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El director de cine Woody Allen©RADIALPRESS

Humor judío: por qué el cine está repleto de chistes que cuentan Woody Allen, los hermanos Marx o Seinfeld

Según Jeremy Dauber el humor judío es tan antiguo y diverso como el propio pueblo hebreo

La ley mosaica prohíbe los tatuajes, y Dios prometió a Abraham que su descendencia sería incontable. Pero en Auschwitz todos los presos llevaban su número tatuado. Aquí se abre una fina línea que separa la denigración antisemita del humor macabro, sobre todo, si el chiste lo cuenta un judío. Y sí: hay chistes judíos sobre el Holocausto, sobre una vida futura como jabón en un escaparate. Un chiste que aparece en El humor judío, de Jeremy Dauber (Acantilado).

¿Son los judíos gente divertida? ¿Son una comunidad cerrada? ¿No son personas circunspectas y atadas al cumplimiento ritualista –perdone, lector, el pleonasmo– de centenares de mandamientos? ¿No son avaros que visten de negro y llevan tirabuzones y se cubren la cabeza con una kipá? La lista de preguntas podría prolongarse tanto cuanto se extienda esta modesta pieza periodística. La cuestión, sin embargo, consiste en plantearse primero «¿qué supone ser judío, qué es ser judío?». Hace unos meses, comentamos aquí mismo el libro Genio y ansiedad, del crítico musical Norman Lebrecht, en el que se explica «cómo los judíos cambiaron el mundo entre 1847 y 1947». Y también quedaba la duda sobre quién es judío. Idéntica incertidumbre genera El humor judío de Jeremy Dauber, que Acantilado acaba de publicar en España. Su autor, aludiendo a una encuesta de Pew Research Center, señala que a la pregunta «¿qué significa hoy ser judío en Estados Unidos?» un 42 % de los encuestados respondie «tener sentido del humor», un 23 % «observar la ley judía», y un 14 % «formar parte de una comunidad judía». Citando un refrán sefardí que aparece en este libro, «sólo por un cuchillito somos judíos». Aunque no lo señala Dauber, ya los poetas latinos escarnecían a los judíos por estar circuncidados.

Diferentes tipos de risa

Larry David y Jerry Seinfeld, Mel Brooks, los hermanos Marx, Woody Allen, Dustin Hoffman, Ben Stiller… El listado de humoristas judíos en el cine de Estados Unidos es muy amplio, y también su calidad y su mayor o menor orientación popular o comercial. Dauber acude, además, a la literatura, como es el caso de Philip Roth –amén del austrohúngaro (checoslovaco) Kafka, cuya Metamorfosis interpreta en clave humorística este profesor de Cultura Yiddish en la Universidad de Columbia. Pero, según Dauber, el humor judío es tan antiguo como el propio pueblo hebreo, e incluso una lectura de libros como el de Esther, Jonás, Tobías o el Sirácida (Eclesiástico) puede ofrecer momentos de diferentes tipos de risa. Porque, de acuerdo con este autor, el humor judío toca casi todos los palos: desde el más intelectual, inteligente y elaborado hasta el más grosero y zafio, como bien demuestra el británico Sacha Baron Cohen.

'El humor judío' de Jeremy Dauber (Acantilado)

Sin embargo, hay un rasgo muy extendido: es el humor de un pueblo lector, de un pueblo acostumbrado a debatir y sumirse en paradojas teológicas y existenciales. Un pueblo que ha vivido como un extraño dentro de otras comunidades, un pueblo que no sabe si posee una tierra, si es ciudadano de verdad o si puede asimilarse a la civilización en que reside. Esa condición de gozne, de periferia que puede aparentar no serlo, concede al humor judío un sello especial: un sello más o menos identitario, ambiguo y con un resabio debido a la discriminación o la contradicción que supone asimilarse a la cultura circundante. Porque el judío se ríe del gentil y del que obedece la Torá y el Talmud. Se burla de las creencias del cristiano, pero también se mofa de sus propias doctrinas, repletas de escotillones y de supuestas hipocresías, arbitrariedades o mero tradicionalismo. Por eso, parte del humor judío consiste en reírse de sí mismo. Reírse de la condición humana.

Mutuo intercambio y reconocimiento

Dauber analiza toda la historia, aunque se detiene en momentos más creativos –significativo su repaso a la Edad Media, pero también al siglo XX y XXI–, como Mel Brooks y sus parodias, Woody Allen y su neurastenia y sesgo pseudointelectual –«En la escuela, mis profesores estaban asombrados de que mis referencias fueran tan sofisticadas. Apenas sabía leer ni escribir, pero mis referencias eran ingeniosas. Desde bien jovencito hacía chistes sobre Freud, los martinis y otras cosas por el estilo, sin saber ni siquiera de qué hablaba, porque imitaba la forma de hablar que veía en las películas», dice el cineasta neoyorquino–, y los hermanos Marx, entre otros tantos.

El cómico Larry David

Quizá los hermanos Marx merezcan un comentario más específico. Al contrario que Howard Wolowitz –el personaje neurótico, presuntuoso, obseso, inseguro y más alejado de lo rural de Bing Ban Theory, o sea, el más judío–, los Marx apenas incluyen chistes sobre lo que constituye ser judío, sobre el problema que pueda suponer tomar un sándwich mixto –la comida kosher prohíbe mezclar carne y lácteos–, el Bar Mitzvah u otros detalles que sólo un judío conoce, o alguien familiarizado con las sutilezas de esta religión o tradición cultural. Porque los Marx supieron identificar su condición de minoría y de inmigrantes con otros grupos, de ahí que Chico suela ser siempre un inmigrante italiano, y, según Dauber, Harpo represente al irlandés. El carácter pícaro de sus personajes, su simpatía hacia las clases bajas y sus tramas sencillas en que el poderoso –que nunca es un judío– sale derrotado y una joven y cándida pareja se alza con la victoria del amor, dotan a esas películas de una universalidad que aúna el origen judío con la vocación de integrarse en una civilización más amplia. Un ejemplo de mutuo intercambio y enriquecimiento. Y, además, todo ello salpimentado de algo muy judío: los juegos de palabras, como los que representan no sólo Groucho y Chico, sino los mimos de Harpo que ha de descifrar Chico.

Los hermanos Marx en 1948

Y, para terminar, uno de los muchos chistes judíos que incorpora Jeremy Dauber en este libro, y que refleja la tensión judía entre la familia, la fidelidad a las raíces y la necesidad de vivir en el mundo:

«La señora Cohen llega en barco desde el Viejo Continente y la recibe su hijo, a quien apenas reconoce.

–¡Te has afeitado la barba, hijo mío!

–¡Oh, mamá!, en América todo el mundo se afeita.

–¿Sigues comiendo kosher?

–Es muy difícil aquí, mamá; sale muy caro y cada penique cuenta.

–¿Y el shabbat? —pregunta ella esperanzada.

–¡Uf!, la competencia es feroz, así que no queda más remedio que trabajar siete días a la semana.

Preocupada, le preguntan al oído:

–Dime una cosa, hijo, ¿sigues circuncidado?».