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Pedro Sánchez entre ruinas de la Antigua GreciaPaula Andrade

El sofismo en el siglo XXI: de la Grecia clásica a Ferraz

Con su ley de amnistía, Sánchez se convierte en alumno aventajado de filósofos como Protágoras o Gorgias

Los primeros pasos en la historia de la filosofía se dieron en dirección a la naturaleza, su orden y el principio común (el arjé). Sin embargo, los cambios políticos y sociales en la Antigua Grecia fueron aprovechados por un grupo heterogéneo de pensadores que optaron por preocuparse por cuestiones más «útiles» para los hombres.

Bajo el nombre de sofistas se engloba a una serie de personajes que viajaban enseñando a quienes podían pagarles la manera de imponerse en los debates públicos. Centrados en la oratoria y la retórica, ideas como la verdad, el bien o la justicia quedaban opacadas, cuando no negadas. Aunque variopintos, estos «falsos sabios», en palabras de Aristóteles, compartían una concepción de la realidad escéptica, relativista y utilitarista.

Una frase de Protágoras, influyente personaje en la Atenas de Pericles, resume a la perfección el pensamiento sofista: «El hombre es la medida de todas las cosas». A lo largo de los siglos, son muchos los filósofos que han vuelto a esta máxima tratando de exprimirla al máximo. El primer punto de interés está en concretar a qué «hombre» se refiere el autor, un «hombre» individual o entendido como «humanidad». La respuesta que se dé a esta pregunta tiene importantes implicaciones.

Si ese «hombre» de Protágoras es concreto, como creía Platón, nos conduce a un relativismo radical que es reducido al absurdo por Sócrates en el diálogo Teeteto. Si el sentido es amplio, la expresión entronca con la reflexión sofista respecto a las leyes, consideradas como algo cambiante y basadas en las convenciones de humanas. Será en este punto donde los «profesores ambulantes», en palabras de Julián Marías, sean más útiles, pues permitía a los mejores oradores ganarse el favor de la asamblea en la naciente democracia.

El río de Heráclito pasa por Ferraz

La historia nos lleva desde el siglo V a.C. al XXI d.C., al año 2023 en el que «la medida de todas las cosas» en la política nacional pasa por la figura de Pedro Sánchez. Los fundamentos filosóficos del presidente en funciones no los podemos encontrar en las tesis socialistas, ni mucho menos marxistas, y tampoco en el contractualismo ilustrado de Rousseau o la separación de poderes planteada por Locke o Montesquieu.

Se podría pensar en Maquiavelo como fuente de inspiración para Sánchez, con su apelación a la astucia y al realismo político por encima de cualquier análisis moral. Sin embargo, el objetivo del gobernante, según el italiano, es asegurar la cohesión y la permanencia del Estado, algo sujeto a debate en el caso que nos ocupa. Así, la primera legislatura como presidente y las negociaciones para lograr su segunda investidura hacen del socialista un alumno aventajado del sofismo.

La Presidencia se ha convertido en la medida de todas las cosas. El utilitarismo que defendían los sofistas conduce a un relativismo judicial que en la España del siglo XXI adquiere un nuevo matiz. Las reformas del Código Penal y la próxima amnistía hacen de la mutabilidad de las leyes algo extremo y las alejan de cualquier concepto sólido y absoluto de Justicia o Bien común. «Nada existe» que diría Gorgias, otro de los pensadores más destacados de este grupo.

La aportación personal de Pedro Sánchez a esta propuesta filosófica es la de unirla a la teoría metafísica de Heráclito, uno de los grandes presocráticos. Consideraba el de Éfeso que la realidad se mantiene en un cambio continuo, el famoso «todo fluye» que representaba en la imagen de un río en el que no nos podíamos bañar dos veces. Esa visión del mundo permite comprender el desarrollo de unas posiciones que en cuestión de semanas pasan del «inadmisible» e «inconstitucional» al «necesario para España».