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Fernando Bonete Vizcaino
Anecdotario de escritores

Las contradicciones de Jacinto Benavente

El segundo Nobel español vivió entre vaivenes ideológicos que casi encuentran respuesta en su obra cumbre, Los intereses creados

'Retrato de Jacinto Benavente' (1905) de Ramón Casas

Los rasgos definitorios de Jacinto Benavente son cuatro: entrega incondicional al entretenimiento para satisfacción de la clase acomodada, fecundidad, triunfo y contradicciones.

De la fecundidad, que dijo Fernando Lázaro Carreter –literaria, claro, hijos no tuvo–, dan fe sus 160 obras de teatro, más poemas, cartas, crónicas, conferencias y otros textos, amén de sus traducciones –El rey Lear de Shakespeare y el Don Juan de Molière, entre las más destacadas–.

De la muy favorable conexión con la burguesía de la Restauración, baste aquella frase del dramaturgo: «Yo no escribo comedias para el público, sino que hago público para mis comedias».

A hombros del público

Del triunfo vale con recordar que fue nuestro segundo Premio Nobel de Literatura (1922), pero como también pasó por un comienzo injustamente truncado por la crítica –de su primer estreno y comedia, El nido ajeno (1894), solo habló bien Azorín–, una posguerra de vida y obra algo trasnochadas, y otra vez la persecución de medrantes y críticos si se relajaba lo más mínimo –Ramón Pérez de Ayala entre sus más feroces detractores–, también se puede mencionar que sustituyó a Menéndez Pelayo en la Real Academia Española, sus giras por Hispanoamérica, que fue hijo adoptivo de Nueva York, Gran Cruz de Alfonso XIII… y lo más importante, salió a hombros del público al término de sus más memorables estrenos y obras cumbre: Los intereses creados (1907), Señora Ama (1908), La malquerida (1913).

Republicano y antirrepublicano

Y de las contradicciones, que es lo que hace a este anecdotario, un batiburrillo de creencias: fue modernista, pero nada noventayochista, es decir, que en su teatro hubo una estética, más que una ética; fue diputado a Cortes por Madrid, de los de Maura, pero hizo poco y nada; durante la Gran Guerra se declaró germanófilo, pero después de su viaje a Rusia solo le faltó formar parte de la Internacional, pero en Málaga dio un discurso antirrepublicano en 1935, pero estalló la Guerra Civil y participó de la propaganda republicana, pero terminó el conflicto y sale al balcón del Ayuntamiento de Valencia con el general Aranda a gritar vivas a España.

De no entenderse estos vaivenes, quizá haya que encontrar las razones más arriba –fecundidad, público y triunfo son difíciles sin contradicciones–, o en aquellas famosas palabras de Crispín: «Mejor que crear afectos es crear intereses».