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El dibujante Francisco Ibañez, posa con sus personajes, Mortadelo y FilemónEFE

Ibáñez, la historia reciente de España contada en viñetas

Reír de verdad, aprender un mundo estético completo, conocer la ironía y el humor negro, escudriñar el diccionario y asumir que casi todo sale razonablemente medio mal o medio bien. Eso era el cómic de Ibáñez

La historia del catalán Francisco Ibáñez (1936–2023) es una forma de contar la historia de España reciente. Nació con el arribo del Frente Popular al gobierno, pero en su Barcelona natal los desmanes revolucionarios y las bombas nacionales no lograron sembrar de sal una tierra en la que, durante las décadas posteriores, germinaría una abundancia cultural hoy difícil de concebir.

En Barcelona siguieron editándose las colecciones bilingües de clásicos griegos y latinos; primero en lengua catalana la Fundación Bernat Metge, y luego en castellano la colección Alma Mater, que a comienzos de los 70 se mudaría al CSIC en Madrid. En Barcelona arranca la trama de Mister Arkadin (1955), una de esas excentricidades de Orson Welles que, en realidad, se rodó en Barajas, Segovia y varias localizaciones más: la capital de Cataluña simuló ser Nápoles. En Barcelona proliferó una suerte de cine negro español que, con el tiempo, causaría furor e inspiración en Quentin Tarantino. Los ejemplos resultan inagotables, como películas de toda índole; Amor bajo cero (1960) o Fata Morgana (1965), por citar sólo dos.

Y el cómic (tebeos en catalán, como Cavall Fort; o en castellano) no escaseó en creatividad y productividad. Por aquel entonces, los niños españoles devoraban tebeos con personajes e historias que versaban sobre extraterrestres, caballeros medievales, agentes del FBI o chavales corrientes que, como los propios lectores, sólo pensaban en el fútbol, en meriendas a base de tartas o bocatas descomunales, y en librarse de la escuela.

En ese contexto aparece Ibáñez, que ya dominaba el dibujo con 11 años y que, a partir de los 15 años, compatibilizaba colaboraciones en tebeos con su «dedicación profesional»: botones en una sucursal de Banco Español de Crédito (entidad luego conocida por su acrónimo Banesto). Ibáñez es uno de los tantos dibujantes con alta capacidad de trabajo que, sobre todo en Bruguera, ofrecería al público miles de viñetas: tanto en tebeos como en historias ilustradas, portadas de libros y un largo catálogo de formatos. Quizá Bruguera fue la casa más emblemática y maravillosa –aunque no idílica para sus empleados y autores– donde explotar, quién sabe si dicho en el peor sentido, toda aquella cultura e imaginación en tareas mucho más corales de lo que hoy pudiera parecer: las historias las componían a veces varios dibujantes, y contaban con guionistas diversos.

De Sherlock Holmes y Watson a Mortadelo y Filemón

En 1958 comenzaron a andar Mortadelo y Filemón. Personajes evidentemente inspirados en Sherlock Holmes y Watson, pero con el tono paródico que requería la historieta. Al cabo de una década, los dos personajes fueron estilizándose y puliéndose hasta adquirir la apariencia que nos resulta más familiar. Sus narraciones se alargaron también, y, en su adaptación, proliferaron personajes secundarios y se insertaron en una parodia muy hispánica de la CIA: la T.I.A.

Ya no emulaban a Sherlock ni Watson, sino a James Bond y superagentes peliculeros, pero viajando en metro y refugiándose en iglús Su jefe pasó a ser el superintendente Vicente, el científico loco y desastroso es Bacterio, y también se uniría una mujer muy oronda: Ofelia. A finales de los ochenta se incorporó la sugerente Irma, contrapunto apetecible de Ofelia. En todo caso, la práctica totalidad de las viñetas la protagonizan estos dos ineptos agentes, cuyas aventuras más logradas y expresivas se publican entre finales de los años 60 y la segunda mitad de los años 80. Tras la conclusión de la etapa Bruguera, los guiones de Mortadelo y Filemón languidecerían, por estar demasiado pegados a la actualidad política: empezó a haber más interés en las caricaturas de Aznar, González, Rajoy, Trump y Roldán que en recuperar la auténtica carcajada de las décadas 70 y 80. Ganó la calidad del dibujo, sin duda, pero perdió la historieta. Como España: menos auténtica, pero más profesional.

Ibáñez se ha convertido en el más destacado de toda una generación de geniales dibujantes de tebeos. Sus historias se han traducido a los principales idiomas, y sus personajes se han incrustado en la cultura y el imaginario español. Porque nacieron de la realidad española. Rompetechos es una especie de burla que de sí mismo, y de muchos españoles, hace Ibáñez. Pepe Gotera y Otilio son un reflejo cómico de la chapuza y los apaños, el ingenio de colocar un aire acondicionado con papel celo, o el botijo como el «no va más» del agua refrigerada. Chicha, Tato y Clodoveo son los nuevos jóvenes que vislumbran, ya en 1986, la precariedad laboral. Sacarino es el mismo Ibáñez de jovencito. Los habitantes del 13 Rue del Percebe –cómic en que se basaba Aquí no hay quien viva y La que se avecina– son un microcosmos de las distintas identidades sociales de nuestro país. Aún es fácil reconocer a muchos de sus inquilinos en aquellas personas con las que coincidimos a diario en el ascensor.

Ibáñez se reía de sí mismo y de todos nosotros. Por eso, al menos dos generaciones de españoles han aprendido a leer riéndose. Gracias a Ibáñez, gracias a Mortadelo, gracias a su humor sin paños calientes, y gracias a una lección de vocabulario que muestra una riqueza mucho mayor que la de cualquier libro ganador del Premio Planeta.

Ejemplar de la revista 'Mortadelo' en los años 60

Ibáñez, y todo el talentoso equipo de que estuvo siempre rodeado –especialmente entre 1968 y 1989, aunque muchos de sus colabores nunca han contado con el debido reconocimiento, y ni siquiera estaban acreditados–, fueron los protagonistas de una fantasía loca como la que supuso, para los chavales de la EGB, la revista Mortadelo en los años 80, cómic en que Mortadelo compartía páginas con historias de más talla, más adolescentes, algo más picantes, con tramas incluso sórdidas y siempre incorrectas y a veces gamberras.

Muere Ibáñez, pero hace mucho que feneció aquel mundo de libertad y creatividad en que nos hemos criado millones de españoles. Un mundo de solares abandonados, repletos de escombros, lagartijas, ratoneras, bombonas de butano y hierros oxidados, pero que nosotros colmábamos con nuestra imaginación. Una imaginación que había mamado de los pechos de Ibáñez.

Los personajes de Ibáñez —como Mortadelo y Filemón— comenzaron en blanco y negro, luego pasaron al color, y después se editaron en Alemania, Japón y Brasil, y en docenas de países más. Pero Bruguera, dueña de los derechos y los personajes creados por Ibáñez, presentó suspensión de pagos en 1982, y acabó echando el cierre definitivo en 2010. Ahora (desde 2017), el fondo editorial de Bruguera es propiedad de una multinacional de matriz británica pero perteneciente a la empresa alemana Bertelsmann: Penguin Random House. La metáfora no puede ser más elocuente. Ibáñez ha fallecido sin haber recibido el Premio Princesa de Asturias.