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El escritor Javier Fernández Aguado

Javier Fernández Aguado: «Vivimos en una época terminal, de pérdida de norte ético, cuando aparecen profetas curiosos como Harari»

La vigencia de Aristóteles aplicada a la consultoría de organizaciones y la orientación personal: «Ser persona es el gran reto, y consiste en llegar allí donde cada uno de nosotros podemos llegar en servicio de la familia humana»

Ha publicado varias docenas de libros. Bastantes versan sobre cómo dirigir empresas y organizaciones teniendo en cuenta lo que la experiencia aconseja y lo que la ética demanda. Por eso, entre sus títulos destacan algunos como Templarios. Enseñanzas para organizaciones contemporáneas (2000), Roma. Escuela de directivos (2012), El management del III Reich (2014), 2000 años liderando equipos (2020) o El encuentro de cuatro imperios. El management de españoles, aztecas, incas y mayas (2022).

Pero su temática es más amplia. Ahí aparecen Hablemos sobre felicidad (2015), Ética, profesión y virtud (1998), Sobre el hombre y la empresa (1999), La felicidad posible (2000), Liderar en tiempos de incertidumbre (2005) o sus ediciones de la Ética a Nicómaco de Aristóteles (2009 y 2010). Y precisamente el estagirita es el protagonista de su nuevo libro: Entrevista a Aristóteles (LID), en el cual, en forma de entrevistas, lo que hace es espigar en los textos del célebre filósofo griego y colocarlos como si fueran respuestas a preguntas que hoy nos podemos hacer. Es Javier Fernández Aguado (Madrid, 1961), profesor, escritor, conferenciante y presidente de la consultora MindValue. También ha asesorado a organizaciones como Coca-Cola, ESADE, IESE, Grupo Santander, BBVA, Deloitte, etc.

'Entrevista a Aristóteles' (LID), de Javier Fernández Aguado

–En este libro el personaje principal es Aristóteles, un autor al que usted recurre una y otra vez. ¿Es su gran gurú?

–Aristóteles es uno de los grandes gurús de la historia. En esta civilización, que tantos definen como líquida o como gaseosa, es fundamental acudir a los clásicos, y dentro de los clásicos yo tengo algunos preferidos. Uno de ellos, por supuesto, es Tomás de Aquino, otro es Kant, otro es Hegel, y el más antiguo y profundo es Aristóteles, porque creo que sus aportaciones siguen siendo plenamente actuales. Resulta que las grandes cuestiones de la persona humana son las mismas hoy que entonces, independientemente del desarrollo o no de la inteligencia artificial o de cualquier otro tipo de tecnología. Las miserias, grandezas, las aspiraciones y anhelos, las bajezas de la persona son las mismas. Por tanto, acudir a uno de los referentes en la filosofía griega es altamente conveniente.

–Sin embargo, hay quienes dicen que en la escuela lo que hay que hacer es adquirir habilidades y que, a fin de cuentas, nuestra existencia hoy está condicionada por el móvil, el microondas y el cambio climático. Con lo cual, lo que nos digan esos señores casi nos tiene que dar igual.

–Desde el punto de vista epidérmico, superficial, es obvio que han cambiado muchas cosas. No es lo mismo un residente de Aviñón en el siglo XIV que un ciudadano que viva en Barcelona, en Madrid o en Salamanca en el siglo XXI. Desde el punto de vista tecnológico, de acceso a información, desde el punto de vista de capacidad de viajar, de conocer otras culturas, evidentemente han cambiado las cosas, pero nuestras aspiraciones no han cambiado.

–Una de las frases que aparecen al comienzo del libro es «Hemos de aprender a ser personas». ¿En qué consiste ese aprendizaje?

–Me remito a un autor sobre el que hice una tesis doctoral, Descartes, y muy en concreto al concepto de causa sui. Cada uno de nosotros somos causa de nosotros mismos. Somos hoy lo que quisimos ser ayer, y mañana seremos lo que estemos haciendo hoy. Con terminología aristotélica, cada uno de nosotros somos dos en uno. Nuestra primera naturaleza es aquellas aptitudes con las que llegamos a este mundo y con las que nos iremos de él. Sobre esas aptitudes se crean las actitudes. Aristóteles las denomina segunda naturaleza, que son el conjunto de hábitos que hacen que cada uno de nosotros seamos como somos. A mí me gusta decir que se siembran hábitos, se recoge el carácter, se siembra el carácter y se recoge el destino. Con terminología tomista, hablaríamos de virtudes que nos van componiendo como persona, o de vicios que van destruyéndonos. Ser persona es el gran reto que cada uno de nosotros tenemos, y consiste en llegar allí donde cada uno de nosotros podemos llegar en servicio de la familia humana. Y, para quien tiene fe y con una perspectiva mayor, llegar a cumplir el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. Eso es ser persona.

Cada uno de nosotros somos hoy lo que quisimos ser ayer, y mañana seremos lo que estemos haciendo hoy

–¿Adquirir hábitos buenos nos ayuda a tomar buenas decisiones? Porque en la vida solemos tomar malas decisiones. Cuando uno escoge un trabajo, cuando uno deja el trabajo, cuando uno se casa, cuando uno no da el paso de casarse… Hay veces en que son los contextos los que nos determinan enormemente.

–La cuestión es muy oportuna y profunda. Tengo escritas unas memorias que no se publicarán hasta que yo ya no esté. Las titulo Vivir no es fácil, y las subtitulo Mi experiencia. Cada uno de nosotros tenemos experiencia sobre la dificultad de la toma de decisiones. Aristóteles nos anima diciendo que es más fácil tomar decisiones correctas u oportunas, en la medida en que vamos creando esa segunda naturaleza positiva. Si una persona consigue consolidar en su vida –y es un desafío para toda la existencia– la generosidad, la entrega, el servicio, el esfuerzo, resulta obvio que tendrá más facilidad, más inclinación para tomar decisiones oportunas, tanto para sí como para su entorno, cuando no sople el viento de cola, sino de proa. Por el contrario, quien desarrolla pereza, inconsistencia, holganza, avaricia, estará mucho más inclinado a optar por senderos incorrectos.

–Ahora que estamos en días de resaca electoral, hay un candidato que se caracteriza por una especie de lema que sirvió de título para un libro de corte autobiográfico: «resistencia». Da igual todo, porque tengo un objetivo y voy a por ello. ¿Aristóteles estaría de acuerdo?

–Claramente no, porque lo importante no es ser resistente. Lo importante es hacia dónde vamos. Un bandolero, un pirata, puede ser profundamente consistente con su decisión y está profundamente equivocado. Como pienso que es el caso del autor del libro que usted citaba. Los referentes tienen que ser los trascendentales del ser. El bien, la verdad, la belleza, la unidad. Y, en el caso del autor que usted menciona, ninguno de esos trascendentes está presente ni en su vida ni en su proyecto. No se trata de resistir por resistir, se trata de saber adónde hay que ir. Si no hay una orientación ética, cualquier decisión que se tome será incorrecta. Este tema lo abordó de manera brillante en los albores del siglo V san Agustín, cuando se preguntaba esa cuestión que a Benedicto XVI le gustaba mucho repetir: Remota itaque iustitia, quid sunt regna nisi magna latrocinia? Si eliminamos la ética, si eliminamos la justicia, ¿en qué se convierte un Estado, sino en una cueva de ladrones? Puede que esos ladrones sean muy trabajadores, muy consistentes, muy resistentes, pero no están creando un estado, no están creando un proyecto colectivo que merezca la pena. Por lo tanto, Aristóteles estaría plenamente en desacuerdo con esa actitud carente de norte.

–Aquí damos el paso de errar o el acertar en la propia vida, a errar o acertar en las responsabilidades directivas o institucionales.

–Traduciendo libremente a Aristóteles, se podría decir que no lidera quien no se auto lidera. Esto lo explicó muy bien Weber, que tuvo varias etapas en su vida poco deseables, o más bien caóticas. Un alumno de su asignatura de ética le preguntó: «¿Cómo puede usted enseñar ética, si es usted un golfo, un sinvergüenza?». Y él dijo: «Mire ese cartel que pone ‘Berlín’; pues yo hago lo mismo que el cartel, yo indico adónde hay que ir, aunque yo no vaya». Eso puede servir a modo de anécdota, pero es obvio que lo que motiva, lo que compromete, es el ejemplo, y es a lo que está apuntando continuamente Aristóteles en su obra; indicar dónde hay que ir tiene muy poco de serio cuando uno no va. Otro ejemplo lo abordé en ¡Camaradas! De Lenin a hoy: Lenin llegó a tener más de dieciséis personas de servicio, tenía dos chóferes, tenía cocineros, tenía limpiadoras, todas en plantilla. Incluso viajaba siempre con su amante, además de con Krúpskaya, su mujer. En un momento determinado le preguntaron a Lenin: «¿Pero no habíamos hecho la revolución para ser todos iguales?». Y la respuesta fue: «Sí, hicimos la revolución para que todos seáis iguales». Hoy sucede exactamente lo mismo con esos movimientos populistas: Maduro, Ortega o personajes lamentables y más cercanos que lo que hacen es mentir, esconderse detrás de palabrería para enriquecerse como nunca lo habrían hecho al margen de la política.

Lenin llegó a tener más de dieciséis personas de servicio. Incluso viajaba siempre con su amante, además de con Krúpskaya, su mujer

–Otra cita de Aristóteles que aparece en este libro: «La mayor parte de las personas viven a merced de sus pasiones», y a continuación aconseja sobriedad, fortaleza, frugalidad, lo que lleva a la templanza. ¿Esta consideración resulta hoy más pertinente?

–Efectivamente, hay demasiadas personas hoy en día que, no sé si con culpa o sin culpa, con ignorancia o por voluntariedad, se dejan arrastrar por esas pasiones. Como bien decían los griegos, para quien no sabe adónde va, no hay buen viento ni mal viento. Vivimos en un momento terminal, en una época terminal. Cualquiera que haya estudiado un poco de historia sabe que, cuando una civilización pierde el norte ético, como ahora mismo se ha perdido, cuando aparecen profetas curiosos —como puede ser un Harari, por mencionar a uno de los más conocidos—, nos estamos acercando a un cambio de época. ¿Cómo se producirá? No lo sabemos, porque la historia no se repite, pero sí rima. Y lo que sí sabemos es que dentro de no demasiado tiene que haber un reset, para que esta civilización, con toda su tecnología y todas sus aportaciones, reencuentre el norte que ahora mismo está perdido.

–Usted habla del «profeta Harari». Algunos que han intentado ser presidentes de gobierno lo tenían como libro de cabecera.

–Harari lo que hace es construir, valga la redundancia, un constructo. Él niega la validez de los constructos anteriores y dice el que vale realmente es el suyo. Se presenta como profeta destructor de cualquier constructo. Pero lo que está haciendo es plantear el suyo, y para eso necesita aniquilar los demás. Cuando le he leído, me ha recordado mucho una expresión brillante de Chesterton, aquello de que el hombre ha nacido para vivir de rodillas y vive de rodillas delante de Dios, o de rodillas delante de cualquier cosa. En el caso de Harari, vive de rodillas delante de su propio constructo, al que adora, y cualquiera que no adore su constructo ha de ser condenado. Nada diferente de lo que uno encuentra en Hayek en La fatal arrogancia: a quien no adora su constructo liberal Hayek lo condena al infierno socialista. En el fondo, todos necesitamos encontrar una explicación para el sentido de nuestra vida y el sentido del mundo. Y básicamente, sólo hay dos: o la causalidad o la casualidad. La causalidad remite, como muy bien enseña Aristóteles en su Metafísica, a un Creador. La casualidad es la búsqueda de una explicación endógena del mundo y de la realidad. Por eso es curioso que, cuando uno lee a Engels, a Marx y, por otro lado, a Hayek, el único punto en común se llama Darwin. Darwin aparece en sus textos, entre alabanzas. Hayek dice que Darwin es el puntal del sistema liberal, y palabras casi equivalentes utiliza Engels. ¿Cómo es posible que dos movimientos culturales, sociales, económicos puedan ser tan, tan contradictorios, y a la vez poner como puntal, como cimiento de referencia, a Darwin? La explicación es muy sencilla. En el fondo, como ellos no creen en la causalidad, creen en la casualidad, que es lo que Darwin aporta con su peculiar teoría de la evolución.