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El escritor Lorenzo Silva, en El DebatePaula Argüelles

'Púa': amoralidad y desgarro identitario en el nuevo libro de Lorenzo Silva

El escritor de la saga de Bevilacqua y Chamorro regresa con una historia sobre el turbio mundo de la intimidad humana dolida por el desgarro existencial

En lo primero en lo que incide Lorenzo Silva al comienzo de Púa es en subrayar, quizás mordazmente, que «esta es una historia de ficción» y que «hechos como los que en ella se cuentan ocurrieron, ocurren y seguramente seguirán ocurriendo en diversos tiempos y lugares». En cualquier caso, al margen de esta advertencia preliminar, tampoco es aventurado indicar que el lector avezado será capaz de delinear con más precisión la figura de la realidad política subyacente a esta ficción novelada y logrará también situar la concreta fisionomía de la geografía y la historia de las que Púa se puede estar haciendo eco.

En la redacción de esta obra de Lorenzo Silva, todo es deliberado anonimato y confusión identitaria de principio a fin, desde las ciudades por las que se desliza la trama, hasta los países vecinos implicados en lo narrado. En efecto, la acción involucra a núcleos de población que son «la Ciudad» o a personajes cuya interioridad o conciencia individual son fluctuantes. No en vano, la identidad de las personas queda fijada mediante vagos números o nombres de guerra, tales como «Araña», «Mazo» o, justamente, «Púa», que da título a esta publicación y la protagoniza.

El relato de Silva está enmarcado en el contexto de la lucha clandestina de las cloacas de cierto Estado contra el terrorismo. Una serie de jóvenes con características idóneas para la causa son reclutados para «la Compañía» (otra denominación cargada de anonimato) para llevar a cabo las operaciones que los altos mandos reclaman. El hermano de Púa, asesinado como vulgar daño colateral de una bomba terrorista, es un ejemplo del tipo de motivaciones o causas profundas que sirven de acicate para entregarse a la lucha en la Compañía; de hecho, Púa estuvo de por vida absorbido «en la venganza que había asumido en su nombre pero sobre todo en el mío propio».

'Púa', de Lorenzo Silva

Salpicada de frases lapidarias y profundas reflexiones de corte filosófico, mediante su último libro Silva nos sitúa en el turbio mundo de la intimidad humana dolida por la pérdida o el desgarro existencial y su búsqueda de redención o salida en actividades ilegales de cuya legitimidad a sus autores no se les permite dudar. El instructor de los miembros de la Compañía les dice un día: «Hay una pregunta que nunca nos podemos hacer». Le responden: «Si es moral o inmoral actuar así». El instructor les replica: «Si lo que hacéis es legítimo o ilegítimo. La Compañía […] os proporciona una legitimidad indiscutible». El protagonista del libro llega incluso a afirmar claramente que su hábitat y modus operandi se localizan «donde los fines rectos pueden y a veces deben perseguirse por caminos torcidos».

Una existencia sin identidad

En Púa no se encuentra un genuino arrepentimiento por las acciones cometidas, pero sí dolor por el decurso de una existencia sin identidad ciudadana normal y por haberse entregado en cuerpo y alma a alguien ajeno a ellos mismos y su familia. La primera frase del libro, pronunciada por su personaje principal («soy una mala persona»), es una mera constatación de hechos, sin relevancia humana o metafísica. Aunque indica que no está «orgulloso de ser una mala persona», no por confesar tal cosa abdica el personaje en cuestión de su pasado sino que, por el contrario, vuelve a las andadas tan pronto como la sangre llama a la sangre y un antiguo compañero le reclama. En la última novela de Silva no se buscan excusas tras las cuales defenderse de la culpa de las tropelías cometidas («ni busco ahí ninguna disculpa para mi conducta»), pero tampoco quieren los criminales en cuestión retractarse.

Fue un vacío existencial y una crisis personal lo que les hizo acercarse a la Compañía al protagonista y sus compañeros. En el caso de Púa, lo único que este ha deseado siempre es ganar de algún modo la batalla que perdió, la única que no puede ganar, la que le quitó su identidad. Y, en principio, lo intenta hacer mediante una especie de venganza vicaria del asesinato de su hermano en las carnes de quienes puedan ser asemejados a los que lo perpetraron; es decir, los terroristas.

Púa señala que «nada me ha atormentado en la vida como no haber sido capaz de averiguar quién lo hizo y tener la oportunidad de matarlos para arrojar a sus padres y madres al mismo dolor en el que ellos enterraron a los míos». La intimidad del protagonista se quebró con el asesinato de su hermano y quedó sepultada con la muerte lenta de sus padres después de aquel suceso. Así, Púa intentó recobrar su identidad, sin éxito, mediante su ingreso en la Compañía, que también acabó abandonando.

Al hilo de lo anterior, cabe traer a colación un detalle que quizás se pase por alto y que se refiere a la última oportunidad de redención que Púa advierte que puede tener y que no se refiere a ser perdonado por otros o por un ser trascendente. Tal redención se vincula a la recuperación de su identidad a través de la de su amigo Mazo, de quien, en el fondo, siempre tuvo envidia; en verdad, él había encontrado lo que Púa perdió y jamás supo recobrar: su identidad, vinculada inevitablemente a una familia.

Púa siempre ha tenido envidia de Mazo y lo ha admirado como modelo: «Me fastidiaba ver que a Mazo el fin de la misión y el regreso a su vida se le hacían más llevaderos […] yo estaba solo, lo envidiaba, pensaba que el afortunado era él, Mazo, y el desdichado yo». Cuando Mazo (que ha dejado la Compañía también) está moribundo y llama a Púa para salvar a su hija Vera, este ve que la luz de su redención se enciende nuevamente. Púa siempre tuvo como mediador a Mazo y ahora, tomando su voluntad como referente de acción, va a recuperar en persona ajena lo que él nunca pudo tener de nuevo, es decir, una familia.

Su redención consiste en salvar en Vera lo que no pudo salvar él en su hermano y sus padres: «lo que persigo es que no puedan tocarte un pelo, ni ahora ni nunca». Por esta razón, igualmente, cuando Vera se le insinúa a Púa, este, al ver en ella a su propia hija y a su familia en general, la rechaza: «No estoy aquí para llevarme nada, sino para devolver algo».

En la línea de lo postulado por el antropólogo René Girard, quien define al hombre como «animal asesino», también Silva descubre el mimetismo de la violencia humana y su imparable avance, pues constata que «no hay animal más peligroso que el animal humano herido, porque es capaz de proyectar el dolor más allá de su latido primordial, en una espiral infinita que se alimenta a su vez del dolor de otros para crecer y perpetuarse». Sin embargo, a pesar del noir existencialista que rezuman las páginas de esta obra, hay una gran lección final que Silva quiere transmitir y que es ofrecida en los primeros compases de la historia por boca de Púa: «Si uno quiere hacer el bien, no hay otro camino que las acciones bondadosas».