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Pablo de Lora, en su entrevista con El DebatePaula Argüelles

Pablo de Lora: «Los parlamentarios nos conciben como habitantes de una guardería»

El catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid señala: «El abuso del decreto ley es un síntoma de la querencia que tiene el Poder Ejecutivo de dibujar una situación de excepcionalidad»

Ha impartido clases en la Universidad de Nueva York, en Berkeley, Oxford y Harvard. Ha escrito docenas de artículos académicos y colaboraciones en obras colectivas, y varios libros sobre derechos, democracia, ética, bioética e interpretación constitucional. En esta ocasión, Deusto le acaba de editar Los derechos en broma, título que alude a un ensayo de Ronald Dworkin publicado 1977: Taking right serious.

Es Pablo de Lora, y la lectura de Los derechos en broma da para mucha conversación, como la actual mezcolanza entre ética, dogmatismo y leyes –la falta de distinción entre «delito y pecado»–, o acerca de la «inflación de derechos» y del cariz demagógico e ideológico que está adquiriendo una legislación cada vez más profusa e invasiva.

'Los derechos en broma: La moralización de la política en las democracias liberales' (Deusto), de Pablo de Lora

–Al comienzo de este libro, usted señala que «más de 400.000 normas fueron aprobadas desde 1979 y hasta 2021 por todas las Administraciones públicas españolas». Y añade: «Entre los años 1996 y 2004, el número de páginas de decretos leyes fue de 63; desde 2018 esta cifra es de 918». La gran producción normativa que hay en España, ¿ha desembocado en esta fase de gobierno convertido en legislador?

–No necesariamente lo uno llevaba a lo otro. Es verdad que, desde hace mucho tiempo, antes de que yo siquiera hubiera nacido, muchos juristas y sociólogos y politólogos alertan sobre lo que se ha llamado la «legislación motorizada». Es la consecuencia de un Estado que interviene en todos los rincones de la vida pública y también privada. La segunda cifra sí da cuenta de un cambio cualitativo, no de naturaleza, sino de grado. El abuso del decreto ley no es una novedad de los últimos gobiernos, pero sí se ha exacerbado y es un síntoma de la querencia que tiene el Poder Ejecutivo de dibujar una situación de excepcionalidad; no sólo aprovecharla, sino, en alguna medida, diseñarla. En los últimos tiempos, el Gobierno, en su comparecencia ante la comisión correspondiente del Congreso, cuando habla del Plan Legislativo a un año vista, ya anuncia los decretos leyes que va a promulgar, lo cual es la más flagrante constatación de que el requisito de la extraordinaria, urgente necesidad –que es lo que justifica la posibilidad del decreto de acuerdo con la Constitución–, sencillamente, se ha tirado por la borda. Es grotesco.

La amnistía no cabe en la Constitución, porque es dudosísimamente compatible con el principio de igualdad

–En este libro también se aborda el exceso de los preámbulos de las leyes y orientación de contenidos, como si estuvieran pretendiendo que todos los ciudadanos sean «buenos y benéficos» y alcancen la salvación en este mundo. ¿Es una formulación excesiva por mi parte?

–Sí, algo de esto hay en esa legislación que yo llamo en el libro «santimonia», que tampoco es un fenómeno nuevo. Se ha exacerbado toda la legislación simbólica, expresiva, que sólo exhibe virtud por parte del poder público. De modo que, por un lado, tenemos todas esas leyes integrales, llenas de píos y buenos deseos. En este caso no es una ley, sino un decreto muy reciente de eso que llaman los administrativistas «los ajustes razonables» para las personas con discapacidad. Es un decreto muy prolijo donde no queda títere con cabeza en todas las medidas que se tienen que adoptar para cualesquiera discapacidades. Lo importante del decreto está en la disposición adicional primera, donde se dice que, por supuesto, nada de todo lo anterior comprometerá en absoluto el presupuesto público. Si en los últimos párrafos de una noticia es donde está la verdad, aquí pasa igual con las disposiciones adicionales.

Pablo de Lora, en su entrevista con El DebatePaula Argüelles

–En el libro usted señala que, desde 2018, las personas con grave discapacidad mental pueden acceder al sufragio activo; y comenta el caso de una persona elegida para ser vocal de mesa en unas elecciones, a pesar de tener una discapacidad del 90% y no poder comunicarse. También habla usted de la fascinación de los políticos por los niños profetas, como Greta Thunberg o el colombiano Francisco Vera Manzanares. ¿Los derechos ya no conllevan obligaciones?

–Es lo que llamo el Estado parvulario. Es un poder público y una pléyade de partidos políticos que con demasiada frecuencia nos tratan como niños. Félix Ovejero lo acostumbra a denominar «la lógica de Juncker», por aquello que dijo este representante de la Unión Europea en plena crisis de 2008: «Sabemos lo que hay que hacer en términos de política económica, pero no sabemos cómo hacerlo y ganar las próximas elecciones». Los parlamentarios nos conciben como habitantes de una guardería, una escuela infantil. Pero, a la hora de la verdad, nos chocamos con el principio de realidad. Y, en respuesta al asunto que usted comentaba del sufragio de las personas con discapacidad, se nos dice ahora que no hay justificación para que ningún ser humano pueda ser incapacitado judicialmente de manera absoluta. Hemos desplazado completamente la figura de la tutela, y ahora sólo nos vale la curatela, porque vamos a intentar por todos los medios dar los apoyos necesarios para que esa persona despliegue su autonomía. Sin darnos cuenta de que, en muchas ocasiones, no hay apoyo en este mundo para que una persona como la que menciono en el libro ni vote, ni pueda estar en una mesa electoral. Porque es una persona con una discapacidad cognitiva y motora severísimas. Por cierto, esa reforma de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, que permitió a todas las personas con incapacidades judiciales votar, no tuvo ni una abstención. Tuvo 350 votos a favor. Hay pocas leyes en España que se han aprobado con semejante consenso.

A lo mejor es que estamos ante un cambio de régimen, aunque, desde luego, esto no está explicitado

–¿Votaron todos a favor por convicción o por temor?

–No es incompatible. No todos los parlamentarios son cínicos. Algunos honestamente creen que eso es posible. No sé cuál es exactamente el mecanismo que los lleva a creer eso, pero me parece que son honestos. Otros, sencillamente, no se lo pueden permitir. Tú no te puedes permitir votar en contra de una ley que, por fin, va a acabar con una «discriminación» injusta hacia las personas discapacitadas. Es de nuevo la lógica de Juncker. Desde luego, las próximas elecciones no las ganas.

–Hablando de elecciones, ahora tenemos la cuestión de la amnistía para los golpistas de 2017 en Cataluña. Con su inevitable juego nominalista.

–«Alivio penal», dicen. Por un lado, la amnistía no cabe en la Constitución; su constitucionalidad me parece harto dudosa. Pero en el fondo la discusión no es esa. La posibilidad de que el Parlamento, mediante una ley orgánica –suponemos–, dictamine que determinados hechos, para determinadas personas concretas en un ámbito temporal determinado, no cuenten como delitos, sin que eso implique derogar [su penalización], es dudosísimamente compatible con el principio de igualdad. No sé si tanto con la separación de poderes. Ahí tengo más dudas. Con el principio de igualdad me parece evidente. Si estuviéramos en un escenario de cambio de régimen, o sea, si estuviéramos en 1977, saliendo de una dictadura, cerrando una guerra civil, contando casi con el consenso… Porque lo que entonces era el Partido Popular de hoy –Alianza Popular– no se opuso a la ley de Amnistía del 77; se abstuvo. Esa ley incluía los actos de terrorismo cometidos hasta el 15 de junio del 77. Y, por supuesto, el principio de igualdad estaba afectado, no hay duda. No todos los terroristas en ese mismo ámbito temporal se beneficiaron de la Ley de Amnistía, que tenía un objetivo de amnistiar clarísimamente a los terroristas de ETA. Pero hoy, aquellas condiciones que justificarían lo que en el fondo supone esta afrenta a la igualdad no se dan. En este caso no estamos ante un cambio de régimen, ¿o sí? A lo mejor es que estamos ante un cambio de régimen, aunque, desde luego, esto no está explicitado, y se va a hacer contra una parte probablemente mayoritaria de la sociedad española. No es la medida de gracia del indulto, que supone haber pasado por un proceso, haber sido condenados. Estamos hablando de que, como se necesitan siete votos, entonces voy a no tener en cuenta las posibles malversaciones y otros delitos que ha cometido un individuo concreto. Esto es éticamente inaceptable y constitucionalmente.

Se ha instalado la creencia de que estamos en un momento de excepcionalidad que, paradójicamente, es permanente

–Los ahora llamados «cambios de opinión» –como es el caso de la amnistía– parecen muy extendidos. ¿Qué está pasando en Europa para decir una cosa con plena vehemencia, y al día siguiente empezar a recoger cable?

–Se llama populismo. Populismo de derechas, populismo de izquierdas, pero al final es populismo. Aquello de la política sosegada, la estabilidad… no son valores que cotizan al alza. Hay una especie de repentización continua. Se ha instalado la creencia de que estamos en un momento de excepcionalidad que, paradójicamente, es permanente. Vivimos una permanente excepcionalidad. Es verdad que nos ha pasado algo inaudito, como el covid, y hay una guerra en Europa, pero esto venía de antes.