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Meryl Streep durante su discurso en los Premios Princesa de AsturiasEFE

Premio Princesa de Asturias de las Artes

Meryl Streep: «Gracias a la empatía podemos dar voz a los muertos: el privilegio del actor»

La actriz de Nueva Jersey recordó a Picasso y a Lorca en un discurso en el que también reivindicó la necesidad de escuchar

Meryl Streep, carismática, hizo su entrada en el Teatro Campoamor como había hecho su entrada en todas partes desde que llegó a Oviedo, un poco con la impresión del espectador de estar viendo a la baronesa Blixen de Memorias de África sentirse cada vez más a gusto en Kenia. Pero no era Kenia, sino Asturias. Ni el público una tribu circunstancialmente ignorante, sino europeos de este mundo, tan occidentales como ella.

Sonriendo y suspirando, la diva cercana expresó la felicidad de su presencia en Oviedo y mostró su alegría por el reconocimiento a la interpretación y de sus sentimientos sobre la interpretación que definió como la conexión con otras personas, el corazón del actor, la empatía con el personaje: «El sistema nervioso transmitido con simpatía al espectador».

No jugar al personaje

Y habló sobre la imaginación y sobre la capacidad intuitiva de seguir a personas extrañas. Admitió la actriz que siempre se caracterizó por alejarse demasiado de sí misma, y se preguntó en alto: "¿Es una impostura querer abrazar el mundo, ver el mundo desde ojos de distintos colores y experiencias?

Lo dijo una mujer que fue hombre y Margaret Thatcher, o también una superviviente del Holocausto. Se acordó de Picasso cuando dijo que «Imitar a los demás es necesario, pero imitarse a sí mismo es ridículo». Dijo que le escuchó a Penélope Cruz (intentando imitar a Penélope Cruz), que no puedes vivir la vida imitando a otra persona, pensando en la primera enseñanza del actor: «No debes jugar al personaje porque te hace quedar fuera de su experiencia. Hay que mirar desde el interior».

La empatía y escuchar

La empatía fue la palabra esencial de su discurso, como palabra esencial de su profesión. La naturalidad de la infancia, los buenos sentimientos que se pierden «cuando crecemos y los reprimimos». Puso el ejemplo de Lorca, que previó su muerte y la tragedia de la guerra en La Casa de Bernarda Alba: «¡Todo es una terrible repetición!», decía Martirio como un puente desde el que llegó al «privilegio del actor»: darle una voz a los muertos, sentarnos en una sala y asistir a a la experiencia de personas extrañas. Y todo ello gracias a la empatía. Terminó con la segunda regla de los actores: «Lo importante es escuchar, gracias por escucharme y gracias por este gran honor».