Borja Jiménez abre la Puerta Grande con una profunda obra inacabable de arte, esencia y valor
Los andares de Borja Jiménez eran casi insultantes por la lentitud, como insultantes fueron los lances de recibo de Román, no por el torero, que también, pues le bajó la capa en la lidia, sino por cómo metía la cara el cárdeno. Precisamente la lidia la habían fastidiado unos capotazos de más para un toro que andaba y perdía las manos. Jiménez intentó el quite, pero en él se le vieron las flaquezas y el peligro, el sentido del Victorino que levantaba la cara al casi salir de la muleta.
En ese casi estaba el riesgo que acabó siendo cierto. En ese levantar giró la cabeza sin avisar y empitonó a Román, en el muslo, arriba, y gracias. Fue una cuchillada no vista, como las de la cárcel a traición, pero en vez de por la espalda por el hueco que le dejaba. Al levantarse el matador se le dobló la pierna, como rota, pero se levantó. Lo intentó, pero el Victorino le había hecho un boquete en el muslo y además ya le reconocía. A punto estuvo de cogerle de nuevo mientras se desangraba el torero.
Le salía de la pierna un chorro que el torniquete no paró. Se lo llevaron a la enfermería por los medios a toda prisa y con la mano decía Román que ahora volvía como si su sangre fueran las piedras de Pulgarcito. Leo Valadez el quite al segundo cárdeno por chicuelinas, dos, la segunda ceñidísima. Apretó en banderillas Paquecreas. Se tumbaba al embestir como una moto de carreras, y casi hacía chicanes a Borja Jiménez, que brindó a la Infanta Elena.
La cabeza la levantaba, pero le tomó Jiménez, entendiéndole, largo, largo. Volaba esa muleta como una alfombra mágica, en el sitio. Qué valor, qué inteligencia. El toro iba ya por el carril de Borja, torerazo, sin mirar, mirando, sin pararse lo estoqueó tendido, pero el Victorino se echó. La oreja de toneladas de peso y la segunda que no cayó porque no se echó el toro más rápido. Pero fue auténtico, verdadero, abismal. Una fundición. Brillaba el vidrio incandescente, líquido.
Se estiraba. Lo llevaba y seguía, inteligente, pletórico. En su espejo se miró Valadez, que con paciencia le enseñó a embestir a Gallareto. Valeroso el mexicano, con gran mérito, buena lidia, aunque velada por trompicones invisibles. Emoción y vértigo, ligazón y entrega. Olé sin oreja, pero tarde preciosa de toros y toreros. Cogida incluida de la que no había noticias con el torero entre galenos.
No salió el valenciano y su lugar lo ocupó Jiménez. Torazo de cuernos enroscados, con cuello y negro, fue el cuarto. Un avión de papel fue Valadez en el quite: las alas abiertas al viento, y Jiménez que se fue a brindar a los medios. Una de las genuflexiones cayó por un pozo en el remate. Cómo quería Borja, que al natural lo citaba como arrastrando una bata de cola con la que le sacó punta en estado de gracia. Ya se le iba parando y supo agotarle lo que tenía cambiándole la mano por bajo, o eso parecía porque siguió Jimenez cuando no era, pero era porque quiso el torero.
Acariciando el albero se fue a por la espada, pero Patero tenía motor y Borja un poder. Lo estoqueó otra vez tendido y habia que ver si se enfriaba la cosa o no. Acertó con el verduguillo y la Puerta Grande era suya. Tardó el presidente, pero sacó el pañuelo. Menuda obra la de Borja Jiménez. Fiebre en los tendidos. Verdad y triunfo grande, grande de los que se recuerdan. Subiéndole al gran toro. Por encima incluso del gran toro en la tarde histérica en los tendidos que contrastaba con la templanza del ruedo, como debe de ser.
Duelo de quites en el quinto. Por la espalda se lo pasó Valadez casi metido en su mochila. Estaba serio el mexicano con el toro distraído que le buscaba. Era para descomponerse, pero no se descomponía Leo, que aguantaba la arrancada al cuerpo y en el límite le hacía pasar por su puerta que tenía a cada pase el umbral más estrecho. Hasta cinco veces pinchó sin suerte y acabó descabellando para deslucir su saber estar, pero sin restarle valor a pesar de los pitos inoportunos, pero proverbiales, qué se le va a hacer.
A portagayola se fue Jiménez en el sexto y ya estaba todo. Luego le bregó con poder para rematarlo de forma pasmosa. Estaba más allá de lo cumbre el de Espartinas, al que acompañaba la cuadrilla. Silencio sepulcral en el tercio de muerte, que era también el de la gloria. La plaza era redonda como la tierra gracias al sevillano. Lo llevaba atado al corazón con la derecha. Lo descalzó el Victorino y se puso de frente, derramado y descalzo. Lo traía y lo llevaba. Le daba tiempo para volver y lo cuajaba como si no tuviera fin la torería sublime. Era un olé perpetuo. Un triunfo apoteósico. Oreja en el sexto para salir a hombros como un dios brillante hacia la calle de Alcalá.
Ficha del festejo
- Plaza de toros de Las Ventas. Sexta de la Feria de Otoño. Corrida de toros. Más de tres cuartos de entrada. Toros de Victorino Martín.
- Román (verde hoja y oro): herido en el primero.
- Borja Jiménez (chenel y oro): oreja, oreja y oreja.
- Leo Valadez (rosa y oro): silencio y silencio.