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22 de agosto de 2024

Rémi Brague durante la entrevista en El Debate

Rémi BraguePaula Argüelles

Entrevista

Rémi Brague: «¿Catolicismo e Islam? Es un falso paralelismo»

Entrevista al pensador francés publicada originalmente en La Nuova Bussola Quotidiana

¿Qué es el Islam? Para el filósofo e islamólogo Rémi Brague, la percepción que los occidentales tienen de este credo está demasiado contaminada por un análisis basado en el cristianismo.

En Sur l'Islam (Sobre el Islam), recientemente publicado en Francia, Brague, a partir de un profundo conocimiento de los teólogos y pensadores musulmanes, replantea nuestra visión de la civilización islámica. Un texto importante si consideramos el papel que el Islam desempeña hoy en Europa. Rémi Brague, especialista en filosofía medieval árabe y judía, miembro del Institut de France, profesor de filosofía y antiguo profesor emérito de la Universidad Pantheon-Sorbonne, nos acompaña en este viaje por el mundo islámico real

–Profesor Brague, ¿por qué escribir un libro «Sobre el Islam»? ¿Qué tiene de especial con respecto a los otros libros?

–Quería situarme, en un lenguaje sencillo, a medio camino entre las obras de iniciación y divulgación y las monografías muy técnicas. He intentado presentar el islam de una forma que lo hiciera comprensible y diera voz a los grandes pensadores de su época de esplendor. De ahí las numerosas citas que figuran en el texto. Además, he planteado una pregunta que muy pocas veces se tiene en cuenta: ¿cuál es la finalidad del islam, qué quiere conseguir?

–¿Y qué quiere conseguir el Islam?

–Un hadiz muy conocido dice que Mahoma fue enviado tanto a los rojos (esto es, a la gente de piel rosada, los «blancos») como a los negros, es decir, a todo el mundo. Otro hadiz, también famoso, pone en su boca que se le ordenó luchar contra todo el mundo hasta que confesaran la fe en Alá y en su mensajero, pronunciaran la oración y pagaran el impuesto. El objetivo es pues la conquista del mundo entero, no necesariamente por medios violentos. Una vez que el mundo esté bajo el poder islámico, la conversión será una acción razonable para los sometidos.

Las Cruzadas tienen poco que ver con la yihad

–¿Es compatible el Islam con la democracia occidental?

–El Corán no dice nada sobre el mejor sistema político, monarquía, aristocracia o democracia. La vida de Mahoma le muestra pidiendo consejo a sus compañeros e incluso estando de acuerdo con ellos. No es difícil encontrar musulmanes progresistas que sostienen que el Profeta actuó como un demócrata, o incluso que el islam promueve la democracia. Los países islámicos siempre han estado gobernados por reyes o por un «hombre fuerte», un dictador, un soldado, el mulá en Irán, etc. Idealmente, nada impide que un día pueda surgir una democracia parlamentaria en territorio islámico. Sin embargo, en dicho régimen, cada parlamentario seguiría sometido internamente a una de las formas de la sharia y sólo votaría leyes compatibles con ella. Además, el único legislador seguiría siendo Alá, que ha dictado su voluntad en el Corán y en los actos y hechos de Mahoma, el «bellísimo ejemplo» (Corán, XXXIII, 21).

–¿Cuál es la diferencia entre islam e islamismo? Usted dijo una vez: «La diferencia entre islam e islamismo es real, pero creo que es una diferencia de grado y no de naturaleza».

–El islam y el islamismo tienen el mismo proyecto: poner a todos los pueblos en la condición de reconocer el islam como la mejor de las religiones, la única verdadera, para que todos se conviertan a ella. Lo que hoy llamamos «islamismo» es un islam impaciente, desordenado, torpe, que quiere precipitar las cosas con violencia. El islam conoce otras formas, que se adaptan (temporalmente) a las instituciones occidentales, que utilizan los principios europeos para subvertirlos. El islamismo es estúpido, porque corre el riesgo de dar la alarma. Las tácticas más cautas, que despiertan menos sospechas y saben manipular a los «idiotas útiles», son más eficaces a largo plazo.

–¿Anima el Corán a la violencia o solo la permite?

–El Corán llama repetidamente a combatir a los «infieles» con las armas, hasta que se sometan y acepten pagar tributo en una situación de humillación (IX, 29). Todos los versículos que invocan el diálogo pacífico, supuestamente revelados en La Meca, al principio de la carrera de Mahoma, cuando se encontraba en una situación de debilidad, fueron abrogados por versículos posteriores, dados en Medina, donde Mahoma es a la vez profeta y general.

El Corán no dice nada sobre el mejor sistema político, monarquía, aristocracia o democracia

–¿Existe alguna diferencia entre el Islam y el catolicismo?

–Lo que existe entre el catolicismo y el islam es un falso paralelismo. A menudo se cita la similitud sobre la teoría de la guerra justa. Pero las Cruzadas tienen poco que ver con la yihad: son acontecimientos históricos fechados y afortunadamente pasados; la yihad, en cambio, es una obligación legal, todavía vigente, aunque su aplicación bélica sólo se haga bajo ciertas condiciones.

–Una de las tesis de su libro es que el Islam no es una religión en el sentido en que la entendemos en Occidente. ¿Qué quiere decir con eso?

–Quiero decir, y espero haberlo dejado claro, que en Occidente todos, desde el creyente más devoto hasta el ateo más empedernido, tenemos la misma idea de lo que debe parecer una religión, a saber, el cristianismo. Clasificamos como religión a todo lo que goza de paralelismos cristianos: fe, oración, ayuno, peregrinación, limosna, aunque las similitudes sean en gran medida engañosas. Y rechazamos en la categoría de las «costumbres» o la «cultura» lo que es específico del islam: prohibiciones alimentarias, mandatos sobre la vestimenta, leyes penales, derecho de sucesiones, estatuto de la mujer, etc. Cosas que para un musulmán son parte integrante de la religión.

–Ha decidido abrir su libro con un capítulo sobre el término «islamofobia». ¿Cómo nos induce a error? ¿Qué significa y quién lo inventó?

–Según los últimos informes, el primer autor que utilizó este término fue un funcionario de la administración colonial francesa, en 1910. Criticaba lo que denominaba una actitud «islamófoba», argumentando que las poblaciones islamizadas de África no eran hostiles al dominio francés. Hoy en día, este término es una especie de cortina de humo que impide ver con claridad. Significa: miedo, o incluso odio, al islam. Quienes lo utilizan lo mezclan todo: el odio hacia las personas de carne y hueso -que siempre es culpable- y la crítica histórica y filológica del islam, crítica que merece un debate razonado. En mi libro, he creído necesario empezar por exorcizar este espantajo.

–¿Por qué es un «espantajo»?

–Porque cualquiera que se atreva a tener la más mínima reserva sobre el islam es acusado inmediatamente de «islamófobo». La misma suerte corren quienes no creen que Mahoma fuera un profeta, sino que lo ven sólo como un hábil político o militar. O incluso los filólogos e historiadores que señalan que ciertos pasajes del Corán no pueden remontarse a la vida de Mahoma, y que muchos hadices fueron falsificados mucho más tarde. Todo esto puede disuadir a las personas que no quieren discutir con sus colegas y amigos musulmanes, o a los estudiosos que quieren seguir siendo invitados a países islámicos.

–Profesor, usted explica que el Islam tiene un código legal específico. Leyéndolo, entendemos que parte de la ley islámica es incompatible con la cultura, las costumbres e incluso parte de las leyes de las sociedades europeas. ¿Es esto cierto?

–La cuestión no es si la ley islámica, en su totalidad, o sólo una parte, y habría que decir cuál, puede concordar con las leyes europeas. Algunas de las disposiciones legales que generaciones de estudiosos han extraído de las fuentes del Islam son justas y compatibles con nuestras leyes. Lo que realmente crea problemas, en mi opinión, es la cuestión del origen mismo de las normas. Para la tradición jurídica europea, las leyes se fundan en la razón humana, ciertamente iluminada por la conciencia, que los creyentes consideran como la voz de Dios. Para el Islam, el único legislador legítimo es Dios, tal y como habla en el Corán.

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