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José María Micó, en su entrevista en El Debate

José María Micó: «El gran triunfo de los autores es la muerte; lo mejor que les puede ocurrir para ser clásicos es morirse»

El catedrático de Literatura en la Universidad Pompeu Fabra y autor de libros como Clásicos vividos o Para entender a Góngora confiesa que estuvo once días sin poder moverse: «Acabé con una hernia discal traduciendo el Orlando furioso»

Filólogo, traductor, profesor, divulgador, poeta, músico –aunque estuvo «treinta años sin tocar» la guitarra, ha publicado desde 2015 cuatro discos acompañando la voz de su esposa, Marta Boldú–. Es difícil encajonar a José María Micó (Barcelona, 1961), porque en su obra todo fluye: de Ariosto a Góngora, de lo libresco a la oralidad. Rescata a los clásicos, sabiendo que muchos, como el Cantar del Cid, Berceo, Juan Ruiz, o el mismo Dante –suya es la traducción de Acantilado (2018), ahora en su sexta edición–, fueron unos completos desconocidos durante siglos, aunque, en su caso, son parte del propio recurrido biográfico. Acaba de publicar De Dante a Borges, libro en que habla del Lazarillo, de Jorge Manrique, Lope de Vega, Rubén Darío o Cervantes.

–Usted comenta que hay que precaverse contra la idea del canon como catálogo de autores que son los que marcan una pauta a seguir. ¿Eran los clásicos innovadores más que continuadores?

–Sí, esa me parece la idea central del libro. Porque, si decimos Shakespeare, pensamos en el Teatro Isabelino; Cervantes, el padre de la novela; Homero, la epopeya clásica. Y son categorías que se corresponden con la historiografía literaria, pero contribuyen a limitar la verdadera novedad de esos autores. Y se caracterizan no porque representan a su época, sino por lo contrario, porque se avanzan a su época o porque hacen algo distinto, o porque prescinden de las teorías literarias y de las críticas literarias de su época para hacer algo posiblemente incomprensible y casi seguramente incomprendido, como en el caso de las Soledades de Góngora. Son autores que van más allá del canon, y pertenecen al canon precisamente por su excepcionalidad.

Un clásico se conforma con el tiempo, a veces con miles de años. A Lucrecio no lo leyeron en 1.500 años

–En su tiempo, Eurípides no era el autor más popular. Sin embargo, dos o tres generaciones después y durante los siglos siguientes, sí lo fue. ¿Eso sería un clásico, alguien que en su época puede fracasar, pero que va a triunfar una vez muerto?

–Sí; es más, el gran triunfo de los autores es la muerte. Lo mejor que les puede ocurrir para ser clásicos es morirse. No hay clásicos vivos. Un clásico se conforma con el tiempo, a veces con miles de años. A Lucrecio no lo leyeron en 1.500 años. Desde la época de Virgilio –Virgilio lo elogió muchísimo– no se volvió a leer a Lucrecio. Se tenían noticias sueltas, pero no se volvió a leer hasta el siglo XV, o sea, 1.500 años de silencio. Y, en cambio, su admirador Virgilio es quizá un ejemplo de fama bastante constante, porque Virgilio fue muy importante para la Edad Media.

'De Dante a Borges' (Acantilado), de José María Micó

–Muchos denuncian que, en la última generación y debido a los sistemas educativos, se ha producido una ruptura con el canon. ¿Existe esa ruptura?

–No sé si hay ruptura. La historia cultural va un poco dando bandazos. El mismo Jaime Gil de Biedma lo dijo alguna vez: «Hay que olvidarse de los padres para pensar en los abuelos». No sé si se trata de un ciclo tan corto como dice, de padres y abuelos, pero es evidente que hay modas históricas. Dante pasó su purgatorio de más de doscientos años aproximadamente. Desde finales del Renacimiento, durante todo el XVII y todo el XVIII, a ningún italiano se le ocurriría pensar que Dante era el primer autor de su literatura. En el Renacimiento Dante cedió el paso a Petrarca, que fue más apreciado y mejor comprendido y divulgado. Todos los tiempos, cuando pensamos en la actualidad más rabiosa, son tiempos de despiste general. Y se convierte en una moda pensar que lo antiguo es malo por ser antiguo. Al contrario, a mí me gusta reivindicar a los antiguos. Si a uno le gusta leer, es imposible que se resista al Orlando furioso o a la Jerusalén liberada, o a Dante. No digo que le guste todo entero, pero hay momentos de una excelencia literaria, de una excelencia poética, que es difícil que alguien a quien le guste la poesía no lo pueda apreciar. Lo que sí hay a veces es una banalidad comercial, en el sentido de que formas de literatura se han convertido en comerciales.

Los Carmina Burana, que para nosotros son un ejemplo excelso de música clásica, originalmente eran canciones de taberna

–¿La banalización tiene algo que ver con esta tendencia a revisitar o reinterpretar a Sófocles y representar Antígona ambientada en el Tercer Reich? ¿Nos estamos pasando un poco con esto?

–Creo que sí, pero no porque sea malo experimentar, sino porque es malo el resultado. Hay que experimentar y siempre digo que los puristas se equivocan. Lo mejor que podemos hacer con Eurípides o con Cervantes es ser fieles a su texto y a su espíritu. Y la fidelidad es lo que nos traerá en realidad la originalidad, porque a veces se da una originalidad mal entendida, en el sentido de cambiarlo todo de un modo en que el mensaje ya es otro. En ocasiones, sucede lo contrario. Los Carmina Burana, que para nosotros son un ejemplo excelso de música clásica, originalmente eran poemas y canciones de taberna. En cambio, tenemos la versión de Carl Orff –que es interesante en sí misma– y le concedemos esa solemnidad que a veces no se ajusta, aunque es algo que tiene que ir diciendo el tiempo.

José María Micó, durante su entrevista con El DebatePaula Argüelles

La Divina Comedia es una obra ciclópea, por su exigencia, y usted la ha traducido (Acantilado, 2018). ¿Cómo acometió usted ese proyecto, repleto de obstáculos, infiernos y purgatorios?

–Esa pregunta requiere una respuesta un poco larga. Iba a decir que me estuve preparando toda la vida. A los 19 años me regalaron una edición italiana de la Comedia y me leí sólo el «Infierno». No entendí casi nada, pero me fascinó por su musicalidad, y decidí aprender italiano, el mejor italiano posible que pudiera aprender y, cuando fuera mayor, dedicarme a la Comedia. He desarrollado muchos proyectos preparatorios. Por ejemplo, traduje las sátiras de Ariosto en 1999, que fue una consecuencia casi de mi tesis doctoral sobre Góngora. La primera locura de verdad fue el Orlando furioso, que son 40.000 versos, bastante más del doble que la Comedia. Ahí me curtí no solo en la lengua literaria italiana, sino también en el esfuerzo, incluso físico, porque acabé con una hernia discal en el caso del Orlando furioso, puesto que echaba imprudentemente muchas horas de trabajo en malas sillas, fuera de casa. Lo hacía casi como un hobby, pero empeñé en ello tres años muy intensos, hasta que salió en 2005. Seguía dando vueltas a la idea de traducir a Dante, yendo mucho a Florencia con cualquier excusa. Y después empecé la Jerusalén liberada, de Tasso; traduje el primer canto. Cuando acabé el primero, dije: «Voy a dejar a Tasso para más adelante». «Más adelante» quiere decir ahora, porque lo estoy traduciendo. Sin embargo, en el momento de ponerme con la Divina Comedia, no pensé siquiera en el centenario [séptimo centenario, 2021], pero recuerdo una conversación con Jaume Vallcorba, que todavía vivía. Fue de los últimos libros que contrató él. Le dije: «Me he metido en esto, ya sé que hay muchas ediciones, pero, si quieres, te entrego el ‘Infierno’, cuando lo tenga, y publicas el ‘Infierno’, que eso se venderá bien. Y, si va razonablemente bien, publicamos luego lo otro».

La fidelidad es lo que nos traerá en realidad la originalidad, porque a veces se da una originalidad mal entendida

– ¿Qué respondió Vallcorba?

–Jaume me respondió: «No, lo quiero entero. Y cuanto más gordo el tomo, mejor». Antes de morir, me envió una nota diciéndome: «Recuerda que tienes que acabar la Comedia, y confiamos todos en que salga bien». Él falleció en 2014 y la Comedia acabó saliendo en 2018 porque pedí un año de prórroga, y no quería tener otra hernia discal. Me lo planteé como si fuera mi obra poética, pero no para traicionar a Dante, sino para serle todo lo fiel que yo pudiera, en el sentido literal, que es donde fallaban las traducciones rimadas anteriores, aunque las hay muy buenas. Como filólogo, quería respetar el sentido literal y, por otro lado, reconstruir un poco de esa lengua –que es una lengua muy compleja, en la que hay palabrotas y también momentos sublimes– con el mejor castellano que yo pudiera usar. Dante me lo puso fácil, porque el texto original está muy bien organizado.