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Fernando Bonete Vizcaino
Anecdotario de escritores

Las drogas infinitas de Marcel Proust

El autor de En Busca del Tiempo Perdido fue uno de los mayores toxicómanos de la historia de la literatura

El escritor Marcel ProustGTRES

De Marcel Proust se pueden contar un sinfín de datos absurdos y anécdotas fáciles. Hay un libro entero dedicado a ellos, El proustógrafo de Nicolas Ragonneau, con sus infografías y todo: se batió en duelo una vez; nunca tomó el metro; se mudó cinco veces y ocupó seis pisos en París; del piso del bulevar Haussmann ocupó una sola habitación de las seis disponibles y la insonorizó con placas de corcho; nunca recibió a más de una persona en su casa para cenar al mismo tiempo; lució cinco tipos de bigotes a lo largo de su vida –lápiz, morsa, manillar, Chevron y Charlot– y utilizó ocho pseudónimos –Y, Étoile Filante, De Brabant, Bob, Pierre de Touche, Fusain, Dominique y Horatio–; escribió una barbaridad de cartas, se estima que en torno a 100.000, de las cuales se conservan 30.000; sus paperole, o tiras de papel para añadidos y correcciones para En busca del tiempo perdido llegaron a medir más de metro y medio de largo –el que más, 160 centímetros, casi tanto como él, que medía 168–.

También fue uno de los mayores toxicómanos de la historia de la literatura, información que se desconoce o se tiende a obviar porque cuando eres uno de los tres, cuatro o cinco autores más influyentes de la literatura universal tu obra habla por ti –el mito y la fama es tu obra, no tu reputación de escritor maldito– y que fueras drogado todo el día importa menos.

Proust se gastó 6.000 francos en estupefacientes durante el año 1919 –unos 36 mil euros de hoy–. Es decir, se gastó en drogas más que todo el Premio Goncourt –5.000 francos– que ganó ese mismo año por A la sombra de las muchachas en flor. Calderilla: llegó a disponer de una fortuna de un millón y medio de francos, el equivalente a seis millones de euros actuales.

Consumió un catálogo extenso de fármacos, somníferos y estimulantes, con los que buscó atemperar el asma –belladona, polvo de Legras, morfina– y los dolores de estómago –laxante cáscara sagrada–; combatir la ansiedad, sobre todo a base de trional –el sedante psicotrópico que utilizó durante más tiempo– y otros como tetronal, dial-ciba, didial y veronal –de este último tomó al día el doble de la dosis recomendada–; inducir el sueño y sumirse en el olvido, con opio y valeriana; ¡y escribir!

La frase de Proust se alargó un 30% en el periodo de diecisiete años que tuvo lugar entre su primera publicación, Los placeres y los días, y En busca del tiempo perdido. En sus esfuerzos de escritura tuvieron mucho que ver, dado su cansancio crónico, las inyecciones de adrenalina combinadas con el café y la cafeína, que en Proust son dos cosas iguales, pero distintas; la una no quitó la otra: tomaba hasta diecisiete tazas de café combinadas con una pastilla de cien miligramos de cafeína. Fue capaz de escribir frases de hasta 931 palabras.