Antonio Muñoz Molina: «La pasión y la belleza pueden durar más que la juventud»
El escritor jienense presenta su nueva novela, una trama de tono musical donde se viaja del Madrid franquista y una pasión imposible a la América del «verano del amor»
No te veré morir (Seix Barral), la nueva novela de Antonio Muñoz Molina —miembro de la Real Academia desde 1995, director del Instituto Cervantes en Nueva York entre 2004 y 2006—, se ambienta en dos grandes escenarios (Madrid y Estados Unidos) y a lo largo de una evolución temporal que discurre, sobre todo, entre los años 60 y nuestros días. Sin embargo, lo que perdura, lo que atraviesa todos esos lugares y momentos —por lo general, inhóspitos a su manera— es la pasión entre Gabriel y Adriana. Y su recuerdo. Un recuerdo que pervive entre sueños y que, a fin de cuentas, los instala en una actitud de negarse a pasar página en la vida. El Madrid de la época franquista —cuando los jóvenes protagonistas gozan su amor— es descrito con todos los ingredientes a que estamos acostumbrados desde hace una generación: un país decrépito, gris, asfixiante, dictatorial, mezquino. El Madrid actual, despersonalizado y ruidoso, no mejora el panorama. Además, no hay apenas elementos que alivien o maticen esta percepción. De Estados Unidos quizá se salve sólo el que recibe al protagonista en 1967.
Ta como ha explicado el propio Muñoz Molina durante la presentación de No te veré morir —en la biblioteca pública Eugenio Trías, sita en el Parque del Retiro— Estados Unidos se describe en tres etapas. Una es 1967 en California, el «verano del amor», cuando aterriza el protagonista, que ha decidido dejar de residir en España. Este es el momento más esplendoroso —y, quizá, por eso mismo, el más breve—; mientras que en España lo que había era «la Adoración nocturna, la procesión del Corpus y las mujeres con velo en las iglesias», en América se vivía «la revolución de la música pop, el feminismo, los derechos civiles y el movimiento hippie».
El segundo aspecto de Estados Unidos es su naturaleza y sus amplios espacios, que suponen un agudo contraste para un europeo, «en especial, para un europeo del sur». Sus «ríos y bosques inmensos que deslumbran, sus autopistas y coches grandes y sólidos». Toda esa diferencia resulta «estimulante». Así es como experimenta América Gabriel Aristu, el protagonista. Todo lo nuevo incita un cierto placer, lo mismo que su aprendizaje. Sin embargo, a Aristu le acaba sucediendo lo que a muchos de nosotros en tierra extranjera: «según conoces un país, ves más diferencias» con aquello con lo que nos identificamos. Al final, Gabriel no logra estar en ningún sitio, a pesar de ser un hombre que «sabe comportarse dentro de la mundanidad cultural».
Esto va de la mano de la América «comercial, una sociedad que ya era consumista mucho antes que nosotros». Lo cual explica que el amigo del protagonista —igual que en su momento el propio Muñoz Molina, quien vuelca en estas páginas su experiencia personal en Virginia— se quede perplejo de que «en mitad de la noche esté abierto un supermercado enorme». Y que, para mayor asombro, en ese supermercado se puedan comprar armas. Sin embargo, este personaje es un «hombre desprotegido» que, además, ha llegado al país sin un pleno conocimiento del idioma y con un trauma familiar muy lacerante. Por tanto, esa América de grandes dimensiones, a «ojos del protagonista», se percibe de otro modo. El amigo de Aristu padece una «propensión al infortunio, y no conoce los códigos» de su entorno, lo que lo convierte en ser «desvalido».
América individualista
Muñoz Molina comenta que en Estados Unidos las personas pueden ser «muy cordiales o frías», sin esas zonas medias tan habituales en los paisajes humanos mediterráneos. Porque se actúa conforme a «lo que alguien espera de ti». Esa es la América del individualismo feroz, donde los horarios —incluso las cenas de amigos— se cumplen con «rotundidad pragmática». Algo que ejemplifica el protagonista, a quien suele describirse como un notario o funcionario de pompas fúnebres. Como dice el autor, nada que ver con el «síndrome de comida española» que explica cómo es posible que «a las seis de la tarde de un día de diciembre aún haya gente en los restaurantes tomando el gin tonic».
Esta América individualista es la del estancamiento social, la América donde cada cual vive en su «burbuja social». Aquí el autor se transforma en uno de sus personajes y señala: «más de la mitad de la población de Charlottesville era negra, y yo no lo sabía». Charlottesville (Virginia), una localidad donde abundaban los «monumentos a generales confederados». En opinión de Muñoz Molina, el cine, la televisión y la publicidad nos han generado «una familiaridad falsa con la vida americana, muy distinta de la nuestra».
No te veré morir se divide en cuatro partes; la primera narrada sin un solo punto, de modo que se trata de un único párrafo que se prolonga a lo largo de más de sesenta páginas. Sus motivos tiene el autor, y la necesidad de la trama parece requerirlo así. Otras dos partes están narradas en primera persona por el amigo del personaje principal. En cualquier caso, en todos los capítulos cobran fuerza voces de otros personajes, incluso la de aquellos que parecen agazapados en mitad del escenario. Según dice Muñoz Molina durante la presentación de este libro en Madrid, «la novela como género nos acostumbra a pasearnos por puntos de vista distintos», y, en consecuencia, esta historia resulta «poliédrica, polifónica». Dice este escritor natural de Úbeda (Jaén) que le ha influido de manera notable «la lectura de Faulkner», a fin de que hubiera «muchos puntos de vista diferentes», como el del amigo del protagonista —que funciona como un «contrapunto»—, y también la voz de una ecuatoriana que, aún resultando —en apariencia— de escasa relevancia, aporta una perspectiva rica en matices. Aquí estriba la «lección ética de la novela como género»: la capacidad de «ver el mundo con los ojos de otros, aunque carezcan de importancia narrativa».
Whitman y Vallejo
Por otra parte, este libro le ha supuesto al autor la lectura o relectura de poesía, en especial de «Walt Whitman y César Vallejo», por la mezcla de «caudal, impulso y concentración» que supone y que él ha pretendido imprimir en esta narración. Otro de los rasgos importantes de esta novela es la música, en especial una pieza de Bach de suite para violonchelo, así como una partitura con anotaciones de puño y letra de Pau Casals. «Un solo instrumento que puede ser áspero y melancólico, pero que fluye muy concentrado, y deja oír del roce del metal y la madera», según Muñoz Molina. Debido al tono de esta historia, el novelista ha sido muy «consciente de que tenía que controlar la extensión», y no alargarse siquiera hasta las «300 páginas», sino que debía conducirse con la «austeridad del violonchelo».
Un elemento de gran trascendencia en No te veré morir es «el paso del tiempo y la conexión entre pasado y presente». Esto nos permite comprender mejor que «la pasión y la belleza pueden durar más que la juventud». Según el novelista, «el tiempo, en vez de estropear la belleza, le da carácter y profundidad». «La belleza resplandece de otro modo», prosigue Muñoz Molina, y comenta que se ha basado en mujeres que él conoce y en las cuales la hermosura destaca ahora de forma especial, «y no por ninguna cirugía, sino por la inteligencia y experiencia que despenden en la mirada», lo cual desmiente «la locura quirúrgica y photoshópica» de nuestro tiempo.