Fundado en 1910

Ida Vitale: «La única dicha para mí es imaginar sin prisa, es encontrar la paz»

El 2 de noviembre la poetisa uruguaya Ida Vitale cumplirá 100 años, una cifra que no le pesa, «¿por qué debería hacerlo?». El Debate entrevista a la escritora de la Generación del 45 cuando se publica en España Donde vuela el camaleón, un compendio de fábulas y relatos que beben del realismo mágico

«Miró, vio el mar / y tuvo a quién mostrarlo. / Esperábamos algo: / y bajó la alegría, /como una escala prevenida». La poesía de Ida Vitale (Montevideo, Uruguay, 1923) tiene tres elementos «esenciales»: vida, ética y verbo. Su escritura poética es vital, no tanto en el sentido biográfico, como lo es en general la Generación del 45, a la que ella pertenece, sino en el esencial: es un canto a la vida misma, en su presente, que se vuelve imagen vívida y eterna. Lo que tiene de ética es aquello que la mueve a mirar al otro y darle su espacio, su ser, su dignidad. Y al fin, el verbo le brinda la clave, el puente, para aproximarse al acontecimiento poético (y a la realidad misma del acontecimiento que la rodea).

Por ello conversar con Ida Vitale es asomarse al mundo como ella lo hace. Al borde de cumplir un siglo de vida, quedamos con ella en la madrileña Residencia de Estudiantes, donde se aloja fundamentalmente para que puedan homenajearla por su centenario. «Mujer joven de 99 años», la describen, pero ella le quita importancia: «Soy joven de espíritu en el sentido de que todavía coordino. Pero he vivido tanto...».

Mientras paseamos con lentitud por los jardines, esta mente preclara espanta ideas con las manos, como buscando precisamente una claridad que se le hace densa. Y huye, siempre huye de etiquetas: «¿Quién sabe qué querrían decir con eso de la 'poesía esencialista'? Andá a averiguarlo. Supongo que quieren decir que me dedico a pensar en cosas importantes. En las cosas 'esenciales' de la vida».

Poeta, traductora, ensayista, profesora y crítica literaria, se publica ahora en España un libro de relatos que salió en Uruguay en 1996. Donde vuela el camaleón es un libro de fábulas que introduce al lector en el espacio de la imaginación que, sin embargo, no está completamente separado de lo terrenal. Vitale establece el diálogo entre ambas dimensiones, algo recurrente en su obra y que, además, permite unir este con otros libros de relatos, como De plantas y animales y El abc de Byobu. Respeto a la escritura en prosa, se sincera: «No me gusta mucho, aunque la respeto... especialmente la ajena».

'Donde vuela el camaleón' (Lumen), de Ida Vitale

Desde su posición privilegiada, Ida Vitale cree que cuando intentamos definir, meter a los escritores en cajones, los reducimos. «Pero a la vez, necesitamos manejarnos de una manera humana en un mundo que tenemos que delimitar para poder entrar en relación él», dice mirando a su alrededor. La uruguaya habla de los pájaros, de los árboles, de la lluvia, del tiempo. De la belleza de lo cotidiano. «Soy un ser humano, y todo lo que es humano me habla. Yo me manejo como ser humano, en este mundo, nombrando las cosas. No sé de qué otra forma podría hacerse».

Respirar palabras, escribir alientos

«¿Cómo atraer las palabras y luego vivir en lo precario?», escribe la galardonada con el Premio Cervantes en 2018. ¿Lo que se nombra se limita? ¿Cómo vivir con las palabras? Para ella parece algo natural, ni siquiera parece recordar cómo ha dedicado toda una vida a esta cuestión. «Las palabras me son dadas, y una palabra llama a otra, aunque no siempre uno sea consciente de la llamada», desliza, introduciendo el tema de la vocación.

Cuentos, fábulas, alegorías donde mezcla mitos clásicos con fantasías borgianas, influencia de Borges y Reyes, de Filisberto y Monterroso. Ironía y humor intertextual. Ida Vitale es inagotable. «La palabra es un recurso del cual nadie puede desprenderse o alejarse. No sólo es el medio para comunicarnos con los demás, sino también con nosotros mismos. Yo, simplemente, le he entregado mi vida a las palabras».

Ida Vitale, en un momento de la entrevista con El DebatePaula Argüelles

«Su poesía está llena, siempre llena de preguntas», le espeto. «Supongo que porque no debo de tener mucha respuesta. Me resulta más fácil hacer preguntas que responderlas. Además, me parece inevitable. ¿Cómo vivir sin hacerse preguntas? A no ser que estemos cerrados a todo lo que no somos nosotros mismos...». La uruguaya mira atentamente para entender cada sílaba, pero no tiene interés alguno en echar la vista atrás: «¿Para qué mirar al pasado, si ya no lo podemos cambiar? La única dicha para mí es imaginar sin prisa, es encontrar la paz».

La paz, la vida y la muerte

«No cambiaría nada de lo que he escrito, aunque quizá sí que haría otra cosa. Me gustaría que lo próximo que escriba sea mejor, pero lo que pasó, pasó», asegura Vitale echando la vista atrás sobre su producción literaria, de la que dice que no le ha quedado ningún tema por escribir. «Nunca pensé que tenía obligación de hacer una cosa u otra, lo que salía, salía. Cuando uno escribe es espontáneo, pero después hay que corregir, eso es básico», explica.

Si la patria del poeta es la infancia, ¿cómo se contempla esa patria en la vejez? «Nos alejamos de la infancia, inevitablemente, aunque no lo haga en mi escritura. En realidad, la infancia es siempre algo inacabado, que se sigue proyectando...». En uno de sus poemas, Ida Vitale afirma que «después de los 80… dejarán de angustiarte las teorías estéticas». «Después de los 80 me dejó de angustiar la vida misma. Ya nada me angustia. Sé que estoy cada día más cerca del final, y lo vivo con mucha paz, aunque el mundo no siempre lo favorezca. A veces para vivir con paz hay que hacerlo con los ojos cerrados».

Pero ¿cómo se vive tan cerca de la muerte? Dice un verso suyo que «hay días que parecen prestados por la muerte». «Si unos son prestados, otros no lo son. De todas formas, me cuesta imaginar qué hay del otro lado de la muerte. Probablemente, el aburrimiento. Pero la muerte no es mi tema; mi tema es la vida». Así es su escritura también, como profetiza su apellido: un canto a la vida, en su presente.

«Quizá la escritura no tiene que reflejar tanto la vida como lo que uno ama, piensa, o incluso odia, aunque sea por ausencia. Cada uno elige el tema de su poesía, pero no es algo unánime, ni monolítico. Las vidas son distintas, y si vemos la poesía como un resultado de la vida, será diferente en cada etapa y en cada persona. Además, ¡sería aburridísimo si fuera de otra manera!», exclama antes de echarse a reír.

Ida Vitale, cuando recibió el Premio Cervantes, en 2018Gtres Online

Dice que ahora busca las palabras más para leerlas que para escribirlas. «Ya se ha escrito suficiente, y en cambio a mí me queda mucho por leer. Yo me he alimentado sobre todo de la literatura en español. La lengua de uno es la lengua de uno. Cada palabra acarrea recuerdos, impresiones. Cosas de las que no siempre eres consciente cuando la oyes», confiesa mientras se queda absorta en su pensamiento.

Leerla es siempre asomarse a su mundo interior, aunque ella no sea consciente, o aunque no haya querido hacer poesía de su vida. Y aunque conoce su posición en el escalafón literario, es extremadamente humilde. «Recibir un premio es pensar que tienes que ponerte a trabajar más duro para ser merecedora. Me han dado muchos, así que he trabajado mucho. Pero cuando me hablan del Nobel... no, no, eso no tiene ningún sentido». Con el Cervantes, el jurado destacó: «Es al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y honda». «Demasiadas cosas. Lo que sí sé es que nunca he sentido que hubiera diferencias por ser mujer, o que se me exigiera un esfuerzo especial».