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El diestro Isaac Fonseca, durante la corrida de la HispanidadEFE

Corrida de la Hispanidad

El valor de Fonseca, que fue cogido, opaca el primer toro de El Cid y una faena aplaudida, pero lejana de Talavante

Al término del último festejo de la temporada, el mexicano salió del ruedo por su propio pie y entró en la enfermería

Ambiente de relumbrón. Plaza llena, alegre. Brisa. Himno español y aplausos a El Cid, que sustituía a Morante y salió al tercio por los aplausos en la vuelta a su plaza y casi a la vida torera. Piedrito se caía con sus 610 quilos y salía suelto. Cortaba y se dolía. El último par de banderillas se puso en el balcón con la barandilla en punta en la barriga.

Le faltaba fuerza al Garcigrande, pero embestía. Se metía bien al toque sutil de El Cid, que estaba refino. Le cuidaba alejándose, torero. Le daba espacio y volvía. Olés unánimes en la faena casi perfecta, larga en el trazo, lenta en las formas. Mató de estocada trasera y sufrió la frialdad caprichosa ventista, que antes le había ovacionado y lo volvía a hacer, tímida, tras la marcha del toro entero.

Parecía más grande el castaño, segundo de Garcigrande. Un capotazo templadísimo de Talavante en el recibo. Y ya. Cabeceó en el peto, manseando. Se fue Fonseca al quite en los medios. Dos chicuelinas ceñidas y un remate llevándose el capote a la otra mano casi en genuflexión. Fue a torear cabizbajo Alejandro, pero parecía saber qué hacer clavado en el pase por delante y por detrás después. Dudó un poco antes del final de la serie porque el toro se quedaba corto. Y solo le duró esa segunda tanda. La estocada fulminante, espectacular en el derrumbe, acabó con la historia.

Larga cambiada del mexicano al de Cortés entre pitos de toro, toro. Le toreó bien al toro, toro Fonseca y luego le citó desde los medios con el capote a la espalda, amagando, con susto del respetable en la aproximación y gusto azteca por el quite vistoso. Menudos pares el primero y el tercero. Regustándose el banderillero, mitad torero, mitad recortador.

Brindó a la Infanta Elena Isaac, que no iba a dejar nada sin intentar. El inicio fue de valor entero. Le citó de rodillas desde el centro de la plaza y al llegar Bolero se lo pasó por la espalda ante el alarido general. Se venía el toro de lejos y así lo llamaba. Una lástima que saliera suelto cuando parecía enhebrado. Pero lo tapó y se lo llevó largo un par de tandas sin que el buen animal terminara de romper.

Un poco fuera Fonseca, todo valor, que trató de meterse por bernardinas. La estocada caída y valiente, como toda la faena, y una llamativa, aunque débil, petición de oreja en comparación a los méritos anteriores de El Cid, que recibió con verónicas lentísimas al primero de Victoriano del Río, buen empujador en varas, mayormente tapado entre las tablas y el caballo.

El diestro Alejandro Talavante, durante el festejo del Día de la HispanidadEFE

Acurrado El Cid, y de lejos, que había brindado a Joaquín, el futbolista. El brazo recto. El cuerpo cadencioso. Parecía un muñeco colgado en los árboles del bosque de Sherwood. Lo probó al natural y se le metía. Un muletazo le dio, hondísimo, porque apretaba por ahí. Y nada más. Volvió a la derecha, pero se acortaba el toro y se fue a por la espada, que cayó tendida y algo atravesada. Sonó el aviso y tuvo que ir el torero a por el descabello, aunque luego esperó a que el toro, con evidentes signos de muerte, se echara.

Alumbró con faroles Talavante a Enamorado. Solo un par. Había bronca en el 5 con unos espectadores, a los que sacaron del tendido. No perdonó Fonseca el quite, lucido, como los pares, los tres. A brindar a los medios se fue, por estatuarios, genuflexo y desdeñosamente torero al principio. Sin tino después a pesar de los olés. No toreaba, sino que desdeñaba como si ya hubiera toreado. Un poco del poder antiguo del extremeño se vio en la siguiente tanda, pero en cuanto intentaba alargarse se le deslucía la figura que antaño fue una imagen clavada en su pedestal. Lo estoqueó con habilidad al toro andarín y la plaza pidió una oreja sin merecimiento que no se concedió.

El diestro mexicano Isaac Fonseca entra a matar a su segundo durante el festejoEFE

Fonseca continuó con su entrega sin concesiones. Largas cambiadas, chicuelinas... Nobleza y flojeza en el último de la tarde, que iba cabeceando y ciñéndose al pasar en la muleta por el derecho. Por allí lo cogió. La llevaba la cornada. Y la cara pintada de sangre después de ser zarandeado a merced del toro en el suelo, prendido por la chaquetilla. Pero se puso a torear de rodillas. Jugándose el tipo descaradamente valeroso, casi suicida.

Se lanzó por arriba al final, después de seguir toreando, exprimiendo la tarde, y le quedó una media atravesada porque se iba saliendo la espada en el estertor que acabó en el celebrado descabello que puso fin a la temporada.