Epicteto, el filósofo esclavo que no se quejaba ni siquiera cuando le rompieron la pierna
Carlos García Gual pronuncia en la Fundación March una conferencia sobre el pensador griego Epicteto: «Como su admirado Sócrates, fue un predicador ingenioso y ágrafo, un maestro de la conversación; no parece interesado en haber dejado ningún escrito propio»
El profesor García Gual (Palma de Mallorca, 1943) es uno de los principales helenistas españoles. Destaca por su labor docente, investigadora y divulgativa; entre sus muchas publicaciones pueden citarse la traducción de la Odisea para Alianza o el ensayo Prometeo: El mito del dios rebelde y filántropo. Conocedor en profundidad de la poesía, la mitología y la filosofía griegas, la Fundación March le ha encomendado continuar con el ciclo sobre estoicismo en Roma que la semana anterior había inaugurado Javier Gomá. Si Gomá había disertado sobre Séneca, el filósofo estoico sobre el que habla García Gual es Epicteto.
Lo primero que señala García Gual es el contraste entre este personaje y Séneca y Marco Aurelio. Aunque los tres residieron en Roma entre la primera mitad del siglo I y la segunda mitad del siglo II, tanto Séneca como Marco Aurelio eran figuras de máxima relevancia social y política, mientras que Epicteto –«de oscuro origen», comenta el conferenciante– fue, durante una parte importante de su vida, un siervo. «Fue vendido como esclavo siendo niño», especifica el catedrático García Gual, y añade: «siendo liberto, no tuvo otro empleo que el de maestro de filosofía».
Y precisamente esa circunstancia servil es la que explica el alias «Epicteto», denominación que oculta su verdadero nombre –que se desconoce–, pues se trata de una palabra griega que significa «adquirido, comprado» («recomprado», epíktētos). Su etapa como esclavo transcurrió en Roma, en la casa de un tal Epafrodito, liberto de Nerón. Se cuenta que Epicteto afirmaba que el dolor no es un mal, y su amo, para demostrarle que erraba, le torturó la pierna hasta que la quebró. Soportando la penuria, la única queja de Epicteto, al oírse el crujido de sus huesos, fue: «Ya te lo advertí; se iba a romper, de modo que a partir de ahora tienes un esclavo cojo». Mientras vivió en Roma, aprendió filosofía de Musonio Rufo, y, una vez que alcanzó la libertad, no dejó la Ciudad Eterna hasta que, junto con los demás filósofos, fue expulsado de Roma en el año 93, durante el reinado de Domiciano.
La virtud del estoico es la filantropía, el amor al género humano
Desterrado a orillas del mar Jónico, en Nicópolis –ciudad que debía su nombre y fundación a la victoria de Octaviano Augusto en Actium–, ejerció como simple profesor de provincias. «Como su admirado Sócrates, fue un predicador ingenioso y ágrafo, un maestro de la conversación; no parece interesado en haber dejado ningún escrito propio», dice García Gual. De hecho, lo que nos queda de la obra de Epicteto son apuntes que tomaba Arriano de Nicomedia (Lucio Flavio Arriano) –«discípulo entusiasta y fervoroso»–, el cual asistía a sus sesiones y, bajo el título de Pláticas o Charlas, trasladaba los coloquios con sus alumnos a propósito de las lecciones que impartía.
Arriano lo puso por escrito mediante un sistema de taquigrafía, si bien se ha perdido la mitad del contenido de todos los libros que componían esas Pláticas. Además, Arriano también redactó en papiros un compendio de esta producción que se suele titular Manual (en griego, Enkheiridion, palabra que también puede significar «puñal», porque se lleva igualmente en la mano, como explica el catedrático García Gual).
«Epicteto es el último maestro de este largo recorrido» del estoicismo, dice García Gual. Comenta que el estoicismo romano cierra una tradición prolongada, en evolución constante y que gozó de notable acogida. Asimismo, el conferenciante indica que la doctrina estoica emerge a resultas de «la crisis de los ideales cívicos de la época clásica»; la reacción a esta «crisis de la ciudad» –el declinar de la democracia y el ascenso del autoritarismo– es la búsqueda de «la felicidad personal».
Lo cual acaba incidiendo en el concepto de «humanidad», en la convicción de que todos los hombres están emparentados por la razón (el logos) y son hermanos. Por eso, según Panecio, el hombre es un ser comunitario, un zôon koinōnikón, un ser que vive junto a otros, en comunidad. Planteamiento que supone una cierta contraposición al zôon politikón («ser cívico», «animal de ciudad») de Aristóteles, pues del ámbito de la polis se pasa al ámbito civilizado de la koiné; «la patria del estoico ya no es la ciudad, sino el mundo entero». En consecuencia, «la virtud del estoico es la filantropía, el amor al género humano».
Al contrario que el epicúreo, el estoico no elude los asuntos políticos, e incluso colabora con el poder, no se rebela. El estoico se caracteriza por la moderación y las buenas formas, alejado de la actitud contracultural y «subversiva» de los «escandalosos cínicos», si bien advierte en la filosofía de los cínicos motivos de denuncia o queja que comparte. Asimismo, el estoicismo de la última hora se resigna ante la inmensidad del mundo y del Imperio, reconoce su pequeñez y se centra en lo que tiene a mano y depende de su voluntad; ahí se halla «la dicha firme y serena» y el «refugio para el sabio feliz» –es la autárkeia o «autosuficiencia» y la ataraxia o «ausencia de inquietud».
El sabio es un maestro de virtud que conduce a la felicidad
Zenón –fundador del estoicismo–, que era un extranjero en Atenas, pues procedía de Chipre y era de origen fenicio, recibió más honores en esta ciudad que la mayoría de grandes filósofos griegos, precisamente porque su ejemplo moral, buena educación, talante discreto, temperamento morigerado y doctrina ética eran decorosos y acordes con los ideales que se entendían como idóneos para la sociedad. A partir de los estoicos, el filósofo apreciado ya no es el investigador o el teórico sobre la naturaleza y la esencia del cosmos, sino que «el sabio es un maestro de virtud que conduce a la felicidad», resume García Gual.
Epicteto vivió con enorme austeridad y, a su muerte, la fascinación que había causado entre muchos seguidores llevó a que su lamparilla se vendiera por 3.000 dracmas (una dracma equivalía aproximadamente a un jornal). García Gual completa el marco donde situar a este pensador griego insertando algunas notas relevantes sobre su doctrina: el humor, la religiosidad –«confianza en la Providencia»– y el concepto de libertad como rasgo inherente al ser humano y su felicidad. Pero la libertad, para el estoico, se define, sobre todo, por su libertad interior; «los estoicos no protestaban nunca contra la esclavitud física», sino contra la esclavitud mental y psicológica de «quien no sabe pensar por su cuenta», aclara García Gual. «El sabio es libre, incluso entre cadenas, pues obra lo que depende de él y permanece firme y tranquilo ante lo demás», predicaba Epicteto. «Soporta y abstente», cita García Gual a Epicteto, y prosigue: «inquietan a los humanos no los hechos, no las cosas, sino las opiniones sobre las cosas».