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Fernando Bonete Vizcaino
Fernando Bonete Vizcaino
Anecdotario de escritores

Miguel de Unamuno: legado y vicio del ajedrez

«En mis mocedades, había caído bajo la seducción de la mansa e inofensiva locura del ajedrecismo [...], durante mis años de carrera, en Madrid, hubo domingos en que invertí lo menos diez horas en jugar al ajedrez. Este juego, en efecto, llegó a constituir para mí un vicio, un verdadero vicio»

Actualizada 04:30

'Miguel de Unamuno', cuadro de Maurice Fromkes, en el Museo del Prado

'Miguel de Unamuno', cuadro de Maurice Fromkes, en el Museo del Prado

Novela de don Sandalio, jugador de ajedrez es, además de una obra absolutamente desconocida para el lector medio –circunstancia justificada por su enorme dificultad–, una de las obras más ambiciosas de Miguel de Unamuno. Es un relato sin argumento, sin rasgos psicológicos para el protagonista, una novela que vive –quizá demasiado– del simbolismo, tanto que sería mucho más preciso decir, con el hispanista Donald L. Shaw, que directamente no hay relato, solo símbolos.

Entre otros, los representados por el tema central del libro, el ajedrez, que es autenticidad, búsqueda, libertad, inmortalidad y, frente a todos estas cualidades positivas, la agonía y la obsesión. Si la agonía es conflicto reservado a los grandes maestros –exteriorización de las violentas e irresolubles luchas internas del genio–, la obsesión es un rasgo universal que todos los que han pasado por los 64 escaques han sufrido alguna vez.

'Novela de don Sandalio, jugador de ajedrez', de Miguel de Unamuno

'Novela de don Sandalio, jugador de ajedrez', de Miguel de Unamuno

También Unamuno, que en 1910 confesaba en La Nación de Buenos Aires, en el artículo Sobre el ajedrez –dos años después llevado a Contra esto y aquello–: «En mis mocedades, había caído bajo la seducción de la mansa e inofensiva locura del ajedrecismo [...], durante mis años de carrera, en Madrid, hubo domingos en que invertí lo menos diez horas en jugar al ajedrez. Este juego, en efecto, llegó a constituir para mí un vicio, un verdadero vicio».

Vencida con orgullo personal su «ajedrecimanía», el bilbaíno abominó un tanto del ajedrez. No lo quería en los planes de estudios como recurso educativo: «El ajedrez, para juego, es demasiado, y para estudio demasiado poco»; «temo tratar a mis alumnos y discípulos como peones, alfiles, caballos y torres de ajedrez». Tampoco veía caballerosidad en la actitud de los contendientes, repleta de antipatías, ni concedió el reconocimiento incontestable de la inteligencia en sus jugadores: «El ser un coloso en el ajedrez no prueba si no que se es un coloso en el ajedrez».

Pero que el ajedrez, a pesar de sus pesares, forma parte del legado literario y vital de Unamuno es patente. Tendrá presencia en sus obras más notables, como En torno al casticismo –para arremeter contra los tradicionalistas–, Del sentimiento trágico de la vida –para analizar la conducta humana– y Niebla –para franquear las confesiones de su protagonista–. Y hasta en su descendencia. Dos de sus hijos, Pablo y José, se convertirán en destacados ajedrecistas, venciendo el primero al campeón del mundo Alexander Alekhine en unas simultáneas disputadas en Salamanca en 1944. En nuestros días, su tataranieto, Miguel Santos Ruiz –descendiente de Fernando, primer hijo de Unamuno–, conseguirá el título de Gran Maestro Internacional por la FIDE en 2019.

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