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Ilustración: educacion, universidad

El futuro de la UniversidadLu Tolstova

Educación para una vida lograda y el papel de la universidad

No vale quedarse en caminos intermedios apoyándose en el tímido relativismo

Según un informe de la Universidad de Birmingham sobre la necesidad urgente de educar el carácter, nuestros jóvenes, tienen que ser educados en virtudes. Ya no están de moda, los sucedáneos psicologistas, que quieren implantar valores mediante discursos buenistas, no logran sustituirlas adecuadamente para el fin que le es propio al ser humano: ser feliz en una comunidad que busca el bien común. Los cientos de métodos pedagógicos puestos en marcha, a duras penas logran hacerles buenos ciudadanos, tan solo cumplidores de normas de tráfico. Su vida moral está llena de lagunas, su vida psicológica presenta un incremento exponencial de problema de salud mental, y su vida social se reduce muchas veces a las pobres e insatisfactorias relaciones en redes o a encuentros esporádicos sin compromiso.

Lo que los alumnos demandan de las universidades actuales es formación integral, no solo que les doten de «habilidades y competencias» para el trabajo. ¿Pero cómo se hace eso? Las humanidades son reivindicadas, a la vez que expulsadas, por los sistemas educativos, por suponer una sobrecarga de créditos que desvían la atención de la profesionalización. Aún así, no son suficientes tal cual las presentamos, ni presentan respuestas adecuadas a la infinidad de preguntas y problemas que nuestros jóvenes exhiben: anorexia, bulimias, tendencias y consumaciones suicidas, depresión, autolesiones, ansiedad, psicosis, comportamientos de riesgo, disforias, TDH…. Ni siquiera la psicología y la ciencia: no tienen más respuesta que soluciones farmacológico-químicas que agrandan el problema o lo aplazan, o sistemas de autoayuda que fracasan por la falta de voluntad, de carácter, precisamente lo que queremos rescatar. Básicamente, el malestar de los jóvenes, salvando la variedad de matices que se presentan y que las generalizaciones no hacen justicia a las singularidades, tiene que ver con problemas filosóficos y teológicos: quién soy, para qué vivo, qué sentido tiene mi vida.

Si yo digo que el Logos es Cristo inmediatamente quedo descalificado por la etiqueta de que esta es una propuesta religiosa

Si la universidad es el lugar -dada la expulsión de lo religioso de la palestra universitaria en general- de las preguntas, de la búsqueda de la verdad, esta tiene que ser seria. No vale quedarse en caminos intermedios apoyándose en el tímido relativismo, porque la vida no es el resultado de un discurso diletante acerca de nuestra ignorancia o de los límites de la ciencia. Las palabras son un pobre consuelo para un moribundo. Cuando los jóvenes se mueren de tristeza, de alegrías a espasmos sin fondo, de violencia indiferenciada en cada relación con los otros, de consumo de experiencias de vértigo autodestructivas, el coach, el psicólogo, contempla impotente cómo su ayuda es la mayor parte de las veces estéril. (Cf. las estadísticas del consumo de drogas, de alcohol, de sexo indiferenciado de fin de semana y sus enfermedades venéreas, de pastillas, de pantallas que les abducen, de accidentes provocados por amor al riesgo, de soledades enfermizas, de actitudes ni-ni).

Los que llegan a la universidad, y no desertan antes, tienen derecho a la honestidad de una institución que se dice buscadora de la verdad. Tiene que haber un modo de llegar a presentar al Logos. Este logos, la verdad, tiene nombre. Si yo digo que el Logos es Cristo inmediatamente quedo descalificado por la etiqueta de que esta es una propuesta religiosa. Los neovolterianos de todo signo, izquierdas y derechas, deslegitiman rápidamente esa pretensión. Pero quedémonos un momento antes de hacer esa afirmación que, en teoría, reclamaría algo fe. Los evangelios no son simplemente el libro de una religión cualquiera. Muestran y testifican la verdad revelada de lo que el hombre es, de aquello a lo que el hombre puede aspirar para ser feliz, que es ser amado; son la explicación de por qué los seres humanos sufren, para qué deberían vivir, y que están llamados a ser. La mayor parte de los llamados problemas de salud mental de nuestros jóvenes tiene que ver con haber sido o no amados: son las víctimas de la soledad de las máquinas, de los divorcios de sus padres, de las familias mononucleares, de una educación permisiva y proteccionista, de una familia que ha expulsado al padre, de un Estado que por doquier se ofrece como sustituto de las carencias existenciales; incentivando la libertad moral, a la vez que lo hiper regula todo, las instituciones del Estado creen que con la ley se garantiza una existencia feliz. Saber vivir, no es conocer. El animal se adapta, conoce su entorno, el ser humano tiene que investigar, descubrir, discernir, tomar decisiones, adaptar el entorno a él, pero para eso hade falta saber quiénes somos, de dónde venimos, y si compartimos una naturaleza común. La fuente de la desgracia (pérdida de la Gracia) de los jóvenes de nuestro tiempo y a su vez de la posibilidad de una vida lograda es tener o no tener resueltas estas preguntas. Y la respuesta a estas preguntas-problemas está en el Logos del Amor: que da razón de porqué estamos aquí, de quienes somos, y para qué vivimos en sociedad y en familia. Este Logos es toda una propuesta antropológica: quién es el hombre y qué sentido tiene su vida-; epistemológica: cuáles son los límites del conocimiento científico para solventar mis preguntas existenciales; ética: porqué ser honesto, respetuoso, bueno si el otro no es más que un animal herido como yo que busca la supervivencia a toda costa. Y, por supuesto, teológica: qué puedo esperar: ¿envejecer y morir después de un cúmulo de experiencias inconexas? Que se resumen en qué puedo esperar. Si el joven no espera más que sumar minutos de placer, de reconocimiento de los otros, o conservar durante un tiempo concreto una vida saludable, no es extraño lo que nos dicen los psicólogos y psiquiatras acerca del perfil del alumno universitario.

La universidad tiene que abrirse a la ciencia, la verdadera ciencia, e ir más allá del conocimiento, abrir la razón a la sabiduría. Solo hace falta una condición: la modestia de saber que nada de lo que se les ofrece o de lo que consigan será suficiente para una vida lograda. Nuestra insatisfacción insaciable es un signo de que estamos bien hechos, de que no somos animales, de que necesitamos ir más allá del conocimiento y la adquisición de competencias.

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