Cinco poemas de Dámaso Alonso, el gran crítico gongorino con el mal carácter de Quevedo
El autor de Hijos de la ira, además de su elevada y profusa obra literaria y ensayística, se licenció en Derecho, en Filosofía y Letras y se formó en el Centro de Estudios Históricos de Menéndez Pidal
Dámaso Alonso, poeta de la Generación del 27, no se consideraba como tal. Sí se decía de aquel año, pero como crítico (especialmente de Góngora). Como vate se tenía por un desarraigado de la posguerra. Contó José Manuel Caballero Bonald en su libro Examen de Ingenios que, durante una fiesta en su casa de Madrid, la poeta Ángela Figuera Aymerich, contraria a la Transición, le dijo que era «un intelectual domesticado al servicio de Franco».
«No más oír esa acusación», escribió el poeta jerezano, «Dámaso se precipitó sobre la interfecta y le aplicó un derechazo en la mandíbula que la abatió sobre un providencial sofá». No se sabe muy bien si la pobre Ángela dio en el clavo o pinchó en hueso, pero precisamente «domesticado» no era la palabra más adecuada para definir al crítico y poeta que estudió Derecho aprendiéndose de memoria los tomos que le leía su madre debido a sus problemas con la vista.
Traductor de James Joyce
Ramón Menéndez Pidal fue su profesor en el Centro de Estudios Históricos. En la Residencia de Estudiantes conoció a sus compañeros de generación: Lorca, Alberti, Dalí... Vicente Aleixandre fue gran amigo. Viajó por el mundo desde los años 20 como prestigioso crítico literario. Tradujo a Joyce (con el que se trató por correspondencia) en el Retrato del Artista Adolescente.
Pasó como profesor por Cambridge, Columbia, Stanford u Oxford. Fue maestro de Lázaro Carreter y catedrático de Filología Románica en sustitución de Menéndez Pidal. Miembro de la Real Academia y de la Real Academia de la Historia, le llamaron de Yale y Harvard como profesor invitado en los 50.
En 1968 fue nombrado director de la Real Academia y en 1978 ganó el Premio Cervantes gracias a que, durante todo este tiempo, también se había convertido en un gran poeta, «desarraigado» como su futura «oponente» Angela Figuera Aymerich, conocido entre sus cercanos por sus proverbiales malas pulgas.
Su obra cumbre tenía que llamarse Hijos de la ira, el grito de furia ante la realidad de un mundo al revés que suavizaba con sus estudios sobre literatura, mayormente sobre Góngora, el rival antagónico de Quevedo, tan curiosamente su homónimo en el (mal) carácter. Dámaso Alonso utilizó la poesía para desahogarse hermosamente y la crítica para lograr el equilibrio que le convirtió en un intelectual de talento mítico.
cinco poemas de dámaso alonso:
- VIENTO DE NOCHE
El viento es un can sin dueño,
que lame la noche inmensa.
La noche no tiene sueño.
Y el hombre, entre sueños, piensa.
Y el hombre sueña, dormido,
que el viento es un can sin dueño,
que aúlla a sus pies tendido
para lamerle el ensueño.
Y aun no ha sonado la hora.
La noche no tiene sueño:
¡alerta, la veladora! - VIDA
Entre mis manos cogí
un puñadito de tierra.
Soplaba el viento terrero.
La tierra volvió a la tierra.
Entre tus manos me tienes,
tierra soy.
El viento orea
tus dedos, largos de siglos.
Y el puñadito de arena
-grano a grano, grano a grano-
el gran viento se lo lleva. - AMOR
¡Primavera feroz! Va mi ternura
por las más hondas venas derramada,
fresco hontanar, y furia desvelada,
que a extenuante pasmo se apresura.
¡Oh qué acezar, qué hervir, oh, qué premura
de hallar, en la colina clausurada,
la llaga roja de la cueva helada,
y su cura más dulce, en la locura!
¡Monstruo fugaz, espanto de mi vida,
rayo sin luz, oh tú, mi primavera,
mi alimaña feroz, mi arcángel fuerte!
¿Hacia qué hondón sombrío me convida,
desplegada y astral, tu cabellera?
¡Amor. amor, principio de la muerte! - MADRIGAL DE LAS ONCE
Desnudas han caído
las once campanadas.
Picotean la sombra de los árboles
las gallinas pintadas
y un enjambre de abejas
va rezongando encima.
La mañana
ha roto su collar desde la torre.
En los troncos, se rascan las cigarras.
Por detrás de la verja del jardín,
resbala,
quieta,
tu sombrilla blanca. - GOTA PEQUEÑA, MI DOLOR
Gota pequeña, mi dolor.
La tiré al mar.
Al hondo mar.
Luego me dije: ¡A tu sabor
ya puedes navegar!
Más me perdió la poca fe...
La poca fe
de mi cantar.
Entre onda y cielo naufragué.
Y era un dolor inmenso el mar.