Los candidatos al Nobel de Literatura que proponen los críticos de El Debate
Seis redactores y colaboradores (incluido un director) de este periódico eligen sus escritores favoritos para el prestigioso premio de la Academia sueca
Este 5 de octubre la Academia sueca anuncia el nombre del Premio Nobel de Literatura 2023, que sucederá a la escritora francesa Annie Ernaux. Un galardón que en los últimos tiempos se aleja de los pronósticos (e incluso de los escritores, como en el caso del cantautor Bob Dylan) y de los favoritos que año tras año figuran en las quinielas. Estas son las seis apuestas de El Debate:
Jon Fosse (Fernando Bonete)
Jon Fosse es el dramaturgo europeo vivo más representado: mil obras en más de cuarenta idiomas. Su narrativa, condensada en español en dos obras, Trilogía y Septología, terminarán convirtiéndose en clásico absoluto de nuestro siglo, se prestigie o no la Academia a sí misma concediéndole a Fosse el Nobel que no necesita, pero que merece. Fosse tiene una voz propia inconfundible, inimitable, y crea una experiencia de lectura única. Ligeramente vanguardista, su lirismo es conmovedor. La intimidad con que consigue arropar al lector es incomparable. Su obra es el testimonio actual más importante de la presencia de Dios en la literatura; es el gran escritor católico de nuestros días. Reúne, además, todos los grandes temas que hacen de la literatura un tesoro para el corazón: la fe, el amor, la muerte, la inocencia y la culpa, el destino, la búsqueda, la libertad. En una entrevista dijo: «para mí, escribir es como rezar».
Salman Rushdie (J.M. Sánchez Galera)
Su vida y su obra contienen algunos de los rasgos que sirven para describir el mundo en su tránsito del siglo pasado al actual. Nació en Bombay poco antes de que la India alcanzara la independencia, y su manera de entender las sociedades y las religiones forman parte de un debate cultural y político que aún permanece abierto. Británico y estadounidense de nacionalidad, su literatura supone una confluencia de géneros y estilos diferentes. Sus libros se caracterizan por habilidad narrativa, mirada inteligente, ironía y esa atmósfera que suele denominarse «realismo mágico». Condenado a muerte por el fundamentalismo islámico desde 1988, el verano de 2022 sufrió un atentado, que, entre otras secuelas, le ha privado del ojo derecho, pero no de su sentido del humor.
¿Por qué no desierto? (C. Wonenburger)
No lo tengo nada claro. Creo que lo más lógico sería declararlo desierto un año, y quizá pensar en otorgarlo cada cinco, o incluso uno por década. El último gran Nobel fue Vargas Llosa, digno del prestigio de un reconocimiento que debería concederse solo a personalidades relevantes, capaces de crear un mundo propio, identificable a través de una obra sólida, firmemente asentada a través del tiempo, con vocación universal.
No quedan ya muchos escritores capaces de concitar esa proyección, cuyas opiniones sobre los grandes temas adquieran, además, eco, relevancia fuera de sus obras. Quizá sí haya uno, Houllebecq posee el aura mítica que en otras épocas exhibían los escritores que también ocupaban un lugar central en el debate público, al menos en su país: piénsese en Camus. Pero unas líneas del autor de la La peste superan seguramente toda la creación literaria del polemista autor de Las partículas elementales.
Había ahí otro sustrato, apreciable hasta en la correspondencia íntima con la Casares. Houllebecq se beneficia, además, del prestigio que la labor creadora mantiene -a duras penas, pero así es aún- en Francia, único país del mundo que se toma en serio la cultura. No es su momento, la obra a medio cocer.
Sigo pensando en este desafío que propone El Debate… pero a mi cabeza solo acuden muertos. En España, sin ir más lejos. La única literatura de genuina calidad superior que se ha servido en estos últimos años está contenida en los diarios publicados después del fallecimiento de Rafael Chirbes. El resto, incluida la inanidad de esas «novísimas» aupadas por las modas de estos tiempos lúgubres, podría lanzarse tranquilamente a la piscina de Umbral. Sin grandes personalidades, tótems iluminadores, el Nobel malgasta su prestigio, hoy, en el descubrimiento de lo periférico, que goza ahora de un prestigio similar al de lo frágil. Pero para eso, para descubrir, ya están los premios de las diputaciones.
No quedan ya muchos escritores capaces de concitar esa proyección, cuyas opiniones sobre los grandes temas adquieran, además, eco, relevancia fuera de sus obras. Quizá sí haya uno, Houllebecq posee el aura mítica que en otras épocas exhibían los escritores que también ocupaban un lugar central en el debate público, al menos en su país: piénsese en Camus. Pero unas líneas del autor de la La peste superan seguramente toda la creación literaria del polemista autor de Las partículas elementales.
Había ahí otro sustrato, apreciable hasta en la correspondencia íntima con la Casares. Houllebecq se beneficia, además, del prestigio que la labor creadora mantiene -a duras penas, pero así es aún- en Francia, único país del mundo que se toma en serio la cultura. No es su momento, la obra a medio cocer.
Sigo pensando en este desafío que propone El Debate… pero a mi cabeza solo acuden muertos. En España, sin ir más lejos. La única literatura de genuina calidad superior que se ha servido en estos últimos años está contenida en los diarios publicados después del fallecimiento de Rafael Chirbes. El resto, incluida la inanidad de esas «novísimas» aupadas por las modas de estos tiempos lúgubres, podría lanzarse tranquilamente a la piscina de Umbral. Sin grandes personalidades, tótems iluminadores, el Nobel malgasta su prestigio, hoy, en el descubrimiento de lo periférico, que goza ahora de un prestigio similar al de lo frágil. Pero para eso, para descubrir, ya están los premios de las diputaciones.
John Banville (Luis Ventoso)
Me encantaría sugerir a un escritor español como aspirante al Nobel de Literatura. Pero el mal momento de nuestra literatura queda evidenciado cuando repasamos el elenco. No hay hoy nadie para ese nivel, esa es la triste verdad (me temo que Elvira Lindo y Pérez-Reverte no son exactamente Rosalía de Castro y Valle-Inclán).
Así que a falta de un valor local, toca mirar por ahí fuera. Lo lógico hoy en día para un Nobel de Literatura sería inclinarse por una mujer, a ser posible de algún país de tortuoso pasado colonial, preferiblemente lesbiana, muy cabreada con el mundo y que escriba tortuosos libros de enrevesada e incomprensible prosa faulkneriana. Eso es lo que gusta en la Academia Sueca, como ya rezongaba en su hora el agudo Harold Bloom.
Pero siendo políticamente correcto me voy a inclinar por un hombre que practica la mejor y más elegante prosa, el irlandés John Banville, de 77 años. Es para mi el gran estilista actual en lengua inglesa (con permiso del locuelo Thomas Pynchon). Además, Banville, que trabajó de joven en una compañía aérea y luego pasó por la fábrica del periodismo, es un profundo conocedor de los recovecos del alma humana, que presenta sin darte la plomada política. Por último, hasta se permite la licencia de un heterónimo, Benjamin Black, con el que firma amenas novelas policíacas.
Banville compondría un buen Nobel. Y si no se lo dan, pues Richard Ford tampoco estaría nada mal. O ya poniéndose audaces, Nick Cave, que no es peor poeta que Dylan.
Así que a falta de un valor local, toca mirar por ahí fuera. Lo lógico hoy en día para un Nobel de Literatura sería inclinarse por una mujer, a ser posible de algún país de tortuoso pasado colonial, preferiblemente lesbiana, muy cabreada con el mundo y que escriba tortuosos libros de enrevesada e incomprensible prosa faulkneriana. Eso es lo que gusta en la Academia Sueca, como ya rezongaba en su hora el agudo Harold Bloom.
Pero siendo políticamente correcto me voy a inclinar por un hombre que practica la mejor y más elegante prosa, el irlandés John Banville, de 77 años. Es para mi el gran estilista actual en lengua inglesa (con permiso del locuelo Thomas Pynchon). Además, Banville, que trabajó de joven en una compañía aérea y luego pasó por la fábrica del periodismo, es un profundo conocedor de los recovecos del alma humana, que presenta sin darte la plomada política. Por último, hasta se permite la licencia de un heterónimo, Benjamin Black, con el que firma amenas novelas policíacas.
Banville compondría un buen Nobel. Y si no se lo dan, pues Richard Ford tampoco estaría nada mal. O ya poniéndose audaces, Nick Cave, que no es peor poeta que Dylan.
Ida Vitale (María Serrano)
Poeta, traductora, ensayista, profesora y crítica literaria uruguaya miembro del movimiento artístico denominado «Generación del 45», Ida Vitale es mucho más que todos los epítetos que se añaden a su nombre. Perfección formal, un inteligente manejo de la ironía y un magistral empleo de todas las posibilidades expresivas de nuestra lengua, la Premio Cervantes 2018 es, ante todo, una voz inconfundible, personal y poderosa que equilibra sentimiento y razón, la belleza de lo cotidiano (las flores, los pájaros, la lluvia, los rostros) con los grandes temas (la vida, la muerte, el amor, el peso del tiempo).
Buscadora poética (porque la poesía se vive, no se escribe), Ida Vitale busca una presencia de lo real e impregna todo lo que observa de vida interior, a cuya intimidad nos asomamos con delicadeza: es a la vez transparente y perturbadora, fresca y grave, expresiva pero no obvia. Su palabra ordena el caos del mundo; su verso nos seduce, haciendo nuevas todas las cosas: una de las voces imprescindibles de la literatura en español del último siglo.
Buscadora poética (porque la poesía se vive, no se escribe), Ida Vitale busca una presencia de lo real e impregna todo lo que observa de vida interior, a cuya intimidad nos asomamos con delicadeza: es a la vez transparente y perturbadora, fresca y grave, expresiva pero no obvia. Su palabra ordena el caos del mundo; su verso nos seduce, haciendo nuevas todas las cosas: una de las voces imprescindibles de la literatura en español del último siglo.
Thomas Pynchon (Mario de las Heras)
Sería una enorme sorpresa, casi un imposible (entre otras muchas razones porque él mismo probablemente no lo aceptaría), que la Academia Sueca concediera el Nobel de Literatura al esquivo Thomas Pynchon. Pero por merecerlo que no quede. El autor neoyorquino, nacido en 1937, lleva toda su carrera dando señales de vida solo por sus libros, objetos hondos de coleccionismo y objetos de deseo y culto de sus seguidores, atrapados en el misterio de este monstruo de la Literatura que fue redactor de Boeing, ganó la beca MacArthur, el premio de la Fundación William Faulkner con su debut, V, y rechazó, como todos los demás, el National Book Award por El Arco Iris de la Gravedad, la novela que Tony Tanner, uno de los más famosos críticos y estudiosos de la literatura estadounidense, definió como «una de las grandes novelas históricas de nuestro tiempo y posiblemente el texto literario más importante desde Ulises».