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El Debate de las Ideas

Mad Men, Sad Women. La revolución sexual ha sido un desastre sin paliativos

La píldora ¿ha mejorado realmente la vida de las mujeres? Más aún, ¿ha mejorado la vida de alguien?

Cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. aprobó el uso del Enovid como anticonceptivo oral en 1960, «la píldora» fue bienvenida como el billete hacia la liberación de la mujer. En el primer episodio de la serie de televisión Mad Men, ambientado en 1960, la recién contratada secretaria Peggy Olson es iniciada en la vida laboral cuando su jefe la lleva al médico en su primer día de trabajo para que pueda acceder a la píldora. Varias series de los años sesenta y setenta incluían escenas de la «mujer liberada» sacando el sobrecito y metiéndose en la boca la pastillita diaria. El mensaje era bastante claro: la píldora era un componente integral de la vida femenina moderna. Pero, ¿ha mejorado realmente la vida de las mujeres? Más aún, ¿ha mejorado la vida de alguien?

En su libro de 2012 Adán y Eva después de la píldora. Paradojas de la revolución sexual, la socióloga Mary Eberstadt reunió datos rigurosos y una lógica implacable para argumentar un rotundo no. Su tesis era que la revolución sexual, y especialmente la invención y el uso generalizado de anticonceptivos artificiales, no solo no ha «liberado» a las mujeres, sino que ha causado daños demostrables en todos los sectores de la sociedad moderna. Eberstadt cataloga los daños según cuatro categorías de personas: las mujeres, muchas de las cuales anhelan el matrimonio y la familia pero se encuentran con una escasez de hombres sexualmente continentes y con mentalidad matrimonial; los hombres, para quienes el mercado del sexo ocasional se ha transformado en un anodino carnaval que impide que crezcan y se conviertan en maduros protectores; y los niños y los jóvenes que se hacen adultos, todos ellos sometidos a un mundo cada vez más chabacano y sexualizado, a menudo sin la mediación protectora de padres casados, comunidades de familias sanas y hermanos vigilantes.

Las víctimas encuentran una voz

Ahora, Eberstadt sigue su análisis con Adam and Eve After the Pill, Revisited, que no es una versión revisada del libro original, sino una ampliación de su argumento. Comienza con un análisis de las reacciones al libro original. Cuando se publicó en 2012 la narrativa predominante sostenía que la revolución sexual había sido una bendición para la humanidad y que criticarla era oponerse a la marcha del progreso. Pero a medida que el libro se difundía, ella empezó a ver señales de que estaba calando en la gente, tanto en hombres como en mujeres: «A menudo, después de una charla sobre el libro, algunas personas del público se quedaban y me confesaban duras y desgraciadas historias personales de familias e hijos perdidos por la troika de la revolución: divorcio, pornografía, aborto».

Aunque el libro fue en gran medida ignorado por los líderes de opinión más reputados (lo cual no es de extrañar), los testimonios de estas personas sobre cómo la permisividad sexual casi les había destruido, o sobre cómo habían sufrido emocionalmente como resultado de una conducta sexual inapropiada, proporcionaron tristes pero crecientes pruebas de que la autora estaba en lo cierto: la revolución sexual ha provocado un daño sin paliativos; las víctimas que aparecían de la nada lo confirmaban.

Las consecuencias humanas

Mientras que el primer libro analizaba a las víctimas en lo que podría denominarse el nivel micro, la continuación examina los efectos desde una perspectiva más macroscópica. Tres secciones abordan tres grandes cuestiones: ¿Qué está haciendo la revolución sexual a la sociedad? ¿Cómo está afectando a la política? ¿Y qué le está haciendo a la Iglesia? A continuación se analizan las consecuencias en cada ámbito.

La sociedad: A principios de este año el consejo de administración de un distrito escolar de Phoenix, Arizona, votó por unanimidad romper su relación con la Universidad Cristiana de Arizona (ACU), que durante once años había proporcionado al distrito estudiantes de magisterio sin coste alguno. No se reportaron incidentes ni quejas, sino que los miembros del consejo escolar afirmaron que el compromiso de la ACU con la moral sexual tradicional crea ahora un entorno inseguro para los estudiantes, el personal y la comunidad LGBTQ+ del distrito. Mientras tanto, en Europa, cuando «Rex», un empleado de una gran multinacional, planteó sus dudas sobre un correo electrónico de la empresa en el que se alentaban las «actividades del Orgullo» en la compañía, el Director de Diversidad e Inclusión de la empresa le dijo que la «diversidad» y la «inclusividad» no contemplaban la exhibición de símbolos distintos de la bandera arco iris. Se le indicó que no debía cuestionar estas cosas en el trabajo alegando que «la gente se sentiría insegura para ser quien ellos quisieran ser». Son sólo dos ejemplos de lo que Eberstadt llama «la nueva intolerancia». Estoy seguro de que cualquiera de nosotros hemos sido testigos de varios ejemplos de este tipo.

Estas exclusiones orwellianas de ideas diferentes en nombre de la inclusión y la diversidad no son más que expresiones político-sexuales del impulso totalitario. El impulso totalitario implica el uso de la intimidación, la humillación, la censura (incluida la autocensura) y la coerción para castigar el pensamiento equivocado (el orwelliano wrongthink), y está abriendo brechas en todos los rincones de la vida comunitaria como si fuera un tornado F5. Y como ilustra el caso de «Rex-tienes-una-sola-opción», no se trata sólo de un problema de los cristianos, sino de un problema de todos. «La libertad de expresión de cualquiera no está a salvo cuando los mini-Robespierres escriben las reglas», señala Eberstadt. «Los cristianos practicantes que se niegan a retractarse están hoy en primera línea frente a la nueva intolerancia. Pero donde ellos están ahora, otros lo estarán pronto. Algunos ya lo están».

Igual que en revoluciones anteriores, un dogma secular y uniforme se nos está imponiendo a todos con un celo despiadado, con el punto de mira puesto en el cristianismo tradicional como una fe rival que hay que vencer, en lugar de verlo como un conjunto alternativo de creencias que hay que tolerar en el marco de una política libre y abierta. Cuando a Jane Fonda le preguntaron en The View qué debería hacer la gente para que el aborto siguiera siendo legal, respondió sin rodeos: «asesinar». Cuando el presentador sugirió que Fonda estaba «bromeando», la antigua pacifista de Vietnam se limitó a responder con una mirada asesina. Nada en ella indicaba que estuviera bromeando. «La nueva iglesia del secularismo sirve a un dios muy celoso», escribe Eberstadt. «El ecumenismo no forma parte de su vocabulario».

La política: Desde el principio fueron los revolucionarios quienes hicieron del sexo algo político. Eberstadt no vuelve a explicar cómo se llegó a esto ni señala sus absurdos en el ámbito político-sexual actual (la mayoría de nosotros reconocemos un disparate cuando lo vemos). En su lugar, identifica cómo la política sexual ha llevado a la desigualdad real que ahora golpea a Estados Unidos y Europa: la desigualdad familiar. El senador Daniel Patrick Moynihan ya lo insinuó en 1965 (y fue censurado por ello incluso entonces), y el politólogo James Q. Wilson lo desarrolló en 1997.

Hoy en día, el principal factor que distingue a los «ricos» de los «pobres» es la estructura familiar, o la falta de ella. Detrás de crisis visibles como el desempleo, las adicciones o la violencia urbana, más que la raza, los ingresos o el lugar en el que hemos nacido, la estabilidad familiar es el mejor indicador de resultados positivos para los niños según casi todas las medidas de bienestar. Hay tantas investigaciones que apoyan esta conclusión, bromeó Wilson en 1997, que «incluso algunos sociólogos lo creen».

La necesidad de familia es tan innata que quienes viven en un contexto familiar deteriorado acaban organizándose en una panoplia de sustitutos de la familia: bandas callejeras, grupos identitarios interseccionales y pseudocomunidades tóxicas. Un capítulo entero, titulado «La furia de los huérfanos», aborda las conexiones entre colapso familiar y desorden social. No se trata de excusar los actos de violencia, sino de demostrar la relación causa-efecto entre la «liberación» sexual de los boomers y la rabia de los atomizados zoomers.

La Iglesia: Si la revolución sexual ha provocado amplias divisiones en toda la sociedad distinguiendo entre ideas que deben ser afirmadas frente a ideas que deben ser suprimidas, y ha generado desigualdades familiares que separan a quienes tienen familia de los que no la tienen, cuando se trata de la Iglesia la revolución sexual ha provocado la separación entre lo que Eberstadt llama «cristianismo no diluido» y «cristianismo light». «En este momento concreto de la historia», observa, «es el sexo -no la Virgen María, ni los santos, ni la predestinación, ni el purgatorio, ni la infalibilidad pontificia, ni las buenas obras- lo que divide al cristianismo en dos bandos». De los dos bandos, el cristianismo light se distingue casi exclusivamente por disentir de las enseñanzas tradicionales sobre el sexo.

Independientemente de cómo se rastreen las etapas de alejamiento de los principios de la Escritura (¿qué fue primero, el divorcio o la anticoncepción artificial?), aparece una y otra vez el mismo patrón. Se plantean inicialmente excepciones en aras de la compasión hacia la fragilidad humana, con la garantía de que las líneas rojas se trazarán escrupulosamente y las excepciones se mantendrán dentro de esos límites. «Primero se hacen una serie de excepciones limitadas a una regla; después, esas excepciones dejan de ser limitadas y se convierten en la norma común; finalmente, esa nueva norma se santifica como teológicamente pertinente». El mismo patrón puede observarse en la normalización de la anticoncepción, el aborto, las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo y, ahora, la transexualidad. Las líneas que marcan la frontera, una vez en movimiento, tienden a seguir moviéndose.

Aunque los promotores del cristianismo light puedan haber creído honestamente que podían admitir los presupuestos de la revolución sin dañar lo esencial de la fe, de manera ineluctable, en algún momento del proceso, el cristianismo light tiende a abandonar el depósito de la fe cristiano. Eberstadt cita el ejemplo del sacerdote episcopaliano Joseph Fletcher, que escribió un tratado sobre la «nueva» moral sexual en 1966 y al final de su vida, en 1991, había rechazado cualquier enseñanza ortodoxa sobre el sexo, el aborto, el infanticidio, la clonación, la eugenesia o la eutanasia, entre otras cosas, antes de identificarse abiertamente como ateo.

La generación desheredada

«La revolución sexual no se detuvo en el sexo», escribe Eberstadt resumiendo su tesis. «Las transacciones presuntamente privadas entre individuos han reconfigurado paradójicamente no sólo la vida familiar, sino las esferas económicas, sociales y políticas más amplias habitadas por los herederos de esta revolución». Dicho de otro modo, el sexo afecta a mucho más que al sexo. Lo que ha sucedido sexualmente en privado durante casi sesenta años ha producido en gran medida las patologías individuales y colectivas a las que asistimos hoy en público.

El disidente soviético Aleksandr Solzhenitsyn resumió el siglo XX en siete palabras: «Los hombres se han olvidado de Dios». Mary Eberstadt resume el XXI hasta ahora en el mismo número: «Los hombres están en guerra con Dios». El sexo es posiblemente la fuerza más poderosa de la Tierra. Las balas y las bombas pueden destruir la vida, pero sólo la unión sexual de un hombre y una mujer puede crearla. Dios se esforzó en enseñarnos que el camino hacia la prosperidad y la felicidad pasaba por la observancia de sus leyes, pero los revolucionarios ignoran ese aviso. Muy pocos de nosotros comprendimos en su momento lo que estaba ocurriendo, y menos aún nos resistimos a ello, y ahora todos estamos cosechando los resultados.

Sin embargo, gran parte del sufrimiento que nos rodea no lo relacionamos con su causa. En muchos casos ni siquiera se reconoce, y mucho menos se confirma o se aborda, por parte de una cultura sumida en la negación. Estos factores hacen aún más importante el trabajo de Mary Eberstadt.

Elegir mejor para un futuro mejor

La Peggy Olson de ficción tendría hoy unos ochenta años. Si pudiera volver atrás, ¿elegiría otros cuarenta y tantos años de trabajo en su empresa? ¿Recordaría con cariño sus líos sexuales en la oficina, sus abortos, sus cohabitaciones en serie o sus divorcios? ¿O añoraría la familia que nunca tuvo? No cabe duda de que ambas trayectorias vitales implican adversidades y una buena dosis de dificultades, sin garantía de felicidad al final del camino. Pero, al igual que los jardines y los viñedos, la prosperidad familiar tiende más hacia una renovación perpetua de la vida y la esperanza que hacia una solitaria vida de sexo estéril.

Si los revolucionarios tienen un tema preferido, éste es su obsesión por la elección. Es hora de que reconozcamos los fracasos del pasado y ayudemos a la próxima generación a tomar mejores decisiones por el bien de la posteridad.