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Imagen distribuida por Disney para celebrar el 'Pride Month', el mes en el que se celebra en Estados Unidos el «orgullo LGTBIQ+»

Disney: de entrañable empresa familiar a líder del movimiento 'woke'

La compañía de la innovación centenaria ha pinchado con su apuesta propagandística de izquierda, cediendo a los nuevos grupos de presión y provocando un terremoto en su audiencia, pero también entre sus trabajadores

El largometraje Lightyear (2022) es una de esas tantas películas de la Disney –lo mismo que varias de la nueva hornada de producciones Marvel– que ha tenido un recorrido modesto en taquilla, y que ha obligado a la compañía a replantearse su estrategia. De Lightyear se ha hablado más acerca de un rápido beso lésbico que de su trama, y su recaudación el fin de semana del estreno estuvo tres veces por debajo de lo previsto. Al final, la compañía ha logrado una rentabilidad del 13 %, frente a Avatar: El sentido del agua (de la propia Disney), con una rentabilidad del 309 %, y Top Gun: Maverick (de la Paramount), que generó cuatro veces más ingresos que el coste total de los gastos.

Hace exactamente cien años Disney emprendió su andadura. La productora comenzó con cortometrajes de animación, algunos de los cuales incluían a personajes de carne y hueso. Con la llegada del cine sonoro, su difusión aumentó de manera exponencial. Sus sencillos pero sugestivos efectos sonoros y visuales –dentro de una serie de narraciones más bien simples, pero divertidas– lograron entusiasmar a audiencias menudas en una época en que aún no existía la televisión a gran escala (en 1939 se iniciaron las emisiones regulares de la NBC).

Uno de los rasgos que, desde entonces, caracterizó a la productora de Walt Disney fue su adaptabilidad, su capacidad de innovación y su orientación a un público infantil, pero no únicamente infantil. Disney logró ser un emblema americano repleto de sutilezas.

Forja de la educación estética y emocional

En 1934, Disney creó el primero de sus grandes largometrajes: Blancanieves y los siete enanitos. No se trataba sólo de la adaptación de un cuento, sino un prodigio de tecnología. El empleo del color, del efectismo de su animación, el sonido, las canciones, la calidad de los dibujos son algunos de los aspectos que han definido siempre a Disney. Por aquel entonces, Charles Chaplin seguía sin entender las posibilidades del color ni del cine sonoro, y continuaba anclado en gags de cine mudo. Pocas películas, como Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939), fueron capaces en esos años de ofrecer la magia del color a los espectadores.

Pero Disney iba un paso más allá. Con Fantasía (1940), Disney brindó una sinfonía deslumbrante en que se mezclaba la música clásica, personajes imaginarios como Mickey Mouse y un elenco de tramas corales de una intensidad y colorido emocionantes. La colección de películas que han conformado la educación estética y sentimental de millones de niños es inabarcable: Pinocho (1940), Dumbo (1941), Bambi (1942), La Cenicienta (1950), La bella durmiente (1959), Merlín el encantador (1963)…

Pero aquí no se quedó Disney. Construyeron su primer parque atracciones en 1955 en California (Disneylandia), al que luego se fueron añadiendo el de Buena Vista, cerca de Orlando (Florida), y el de París, aparte de otras ubicaciones. A las innovaciones técnicas se añadió una gran visión de marketing: el Club Mickey Mouse, revistas (Don Miki) y libros (la colección de los Jóvenes Castores), junto con un nutrido universo de camisetas, mochilas, lápices, ediciones ilustradas en papel, etc.

Y aún más: películas de imaginación desbordante para todos los públicos, pero que no eran animadas, sino de filmación «real», como Veinte mil leguas de viaje submarino (1954) –excepcional reparto con Kirk Douglas como arponero Ned Land, o James Mason como el mismísimo capitán Nemo, aparte de una descomunal banda sonora–. Idéntica fórmula se repetiría en producciones como Mi amigo el fantasma (1968) –con Peter Ustinov, Dean Jones y una decidida Suzanne Pleshette sutilmente feminista y doblada en España por una inconmensurable Ana María Saizar–, Ahí va ese bólido (1968, y de nuevo Dean Jones como protagonista), Mi cerebro es electrónico (1969, con un jovencito Kurt Russell) o La bruja novata (1971), que combina dibujos y personajes reales de una manera magistral.

'La bruja novata' (1971)

Para vislumbrar la adaptabilidad de Disney a los tiempos –ya evidente en sus contenidos de propaganda bélica durante la II Guerra Mundial–, se requiere ver Mi amigo el fantasma con una actitud escéptica. Al comienzo de esta película, en una feria benéfica se venden besos –de una rubia– a dólar, y Suzanne Pleshette se presta en un momento dado a vender sus besos a cinco dólares. Un dólar de entonces equivale a unos nueve dólares de ahora. ¿Aquello era machismo o los inicios del relativismo moral? En todo caso, una perspectiva que no seguía los cánones pacatos de apenas una década antes, pero sí los incipientes de aquel momento. Mientras que en París los estudiantes díscolos tiraban adoquines a la policía, con la excusa de buscar la playa –y leían y practicaban La revolución sexual de Wilhelm Reich–, Disney mostraba a los niños de todo el mundo que los besos se pueden comprar con dinero.

Con el cambio de época, el declive

Tras aquellas décadas de constante innovación, Disney atravesó un comprensible declive, en medio de una época de profundos cambios sociales y morales. Una época que prefirió refugiarse en películas como las de Steven Spielberg y George Lucas. Disney, empero, consiguió replantear su negocio por medio de las productoras y distribuidoras Touchstone Pictures y Buena Vista, más dirigidas al público adolescente. Alguna de las películas más reconocibles de Touchstone Pictures es la inclasificable ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), donde se combinan ingredientes muy variopintos.

Tras aquello, Disney optó por volver a las grandes apuestas de animación y música: La sirenita (1989), Aladdín (1992), El rey león (1994) o Toy Story (1995). La diversificación del negocio y el renovado liderazgo en este tipo de producciones auguraban una nueva edad dorada para Disney. Pixar y Disney coprodujeron Toy Story y Buscando a Nemo (2003) o Los Increíbles (2004), entre otras, pero la Disney entendió que era mejor comprar Pixar que respetar su independencia. Por su parte, Dreamworks plantó cara a Disney con algunas películas realmente divertidas, como Shrek (2001). Este contexto llevó a la empresa de Mickey Mouse a agudizar más el ingenio; fruto de ello son producciones como WALL·E (2008) y Up (2009), películas que toda persona con convicciones conservadoras podría considerar excelentes.

Algunas de las películas Disney más celebradas

El viraje LGTB y 'queer'

Sin embargo, Disney ha adoptado durante los últimos años un viraje extraño. Se ha vuelto una empresa woke. Adquirió Lucasfilm en 2012 por 4.000 millones de dólares, y se dedicó a censurar sus propias películas clásicas, además de versionar algunas con la sola inclusión de personajes de cuota, amén de incorporar temática de dudosa idoneidad para el público infantil, como es el caso de toda la sexualidad alternativa que supone el mundo LGTB (o LGTBIQ+).

En la nueva trilogía de La guerra de las galaxias ha sabido incorporar elementos de verdad novedosos –como el duelo final que libran Rey, Ben Solo y el emperador Palpatine– junto a meros refritos políticamente correctos: la nueva trilogía es un calco de la trama original, pero añadiendo un personaje negro en vez de Han Solo, y una chica en vez de Luke Skywalker. Además, esta trilogía concluye con una escena de celebración de la libertad, en la que se incluye, sin venir a cuento, un beso en la boca entre dos chicas. La respuesta general a la concatenación de elementos de esta índole no ha sido fulgurante en taquilla.

Aparte de cuestiones morales que aún no admite parte del público, se asume que las nuevas producciones –cuyo interés básico parece consistir, o eso creen muchos, en amoldarse a una agenda ideológica– resultan acartonadas. Tengamos en consideración que Disney nunca, ni en sus años «clásicos», promovió unos valores muy marcados; jamás –al contrario que algunas viñetas de Tintín– mostró símbolos religiosos, ni –mucho menos– cristianos. De modo que ¿quién pagaría una entrada de cine sólo para contemplar un brevísimo beso lésbico en la película de Buzz Lightyear de 2022?

El resultado: en los últimos cuatro meses, Disney ha perdido cerca de 34.000 millones de dólares en capitalización bursátil. Compárese con los 5.000 millones que supuso la compra de Marvel por parte de Disney en 2009. Cierto que hay que sumar a esta situación la negativa de Ron de Santis y su gobierno republicano en Florida a mantener la autonomía y ventajas fiscales de los parques temáticos de Disney, así como la confrontación entre ambos acerca de los contenidos LGBT para niños.

Aunque la etapa más woke de Disney, y no con las mejores cifras de negocio, ha coincidido con la dirección de Bob Chapek (2020–2022), sería injusto achacarle toda la culpa; el máximo directivo, en muchas ocasiones, no ha tenido otro remedio que admitir las presiones internas de creativos y guionistas de la compañía que han actuado como declarados activistas del mundo woke y LGTB. Ejemplo de ello fue el cierre de una atracción en Disney World a comienzos de este año, por considerarse «racista», y bajo la dirección de Bob Iger, quien ya había pilotado de nave de Mickey y Donald entre 2005 y 2020.

Y fue durante estos años cuando Disney lanzó Frozen (2013), producción que, según comenta Noelle Mering en Awake, Not Woke: A Christian Response to the Cult of Progressive Ideology (2021), ya muestra guiños woke, pues Elsa, su protagonista, ensalza su disonancia con el mundo en que se ha criado: «Elsa se traslada a las montañas, se transforma en una reina fabulosa de su propio universo, y canta que ya no tiene que ser la niña buena: ‘Nada está bien, nada está mal, no hay reglas para mí. ¡Soy libre!’». En todo caso, este 4 de julio –uno de los grandes días festivos en Estados Unidos– el tiempo medio de espera en los cuatro parques de Walt Disney World (sobre todo, Magic Kingdom en Florida) fue, aproximadamente, la mitad que en 2019. Unos datos que nadie se esperaba.