El manual electoral que usó Cicerón para ganar las elecciones y que hoy sigue siendo de plena eficacia
Cicerón tiene todos los consejos necesarios para captar la opinión pública y sortear las dificultades en un entorno repleto de corrupción y con muchas promesas que hacer, aunque nadie las cumpla
La campaña electoral ha comenzado. Aunque, en la práctica, la maquinaria de propaganda no deja de estar en funcionamiento ningún día al año. Puede que ni durante la jornada de reflexión. En muchos aspectos, la contienda por captar votos y simpatía popular no difiere hoy de lo que sucedía hace más de veinte siglos. De hecho, bastantes de los consejos electorales que eran útiles durante la República romana hoy lo siguen siendo. Y la familia Cicerón da testimonio de ello.
A Quinto, hermano del famoso orador y político nacido en Arpino, se le atribuye, con algunas dudas, la obra titulada De petitione consulatus o Commentariolum petitionis –cada editor opta por una de estas dos fórmulas–, y que podría traducirse al español como Manual para un candidato, Breviario de campaña electoral (así prefiere Alejandra de Riquer en su traducción para Acantilado) o Cómo ganar las elecciones (así se encabeza la traducción de Eduardo Fernández para Rialp). Un librito que, tal como dice Emilio del Río, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, «es de una modernidad absoluta, impresionante, parece un manual de campaña escrito hoy mismo».
Quinto, aunque cuatro años más joven que Marco, disponía también de experiencia política –y, sobre todo, militar–: había logrado ser gobernador de una provincia en el 58 a.C. Con un estilo muy directo y pragmático redactó para Marco esta guía, que ocupa menos de 4.400 palabras, y en la que le aporta las pistas suficientes para ganar las elecciones a cónsul.
La eficacia de este manual electoral está fuera de toda duda: Marco Tulio Cicerón cosechó una apabullante victoria en el año 63 a.C., y fue elegido cónsul de Roma, la máxima magistratura de aquel entonces antes de que Julio César impusiera su dictadura y Octaviano le diera carácter constitucional y permanente al poder autoritario bajo denominaciones como princeps (el eufemismo de hacerse llamar «primer ciudadano» lo han imitado numerosos autócratas a lo largo de la historia).
«Novus sum»
Lo primero que hace Quinto es recordarle a su hermano lo elemental, por eso le plantea que se diga a sí mismo: «Novus sum, consulatum peto, Roma est» («Soy un homo novus, pido el voto para ser cónsul, esto es Roma»). Y estas tres sencillas verdades de Pero Grullo van hilando el contenido del manual.
Empecemos por lo de «homo novus», una expresión que puede tener su paralelismo en nuestra sociedad, pero que en Roma era de tremenda relevancia. Para los grandes cargos, como el senado y el consulado, en Roma solía preferirse a representantes de la nobleza, lo cual no sólo implicaba a familias acaudaladas, sino de abolengo asentado: los patricios. De hecho, la política romana se expresaba por medio del Senatus Populusque Romanus (SPQR); es decir, una especie de entendimiento entre los patricios (el Senado) y la plebe. Todo el periodo que dista entre el derrocamiento de la monarquía y la implantación del cesarismo es una disputa entre patricios y plebe.
Sin embargo, Cicerón no era ni lo uno ni lo otro, sino que pertenecía a una clase llamada ecuestre. De origen militar –la arcaica caballería–, el ordo equester se componía, en la época de Cicerón, de lo que podríamos denominar, con cierto anacronismo, «burguesía». Un novus, a los ojos de la nobleza patricia, y de buena parte de la plebe, era un advenedizo. Y eso jugaba en contra del Arpinate, como se esfuerza en señalar Quinto.
El más reciente novus que había logrado ser cónsul era Gayo Celio Caldo (año 94 a.C.), además del célebre Gayo Mario (cónsul por primera vez en el 107 a.C.). La nómina resultaba parca: casi todos los cónsules eran patricios. Sin embargo, novus también indicaba que alguien procedía de una familia sin ningún representante previo en el Senado o el consulado. Y eso era Cicerón: el primero de toda su estirpe.
«Inmigrante» como burla
Pero había más barreras en aquel entonces. Para ser senador, se requería disponer de una renta de 400.000 sestercios, lo que, a grandes rasgos, equivalía a 100.000 jornales. Con todo, y también debido a que Cicerón no había nacido en Roma ciudad, los patricios se burlaban de él y lo llamaban peregrinus, «inmigrante».
Ni siquiera lo consideran un igual por ser un cives Romanus, «ciudadano romano». Llamar a alguien peregrinus suponía negarle la ciudadanía, situarlo por debajo de la mera plebe que sí tenía derecho de voto. Además, las elecciones en Roma, aunque con voto secreto, no eran de sufragio directo, sino que se celebran por medio de las centurias, que eran casi doscientas y representaban a ciudadanos a lo largo y ancho del territorio, sobre todo en Italia. Casi la mitad de esas centurias correspondían a la nobleza. Este sistema de elección indirecta puede compararse con el que se emplea en Estados Unidos para conquistar la presidencia: de hecho, en 2016 Donald Trump ganó las elecciones obteniendo menos voto popular que su contrincante, la señora Rodham Clinton.
A Cicerón lo llamaban «inmigrante» sus rivales, pero logró alcanzar la jefatura de Estado en la República romana
La solución que propone Quinto pasa por varios puntos. El primero, ser muy consciente de su categoría de novus, que le durará toda la vida. Segundo, agradecer que sus dos rivales patricios son personajes más bien nefastos y colmados de defectos y fechorías. Algo que usará a lo largo de su campaña –Quinto le facilita varios lemas electorales de ataque a sus adversarios– y de su discurso final, llamado Oratio in toga candida. Candida por «blanca», puesto que ese era el color de la ropa que llevaban los candidatos: quienes se postulaban vestían con supuesta pureza.
Sus rivales eran Gayo Antonio Híbrida y Lucio Sergio Catilina. A Catilina –«no tiene miedo ni de las leyes», dice Quinto– incluso lo acusaban de haber abusado sexualmente de menores. Como vemos, los tiempos cambian poco.
Antonio saldría elegido en segundo lugar. Tras expulsar a los reyes, los romanos prefirieron una jefatura de Estado colegiada, de dos cónsules, no de uno solo que concentrara todo el poder. Un sobrino de este Antonio –Marco Antonio–, en una oleada de terror político, ordenaría asesinar a Cicerón en el 43 a.C., pues el Arpinate se mostraba públicamente en contra de la deriva dictatorial. Por su lado, Catilina no aceptó el resultado electoral y tramó una intentona golpista que frustró el propio Cicerón a partir de aquel famoso discurso que así comienza: «¿Hasta cuándo, Catilina, vas a estar abusando de nuestra paciencia?».
A Catilina, rival de Cicerón, lo acusaban de abusos sexuales a menores
El valor de la oratoria
El segundo aspecto –«consulatum peto»– es al que más espacio dedica Quinto. Por un lado, aconseja a Marco que destaque su gran virtud: la oratoria. Marco es abogado de éxito, y ese mismo éxito debe proyectarlo en el electorado. Debe mostrarse como defensor de los intereses de cada segmento de la población, y recordar sus servicios a quienes ya han salido beneficiados. La exageración es imprescindible en este punto y en casi todos los demás.
Por otro lado, Quinto le indica un itinerario de relaciones públicas. Aunque centrado en lo que hoy llamamos «grupos de presión», debe hacerse amigo de todos –amigo en el sentido más amplio de la palabra–, saludar a cada cual por su nombre, decir a cada uno lo que quiere escuchar, hacer cuantas promesas pueda –más o menos– cumplir, o al menos no incumplir de modo ofensivo. Y, si hay algo a lo que no se pueda comprometer, ser afable en la negativa. No sólo tiene que ganarse a los votantes más influyentes, sino granjearse a toda la opinión pública, incluso la de aquellos que no tienen derecho a votar. Tiene que patearse la calle, los barrios y las ciudades. Estrechar la mano del panadero y hacer como que presta interés a sus demandas. Y debe rodearse de un séquito que dé a entender que cuenta con los mejores amigos de su parte. Hay que ser ostentoso en esto: que todo el mundo lo vea siempre con un montón de buena gente a su alrededor.
Llamar a todo el mundo por su nombre y hacer como que se escucha con atención: una clave para todo candidato
Por último y en pocas líneas, Quinto le repite a su hermano: «Roma est». Roma, una ciudad repleta de extranjeros, arribistas, corrupción, envidia, maldad. Como Salustio, contemporáneo de Cicerón, pondría en boca de uno de sus personajes, «todo en Roma está en venta». Por eso no sólo hay que conducirse con máxima prudencia, sabiendo que te puede traicionar cualquiera –como sucedió durante esa campaña electoral–, sino que hay que cerciorarse de que nadie pueda sobornar a los votantes o adulterar el escrutinio.