Consuelo Sanz de Bremond: «Hay mucho mito en torno a las mujeres medievales»
La conocida divulgadora de moda e higiene medieval y renacentista se estrena con una novela ambientada en la Castilla de 1475. Una historia con fuerte protagonismo femenino: una noble viuda y con amante, y una bordadora que viene de Valencia: «A Isabel la Católica le gustaba llevar escotes»
A Consuelo Sanz de Bremond (Valencia, 1963) muchos la conocen por su labor divulgativa en Internet. Es una apasionada de lo que ella llama el «costumbrismo medieval» y de la vida cotidiana de los siglos XV a XVII, en especial lo relativo a ropa y hábitos higiénicos, lo que incluye olores corporales, fragancias y empleo de lejías, jabones, perfumes y otros productos.
Presenta ahora La bordadora (Plaza y Janés), una ficción –exenta de militares y batallas– que ha urdido para compartir esta mirada. Dentro de poco, en octubre, le llega el turno a un ensayo sobre El olor de la Edad Media, y en preparación cuenta con dos libros más. Conversa sobre una época en que apenas se usaba el algodón, y los tejidos más habituales eran el lino y la lana. Sanz de Bremond distingue en sus libros entre «criados» y «sirvientes» –la diferencia estriba en la extracción social–, y también habla sobre depilación íntima en esos siglos y sobre el olor más común: el olor a chimeneas, a hollín, a lámparas de aceite y velas.
–¿Dónde se ambienta la trama de esta novela? ¿Qué es Vetonia?
–Ubiqué La bordadora en una ciudad ficticia de Castilla, alrededor de los años 70 del siglo XV, finales de la Edad Media. ¿Y por qué Vetonia? Es un homenaje a los vetones, ese pueblo prerromano que ocupó Toledo, Ávila, Salamanca, Cáceres y Zamora. Vetonia es representativa de lo que era Castilla. Como su nombre indica, La bordadora está relacionada con la moda, los textiles, y esa ciudad va a tener mucha importancia en el mundo de los paños y de los tejidos. Aparte, la segunda mitad del XV es un momento extraordinario, debido a las intrigas, las luchas para conseguir el poder, la gran expansión económica.
–La moda, aunque sea en una concepción algo primitiva, ¿comienza en ese momento, tal como podemos entenderla?
–El término «moda» no aparece hasta el siglo XVII. Pero sí que podemos hablar de moda en la Baja Edad Media. Yo utilizo ese término para que nos entendamos. A finales del siglo XIV se va a poner de moda un tipo de ropa muy peculiar, sobre todo en el mundo masculino. Va a revolucionar completamente la forma de vestir. Los hombres van a llevar unas prendas muy cortas, que son la jaqueta y el jubón; tan cortas, que dejaban ver, por primera vez en toda la Edad Media, las piernas del hombre hasta arriba del todo. Y eran prendas muy ceñidas. Hay un franciscano a finales del XIV que pone el grito en el cielo —seguramente exagerando— y dice que, cuando los criados sirven la mesa, toda la parte masculina del criado acaba sobre la mesa.
El término «moda» no aparece hasta el siglo XVII, pero sí se puede hablar de moda en la Baja Edad Media
–¿Y qué pasa con la moda femenina?
–La moda femenina tiene dos peculiaridades, y muy importantes. Por un lado, se ponen de moda unos escotes muy exagerados. Se empieza a enseñar un poquito la clavícula y, como ocurre casi siempre, todo lo que empieza siendo sencillo acaba exagerándose. Van saliendo los hombros y llegamos a los años 70 del siglo XV, cuando se ambienta La bordadora. En esa década llega un momento en que el escote casi muestra los pechos, y los llevan levantados. Podían incluso mostrar parte de los pezones. Y no estamos hablando de prostitutas, las cuales, excepto en Venecia, no solían enseñar sus pechos en la calle. Estamos hablando de damas y mujeres de poder adquisitivo alto en la clase media. Eso es un escándalo. A Isabel la Católica le gustaba llevar ese tipo de escotes. Los moralistas y los clérigos se rasgan las vestiduras. Hernando de Talavera, que es confesor de Isabel la Católica, dice que los escotes muestran los pechos y que hay algunas mujeres que se lo tapan con una tela opaca. Pero hay otras mujeres que llevan telas transparentes, y él prefiere la opaca. Lo segundo es la aparición de otra prenda femenina, una prenda revolucionaria que forma parte de la trama de la novela y que ejercerá una influencia enorme en Europa a partir del siglo XVI.
–¿Esto tuvo su reflejo en la poesía amorosa y literatura erótica de la época?
–Es importante señalar es que en la Edad Media y, sobre todo, en los siglos XVI y XVII, lo más erótico eran los pies de las mujeres. Los pechos no tanto. Hoy las mujeres tenemos más pudor a la hora de mostrar los pechos, salvo que vayamos a la playa y hagamos topless. Pero en aquellos tiempos no había ningún problema, porque las mujeres iban por la calle y, si el niño quería mamar, los pechos se sacaban y el niño mamaba en plena calle; no tenían ese tabú hacia el pecho. Que yo recuerde, la literatura erótica destacaba más los pies, como cuando ellas se descalzaban y metían los pies en el río.
En la Edad Media y, sobre todo, en los siglos XVI y XVII, lo más erótico eran los pies de las mujeres
–Pero, cuando salían a la calle, ¿las mujeres se tapaban más?
–Lo normal, fuera de casa, era que las mujeres fuesen con la cabeza cubierta. Pero taparse no era tanto una cuestión de pudor. Se debía a que las calles eran polvorientas, pasaban caballos y carros. Y había que cuidar la ropa y evitar que se ensuciara. También se trataba de una costumbre. Por otro lado, y lógicamente, las mujeres tenían sus fiestas, sus reuniones, y en esas ocasiones lucían sus telas y sus adornos, a pesar de lo que dijeran los moralistas. Y, de nuevo, los escotes. Las más atrevidas llevaban una tela muy transparente o no llevaban nada.
–En esta novela se concede mucho protagonismo a las mujeres. ¿Por qué?
–Llevo más de quince años investigando sobre indumentaria. La medieval, la del siglo XVI y la del XVII, lógicamente. Tenía que saber cómo vivían las mujeres en aquellos siglos. Y entonces me apasioné. Me apasioné porque hay mucho mito alrededor de las mujeres. En España se tiene la idea de que las mujeres solamente podían ser casadas, prostitutas o monjas. Que tenían que estar en casa y con la pata quebrada: silenciosas, sumisas, subyugadas por el hombre. Pero, a medida que fui investigando, me di cuenta de que no era así. Los documentos de la época nos hablan de mujeres que toman decisiones importantes y que se hacen oír. Las damas tenían autoridad en el seno familiar, ejercían control sobre sus tierras, sobre sus bienes y sobre su linaje. Administraban y gobernaban, y debían estar al corriente de los asuntos políticos para poder tomar decisiones. Incluso hubo mujeres regidoras. También tenemos a las abadesas, que regían no solamente el convento, sino también las tierras a su cargo. Hay que tener en cuenta que las abadesas, hasta casi el siglo XIX –cuando la Iglesia les quita ese poder–, llevaban báculo de obispo. En la clase media, las mujeres de profesiones artesanales, comerciantes o liberales también tenían su poder.
Hay mucho mito alrededor de las mujeres: en España se cree que sólo podían ser casadas, prostitutas o monjas
–Hablamos de mujeres con una vida sexual menos reprimida de lo que nos dice el mito. Pero también de una sociedad muy religiosa y con fuerte conciencia de pecado. ¿Cómo se vivía toda esa tensión? Porque en su novela una protagonista tiene amante.
–En aquellos tiempos, y entre comerciantes y otras profesiones, la ausencia del marido era frecuente. Esto da pie a hablar del adulterio, la libertad sexual de las mujeres, etcétera. Por otro lado, una de las cosas que solemos olvidar es que el católico puede pecar, se confiesa, y a otra cosa. Dicho de manera simple, porque se supone que te tienes que arrepentir. Pero la naturaleza humana es débil. Se vuelve a caer, y te vas a confesar otra vez. Es algo que toco en la novela, por medio del personaje del clérigo. Quienes formaban parte de aquella sociedad estaban impregnados de religión, pero no constreñidos por la religión. Pecaban, y me imagino que los confesores debían de estar hasta el moño: «¿Otra vez vienes a confesarte de lo mismo?». Aparte, existían las barraganas, las amantes de los clérigos. Y las mancebas, mujeres solteras que terminaban sirviendo en casas de la alta nobleza. Hablamos de mujeres solteras de clase media o clase baja, que vivían fuera de la tutela de sus padres, estaban (dicho entre comillas) «emancipadas», y libremente vivían con un hombre. Normalmente, se iban del lugar donde vivían y se las aceptaban en otra ciudad.