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Francisco Uría, en la redacción de El DebatePaula Argüelles

Francisco Uría: «Julio César no tenía interés por el dinero, sólo quería el poder, y a cualquier precio»

¿Alguno de nuestros políticos es un imitador de Julio César en su descarnada ambición de poder sin cortapisas?

Francisco Uría es abogado del Estado en excedencia y ocupa un puesto directo, con perspectiva internacional –viaja mucho por todo el mundo–, en una gran firma de servicios profesionales. Le llama bastante la atención la figura de Gayo Julio César, su modernidad, los motivos por los que provocó la guerra de las Galias –dinero y ascenso político–, su amoralidad… Y por eso le ha dedicado un par de libros; el más reciente y acabado de sacar del horno es Julio César, el arte de la política (Almuzara, 2023).

Javier Gomá señala en el prólogo de este volumen que César tenía siempre en los labios los versos de las Fenicias de Eurípides: «Si es necesario violar la ley para conseguir el poder supremo, tendrás que violarla; en el resto de los casos, practica la virtud». Según Gomá, el dictador que arrambló con la república romana «es un ejemplar excelente de su especie», cuya biografía supone «una excelencia vital, no moral». Uría advierte de que César, una vez que conquistó el poder absoluto, pervirtiendo las instituciones y los contrapesos, hizo imposible el retorno al orden «constitucional». Algo que nos suena demasiado actual…

'Julio César, el arte de la política' (Almuzara), de Francisco Uría

–Usted es abogado y en el libro señala que Julio Cesar era abogado. ¿Ese fue uno de los motivos para adentrarse en la figura de César?

–No realmente. Mi interés por el personaje diría que viene de toda la vida. Es un personaje que me ha interesado siempre, y el paso del Rubicón es un episodio fascinante. Escribí una novela anterior con un buen amigo, José Luis Hernández Garví, que se tituló A orillas del Rubicón (Almuzara, 2022). La experiencia de esa novela me hizo refrescar lecturas y reflexionar más sobre sobre el personaje, en vertientes menos habituales. Pensé mucho en su perfil como político, y me di cuenta de que Julio César tenía una serie de características, como político, que le hacen mucho más moderno que todos los personajes de la época. Era un político populista, obsesionado por el relato; la crónica de las guerras de las Galias es un intento de estar contándolo todo en tiempo real. Está preocupado por cómo se le percibe en Roma, está preocupado por su imagen, viste de una manera que es muy original para el mundo romano. De hecho, los senadores antiguos le critican porque pone de moda cosas que los jóvenes siguen, o sea, que tenía un perfil de influencer estético. A medida que iba investigando, he ido cambiado de opinión sobre acontecimientos y sobre el propio César. No es un personaje de blancos y negros, sino de luces y sombras, como muchos otros de la Historia.

–En esta modernidad, en ese cuidado de la imagen que proyectaba, destacan sus frases rotundas y efectistas, como aquello de «la suerte está echada», «llegué, vi, vencí», o «los míos han de estar libres incluso de sospecha». ¿Era un hombre de eslóganes?

–Nunca lo sabremos. Él generó su propia versión de sí mismo, que obviamente está edulcorada porque era un elemento de propaganda. Sí sabemos por Cicerón que era un orador con habilidad, así que no es difícil pensar que elaborase alguna frase más o menos brillante, aunque hubiera un redondeo posterior con finalidad propagandística. Claramente, la crónica de la Guerra de las Galias es una obra literaria por la perfección con la que está escrita, pero tiene intención propagandística.

Julio César era un político populista, obsesionado por el relato

–En el desarrollo de su carrera política, ¿Julio César va improvisando o desde muy joven tiene claro qué es lo que quiere?

–Tiene muy claro qué es lo que quiere. La meta final es el poder, el poder total, y va improvisando el camino en toda su extensión; no dejó de improvisar en todo momento y aprovechó sus oportunidades. Y tuvo suerte; pudo haber muerto cien veces. Probablemente era un hombre orgulloso.

–Un hombre con determinación. ¿Hoy habría un escrito un libro con el título Manual de resistencia?

–[Se ríe] Lo podría haber escrito, porque su historia personal es una historia de resistencia. Pero probablemente él hubiera pensado que lo importante era el objetivo; la resistencia no deja de ser una cualidad valiosa, y el proyecto concreto era el poder. No creo que tuviera otro proyecto distinto. Cierto que ese proyecto va adornado del intento de mejorar Roma, acabar con la corrupción, etc. Mi sensación es que el proyecto era el poder, era llegar al poder y a casi cualquier precio.

Francisco Uría, durante su entrevista con El DebatePaula Argüelles

–La clemencia en Julio César es un rasgo ¿por convicción o por conveniencia?

–Fue extremadamente cruel o extremadamente magnánimo cuando pensó que le interesaba una cosa o la otra. Alejandro Magno era exactamente lo mismo: extremada crueldad y extremada magnanimidad, en función de lo que en cada momento le interesaba. No fue un psicópata, no era alguien que matara por placer, pero sí que llevó a cabo actuaciones –que hoy podríamos casi calificar de genocidas– sin pestañear, porque creyó que en aquel momento le convenía hacerlo. Tenía esa dualidad también con sus propios hombres, de premiarles fuera de toda medida y de castigarles con mucha dureza.

–Hablemos de política y dinero. En el libro se señala la modernidad de César, similar en este aspecto a Trump o Kennedy. ¿César se aprovechó del dinero para adquirir poder, o del poder para amasar dinero?

–Mi impresión es que él no tenía ningún interés por el dinero, sólo tenía interés por el poder, y el dinero era un medio para conseguir el poder. Él no gasta dinero en sí mismo. Gasta siempre el dinero en grandes fiestas, en los juegos, en todo tipo de cosas que le sirvan para acercarse al poder. No es un personaje dado a la opulencia personalmente. El dinero es un instrumento. Recuerda a la política moderna, porque es un político que se paga sus campañas, como en las primarias americanas. César afronta campañas políticas, y necesita dinero para hacerse popular.

Julio César fue extremadamente cruel o extremadamente magnánimo, en función de lo que en cada momento le interesaba

–Julio César fue un genio, pero no un guía moral.

–Es un personaje esencialmente amoral. O sea, no vislumbras en ningún momento que César actúe jamás en virtud de un imperativo moral. Quizá el único episodio de su vida en que eso se percibe es cuando renuncia a separarse de Cornelia, y cuando se opone a la pena de muerte para Catilina, si bien en aquel entonces le interesaba políticamente.

–Esa amoralidad y ese empleo instrumental de las «relaciones públicas» ¿explica algo que usted comenta en el libro, la soledad del poder?

–Algún autor reciente ha explorado alguna amistad de César, en concreto con Labieno. A lo largo de su vida hubo personas que le fueron próximas. Sus amistades más fuertes fueron con mujeres, por lo que sabemos. Entremezcladas, probablemente, con relaciones de otro tipo; debió de ser un hombre de más amigas que de amigos. En ese sentido, era un hombre simpático, atractivo, tenía sus amigos. Pero sí que traslada la profunda sensación de soledad en el poder y, de hecho, muere solo.