Jesús Sánchez Adalid: «Nunca he tenido la intención de evangelizar ni catequizar a través de mis novelas»
El autor de El mozárabe, Y repente Teresa o En Tiempos del Papa Sirio asegura que «en la novela histórica tienen que haber transcurrido al menos tres generaciones para que no quede nadie vivo que nos pueda contar directamente los hechos»
Extremeño desde la cuna (1962), el sacerdote Jesús Sánchez Adalid es un hombre de acento meridional y voz y modales pulcros. Fue jurista, ha publicado una veintena de novelas y recibido otros tantos reconocimientos y galardones, y en estos momentos es probable encontrarse con él cerca de donde se veneran los restos de la niña mártir Eulalia y la basílica paleocristiana.
Viaja a Madrid para recibir un premio más, y charla con El Debate en un salón de conferencias de la Universidad CEU San Pablo. Hablamos, entre otros temas, de la novela que ha publicado este año, Una luz en la noche de Roma (Harper Collins), la cual no trata sobre mozárabes ni doblones, sino sobre católicos, nazis, fascistas y judíos en la II Guerra Mundial.
–Una luz en la noche de Roma se sale de las ubicaciones históricas a que usted nos tiene acostumbrados. ¿A qué se debe este cambio?
–Efectivamente, un lector de mi obra me ubica en el siglo XVI, XVII, en la Edad Media, en el Al-Ándalus califal. Y esto se sale de mi línea habitual; es una novela cuya trama transcurre en el siglo XX. No la considero una novela histórica, porque se puede hablar de novela histórica cuando no tenemos a ningún superviviente que nos pueda contar de viva voz los hechos. Y en este caso todavía hay supervivientes de la Segunda Guerra Mundial; si no ellos directamente, sí personas a quienes los testigos directos les contaron el relato, que es el caso que me he encontrado. Además, el mismo proceso de creación es diferente, porque, si bien yo siempre tenía que recurrir a archivos históricos, ahora acudo a otro tipo de documentación que es el testimonio real de las personas que sufrieron el Holocausto. En ese sentido, sí que es una novela diferente.
–Sin embargo, aquí hay muchas líneas de continuidad, como las referencias a los sefardíes, por ejemplo. ¿Eso es algo que pedía la propia trama, o bien ha querido usted incluirlo, en consonancia con otros libros?
–Es un poco extraño todo esto, y la verdad es que le agradezco que me lo pregunte, porque no me lo habían preguntado antes. Desde que me contaron la historia de lo que había sucedido en el hospital de la Isla Tiberina, hasta que me puse a investigar, había que hacer una selección, pues se trataba de muchos relatos, de muchas personas que habían sufrido. Había muchas ramificaciones. Y me sentí más atraído por la historia de Betto Zarfati, precisamente porque la familia Zarfati era descendiente de sefardíes de la isla de Roda, adonde fueron muchos sefardíes españoles. Esto suponía introducirse en un camino de investigación que al final me condujo hacia todos los protagonistas de la novela, que son absolutamente fascinantes. Por tanto, es misterioso, y al mismo tiempo lo considero providencial.
–Usted ha comentado que esta no es exactamente una novela histórica. ¿Cómo definiría usted qué es una novela histórica?
–Una novela histórica es un relato que conjuga la ficción y la realidad. En este caso, la realidad sería la investigación histórica; y la ficción, la tarea creadora. En este sentido, esta novela puede parecerse a una novela histórica, porque todos estos hechos tienen valor histórico. Pero en la novela histórica pura tiene que haber un elemento más, que es la prescripción de la memoria, la prescripción inmemorial que llamaban los romanos. Es decir, que hayan transcurrido al menos tres generaciones para que no quede nadie vivo que nos pueda contar directamente los hechos, sino que tenemos que recurrir a los documentos. Por tanto, sería una novela histórica pura una que se desenvolverá en el siglo XIX. Pero no lo sería una novela del siglo XX, puesto que el relato del siglo XX está en mi propia vida; una novela de la Guerra Civil española o de la Guerra Mundial es historia contemporánea de mi país, de mis abuelos.
Los creyentes católicos en Italia son los que salvan a los judíos
–Dentro de esta novela tiene gran relevancia el «síndrome K». ¿En qué consistía?
–El «síndrome K» es una epidemia ficticia, inventada por los doctores y los frailes del Hospital de la Isla Tiberina, para poder salvar a familias y a niños judíos después de que se produjera la redada el 16 de octubre de 1943 en la ciudad de Roma. Hay dos protagonistas de la historia perfectamente documentados, dos personajes muy interesantes. Uno es el doctor Borromeo, y otro es fray Maurizio Bialek, que es un fraile polaco. Entre ambos inventan la pandemia y la van haciendo crecer con el tiempo, la van dotando de realidad. Y la cuestión no es baladí, porque los nazis tenían bastante miedo. En aquel momento ya habían empezado a perder la guerra. Tenían muy cerca a los Aliados, después del desembarco en Salerno. Las tropas alemanas ya se habían infectado de tuberculosis en Rumanía o en Hungría, y una nueva infección en Italia les iba a suponer una merma de fuerzas importante y un peligro. Por tanto, irrumpir en el hospital, con la posibilidad de infectarse, habría sido una imprudencia temeraria muy castigada en el ejército alemán. Por lo tanto, la Gestapo no se arriesgó.
–Durante la etapa final del régimen fascista, y luego bajo el control directo del III Reich sobre el país, se padece el ascenso del antisemitismo en Italia. ¿Cómo viven los creyentes católicos esta situación?
–Los creyentes católicos son los que salvan a los judíos. En el resto de Europa también se salvaron muchos judíos, pero una inmensa mayoría sufrió el horror de los campos de concentración, la muerte y la destrucción de todas sus comunidades. Sin embargo, en Italia se salvaron gracias a los católicos. Es evidentísimo. Acaba de salir un estudio muy amplio por parte del equipo del Instituto Bíblico de Roma, donde se dan todos los datos, a los cuales yo ya había tenido acceso para escribir esta novela nuestra, que están en diversos archivos. Por ejemplo, en el fondo de Steven Spielberg, la Fundación Spielberg. Esos católicos, obedeciendo a la llamada de Cristo de que todos somos hermanos, se jugaron la vida y salvaron a la mayor parte de la comunidad judía. En datos concretos, en torno a 4.000 judíos en Roma entre otoño de 1943 y junio de 1944 –fecha en que los Aliados liberan la ciudad–, frente a los 1.200 que deportaron los nazis a Auschwitz–Birkenau. Los judíos estuvieron refugiados en centenares de conventos, institutos religiosos, monasterios, universidades, el propio Vaticano y casas particulares de católicos.
–Usted es sacerdote y ha publicado muchísimos libros de ficción. ¿Alguna vez que lo han acusado usted de usar la ficción para emprender algún tipo de adoctrinamiento?
–Yo nunca tuve la intención de evangelizar ni catequizar a través de mis novelas. Pero evidentemente en mi obra estoy yo, con todo lo que eso significa. Yo soy creyente, soy sacerdote católico [sonríe mientras se acaricia el clériman], dejé mi profesión en la judicatura para para ser sacerdote. Lo que hago eso escribir dentro del humanismo cristiano, que son las ideas que inspiran mi vida y las que tienen que inspirar a la vida de los seres humanos.
–¿Qué abunda más en la novela histórica? ¿El tremendismo, la visión descarnada y pesimista de la humanidad?
–Hemos creado una sociedad que se llama «Escritores por la historia», donde estamos la mayor parte de los novelistas históricos, y estamos intentando dar una visión positiva de la vida, o al menos real y consecuente de la historia. Sin los tintes que le ha aportado la Leyenda negra. Pensamos que la Conquista y Evangelización de América fue más positiva que negativa. Intentamos salvar nuestra historia, y trasladar la idea de que la historia es algo para ser conocido y para aprender de ella.