Gógol pirómano, el escritor ruso que quemaba sus obras
Narrador, poeta y dramaturgo, Nikolái Gógol quemó muchos de sus propios textos. Entre ellos, estaba la supuesta continuación de una de sus máximas novelas: Almas muertas
El recorrido literario más habitual con Nikolái Gógol y, en definitiva, casi lo único que se lee del sensacional escritor ruso es El capote –con lo genial extravagante gótico al final de la novela–, La nariz –una genial extravagancia de principio a fin– y Almas muertas, su gran e inconclusa novela. De esta última, destinada a ser el tocho que avala a todo escritor ruso –porque es bien sabido que un escritor ruso que no ha escrito un ladrillo de cerca de mil páginas no es un escritor ruso– conservamos tan solo su primera parte, publicada en origen con un título distinto –en ruso no sé, pero en español se me antoja cacofónico–: Las aventuras de Chíchikov o las almas muertas (1842); como las almas son inmortales, la censura consideró que las incongruencias creativas mejor para el subtítulo.
También nos han quedado cinco capítulos de la segunda parte, los mismos que leyó Tolstói cuando dice en sus Diarios: «Leí la segunda parte de Almas muertas, insípido». Estos cinco no son más que un borrador, en cualquier caso, si bien hoy algunas editoriales los publican convertidos en apéndices de la primera parte.
Es para que el propio Gógol se revuelva en su tumba: nada le habría gustado más que publicar las dos partes que habrían completado «la Divina comedia de la estepa» –como las denomina el escritor y editor Giorgio Van Straten–, pero si no terminó ni la segunda –o la terminó, o casi, pero la desechó por completo, como ahora veremos– fue precisamente por su desmesurado afán de perfección, un tanto de egolatría, otro del «qué dirán» y la necesidad de acabar de golpe, con aquel gesto abrasador, con toda esa rémora de sentimientos maníacos y aspiraciones obsesionantes.
Gógol era muy susceptible a las críticas. A los dieciocho, tras conocer el parecer negativo hacia un poema publicado en una revista local, compró los números restantes para quemarlos todos. La decepción actuó de modo distinto, aunque con idéntico resultado, en el caso de Almas muertas. La primera parte tuvo un éxito tremendo, y su miedo a decepcionar con la segunda y no alcanzar la inmortalidad literaria lo llevó a la exasperación. Quemó el manuscrito ante su criado –como él mismo nos ha contado–. Gógol presenció la cremación de sus quinientas páginas, una media hora. Luego se echó a llorar.