Fundado en 1910

Joseph Goebbels durante un discurso

Goebbels, el escritor frustrado que se convirtió en el publicista nazi de la muerte

El jefe de Propaganda de Hitler quiso ser ministro de Cultura del III Reich, pero se reconvirtió en «autor» de eslóganes a mayor gloria del Führer

La historia del siniestro admirador y estrecho colaborador de Hitler estuvo hecha a fuerza de rechazos y dificultades convertidas en ira y venganza indiscriminadas. Toda su vida fue un cúmulo de obstáculos y situaciones difíciles. De origen humilde, situación que marcó su infancia y su carácter, a los cuatro años una infección le produjo una deformación en los huesos del pie que le convirtió en un tullido. Las operaciones no surtieron efecto y la extremidad se le quedó doblada hacia adentro.

El comunismo

Fue un minusválido físico toda su vida, lo cual a principios del XX significaba un gran desdoro personal y un motivo de burlas constantes. Joseph Goebbels tenía indudables querencias y talentos artísticos. Fue un pianista premiado en su niñez. El niño más listo y aplicado de la clase en compensación a su débil salud y su defecto corporal. Quiso estudiar Teología casi como un destino natural para su familia católica, pero se retractó de sus intenciones. Finalmente se decidió por la Historia y la Filología Clásica que cursó en distintas universidades por toda Alemania.

Goebbels, a la derecha de Hitler, en Berlín en 1933

Sus inquietudes literarias se manifestaron entonces, a principios de los años 20. Escribió Michael en 1921, una novela autobiográfica donde volcó literaria y románticamente sus frustraciones y desilusiones, y en la que se empezaba a atisbar la deriva ideológica por la que fue arrastrado después, luego de un proceso de crisis personal que le alejó de su catolicismo original. Las dudas le llevaron al comunismo y a lecturas compulsivas. El socialismo apareció en su vida por medio de Marx y Engels.

El odio irracional

Su rabia y su turbación íntimas le situaban al lado de los trabajadores. Los burgueses y los liberales eran sus enemigos, todos aquellos (o muchos de ellos) que se habían reído mayormente de él o que al menos les representaban. En el ínterin se graduó con una tesis sobre el escritor romántico Wilhelm von Schütz. Entonces su odio a los judíos empezó a germinar y crecer en la superficie de sus escritos rechazados, como casi todo en su vida. Los periódicos no le contrataban y sus libros no los leía nadie. La perversión de su creciente ideología le impulsaba a echar balones fuera por la imposibilidad y la crudeza de admitir sus inevitables fracasos que se convirtieron en odio irracional.

Goebbels junto a dos de sus hijas en la Navidad de 1937

En esa aversión encontró Goebbels su camino. El «Putsch» de Múnich en 1923 que hizo de Hitler una celebridad fue el anzuelo en que picó el desorientado y desvalido pececillo. Pronto se unió a aquellas filas y a aquella figura deslumbrante a la que poco a poco se fue aproximando hasta convertirse en una persona cercana que, tras algunas vacilaciones, se rindió sin condiciones y proclamó una adoración enfermiza a Hitler que solo iría en aumento hasta el delirante y terrible final. Goebbels adoptó la publicidad moderna a la política. Se convirtió en orador de éxito, con mensajes agresivos y potente sublimidad.

La hora final de la locura

No había olvidado sus anhelos artísticos e intentó publicar sus obras desde su nueva posición, pero estas volvieron a recibir la misma negativa acogida. Aquella fue la última vez que Goebbels intentó ser escritor, y el definitivo impulso para su carrera ciega e imparable como publicista nazi y devoto de Hitler, al lado de quien ascendió al poder en la formación del partido. El antiguo ávido lector incitó a la quema de libros, declarándole la guerra al «intelectualismo judío». Y ya no hubo vuelta atrás. El resultado de todo esto es suficientemente conocido, como su matrimonio con Magda, (otra adoradora de Hitler) con quien, en la hora final de la locura, se suicidó en el jardín de la cancillería (primero disparó a Magda y luego se disparó él mismo) después de envenenar a sus seis hijos, a quienes encontraron los rusos en sus camas del búnker como si estuvieran dormidos.