por los tres mejores directores norteamericanos, no lo dudó: «John Ford, John Ford y John Ford». Del mismo modo, cualquiera que se enfrenta a un toro necesita, ante todo, tres cualidades: «Valor, valor y valor». Es una condición imprescindible pero no suficiente. Para ser un gran torero, a eso tiene que añadir inteligencia, oficio, personalidad, estética, condiciones físicas, conexión con el público, ambición… Hay valientes forzados, que ocultan con alardes su inseguridad. Jaime Ostos ha sido uno de los casos de valor natural más auténtico que yo he conocido. Lo demostró muchas tardes, no sólo por su forma de afrontar ese terrible percance. Lo define bien el título de la película sobre él: Valiente, de Luis Marquina (el hijo de Eduardo, el poeta). Ésa era la gran verdad de su toreo.
–El Niño de la Capea dijo que cuando pruebas te enamoras de los toros, que se lo digan a Vicente Barrera nieto, que no había visto una corrida hasta los 18 y a los 26 era matador. A propósito del nuevo vicepresidente de la Comunidad Valenciana: ¿qué opina de los que critican que un torero sea político?
–Algunos artistas valen sólo para su arte; otros, para muchas cosas más. Vicente Barrera es abogado, inteligente, educado. Curiosamente, cuando toreaba, era el ídolo de los socialistas valencianos, de aquella «gauche divine», frente a Ponce, considerado entonces más de derechas: las vueltas que da la vida... Parece evidente que Vicente Barrera está mucho más preparado que varios de los actuales ministros españoles, lo que tampoco es muy difícil. Habrá que valorar sus aciertos y sus errores, al margen de que haya sido torero.
Nuevo vicepresidente de la Comunidad Valenciana
Vicente Barrera, el estudiante de Derecho que se hizo torero y licenciado al mismo tiempo
–En su anterior libro, Las Cosas de la Vida, hablaba del silencio como una de las claves de «el arte de vivir», el silencio de la plaza en la muleta o a la hora de matar del torero. ¿De qué forma está reflejada la vida en el toreo?
–En el silencio nacen las cosas más importantes de la vida. Por ejemplo, la creación artística. Delante del toro, el diestro afronta su destino en soledad y en silencio; usando la expresión de Jorge Manrique, pone la vida entera «al tablero». Por parte de los espectadores, valoro mucho los sabios y respetuosos silencios del público sevillano, que no deben excluir la necesaria exigencia. Lo definió Gerardo Diego: «La vida y su símbolo, el toreo». En la tauromaquia encontramos muchos valores, muchas enseñanzas útiles para la vida, además del ejemplo evidente de heroísmo: «Como el toro me crezco en el castigo» (Miguel Hernández). «Hay que ser inteligente: a bruto, gana siempre el toro» (Domingo Ortega). «Hace falta querer ser torero, pero querer-querer» (Manolo Vázquez). «El sufrimiento es parte de la gloria» (Juan José Padilla). «Quiero gobernar siempre mi vida, ser el único dueño de mi carrera, de mi libertad» (Iván Fandiño). En la Fiesta, debemos aprender a estar cada uno en nuestro sitio; a respetar a los demás, al rito y al público; a mantener la educación; a competir, pero estando siempre pendientes de si un compañero necesita ayuda…
–Cuando yo era niño mi torero favorito era Esplá (quien estuvo ayer en el Palco Real sentado a la vera de Felipe VI). Sus banderillas eran lo más esperado por mí. Después comprendí su toreo clásico, el torear con montera... ¿Por qué que un matador ponga banderillas se considera muchas veces algo similar a rebajarse? El Juli dejó de ponerlas, como tantos otros. Yo recuerdo que era un momento de gran alegría y emoción que hacía de la suerte algo esperado, no como tantas veces ahora, que parece que se pasa sin prestar atención…
–No todos los matadores de toros ponen banderillas. Deben hacerlo sólo si lo van a hacer mejor que sus banderilleros. Para el público, ésta es una suerte muy vistosa y lucida, además de arriesgada. Algunos matadores dejan de practicarla para que no les pongan el sello de banderilleros. El torero largo, completo, es el que domina a todos los toros y todas las suertes, incluidas las banderillas. Ésa ha sido la línea de Joselito el Gallo, Ignacio Sánchez Mejías, Antonio Bienvenida, Luis Miguel, Luis Francisco Esplá… Me gusta recordar dos versos de don Manuel Machado: «Antes que un tal poeta, mi deseo primero / hubiera sido ser un buen banderillero».
–El capote de Joselito, José Miguel Arroyo, tuvo momentos de gloria, como aquella tarde de la goyesca en Madrid y los seis toros, en que hubo de todo, hasta banderillas negras. ¿Fue Joselito, aunque solo fuera por un momento, el mejor torero de aquella época, a mediados y más allá de los 90?
–José Miguel Arroyo fue, sin duda, una gran figura, fiel a su concepto clásico de la lidia: variado, con el capote; dominador, con la muleta y, en aquellos años, el mejor estoqueador. Su temperamento repercutió en los altibajos de su carrera.
–¿Podría definir con una palabra para cada uno de ellos a estos tres matadores?: Enrique Ponce, José Tomás y El Juli.
–Ponce, la difícil facilidad. José Tomás, misterio y marketing. El Juli, cabeza y carácter.
Morante ha asumido su responsabilidad de primera figura, sin rehuir plazas, toros de diversos encastes ni compañeros. Así ha llegado a ser el actual rey de los toreros
–¿Sería capaz de nombrar a los cinco toreros de su vida?
–Seis, a los que yo he visto torear y me he honrado siendo su amigo: Domingo Ortega, Pepe Luis, Luis Miguel Dominguín, Antonio Bienvenida, Manolo Vázquez y Paco Camino.
–¿Demostró Roca rey en su última tarde en Madrid que es figura, o aún le queda?
–Roca Rey es ya una figura del toreo, ha demostrado muchas tardes que posee las cualidades necesarias. Ahora mismo, es el diestro con más gancho popular, pero se le plantea un gran dilema: buscar el éxito con efectismos (pases cambiados, de rodillas, circulares invertidos, mirar al tendido, bernardinas) o profundizar en la hondura del toreo clásico.
–Cuenta en el libro que Antoñete dijo de Morante, el actual rey de los toreros, que era el más valiente de los toreros artistas que había conocido. Una información valiosísima si la pudiera escuchar la plaza de Madrid. El torero al que, como afirma usted, no le hace falta cortar orejas, ni siquiera dar una vuelta al ruedo para protagonizar una tarde memorable.
–Tenía razón Antoñete. Siempre tuvo Morante una estética extraordinaria, pero, por su carácter, era irregular. En los últimos años, ha asumido su responsabilidad de primera figura, sin rehuir plazas, toros de diversos encastes ni compañeros. Así ha llegado a ser el actual rey de los toreros, como Joselito el Gallo, su modelo.
–¿Cómo ve el futuro de la Fiesta?
–Como cualquier arte y cualquier creación humana, la Fiesta es una realidad histórica. (Igual que España, como tituló su gran libro mi maestro Américo Castro). Si a los españoles, y en el mundo entero, dejara de interesar, moriría. No se puede obligar a nadie a que le gusten Beethoven o San Juan de la Cruz. Eso sí, a los que no les guste, ellos se lo pierden. Del mismo modo, no se debe obligar a nadie a que le gusten los toros, pero tampoco se deben prohibir. Es un cuestión de libertad. Y de respeto, por todo lo que significan como tradición cultural española. Por eso los quisieron prohibir los independentistas catalanes. En el mundo entero, se reconoce al toro bravo como seña de identidad de España. A Ramón Pérez de Ayala, embajador de la República española en Londres, le preguntó un periodista si creía que podían desaparecer los toros. Contestó textualmente: «No. Nunca. Los toros no pueden morir. Moriría España». Por lo menos –añado yo– lo que ha sido España durante muchos siglos. Espero que eso nunca suceda. Y que yo no llegue a verlo. Los indicios no van por ahí. Este San Isidro ha atraído más publico que nunca, desde hace muchos años. Y gran parte de ese público son jóvenes, que reaccionan contra los ataques desaforados que está sufriendo la Fiesta (deseo que reaccionen también contra tantos disparates de la llamada cultura woke) . Lo que sí advierto es desorientación, falta de criterio. Igual que en España. La Fiesta siempre ha reflejado la situación de nuestra patria. El riesgo que veo más posible no es la desaparición sino la banalización del espectáculo, el «todo vale», el abandono de las reglas clásicas. Contra eso debemos luchar. Y recordar siempre a Cervantes, nuestro padre común: «Aún hay sol en las bardas».