El indescifrable cine español y los poco creíbles actores patrios
En sus memorias, el director Carlos Saura manifiesta su perplejidad ante uno de los problemas más evidentes de quienes protagonizan películas en España
Fin de semana. Busco una película estimulante antes de reclamar a Morfeo. Comienza la negociación. Buñuel no pasa el corte, «algo más ligero». El nuevo encuentro con El fantasma de la libertad, una de sus obras mayores, queda aparcado para una ocasión más propicia. Ni hablar tampoco de algunos de los otros nombres sagrados que el estupendo fondo de armario de Filmin ofrece a quienes nos basta con elegir entre filmes estrenados hace más de sesenta años para sentirnos súbitamente reconfortados.
El consenso se abre camino ante el anuncio de un thriller ibérico, rodado hace diez años a partir de una novela de uno de esos escritores que con tanta fortuna cultivan aquí el policíaco. Nada que ver con Melville, ni siquiera con lo mejor de Michael Mann. El reparto no me entusiasma. Las mismas caras de siempre, una cierta pereza, lo que nunca sucede con López Vázquez, capaz de aportar una mínima dignidad a las producciones más estrafalarias. Ahora, además, parecen haber descubierto el encanto discreto de las islas menos transitadas, cuestión de incentivos fiscales, con esa mezcla de vegetación agreste, paisajes lunares, acantilados con perfume de azufre y extranjeros esquivos, arrastrando misterios insondables de crímenes, delitos o meras ilusiones quebradas.
A los cinco minutos compruebo que no me estoy enterando de nada. ¿Seré como uno de esos adolescentes de hoy, incapaces de concentrarse en un asunto que requiera su atención si no viene adornado de violentas explosiones, miembros extirpados con saña, mucho ruido y más furia? No, es que sencillamente no comprendo los diálogos, no logro apreciar de lo que hablan los intérpretes, por más que me esfuerzo en prestarles atención incluso más allá de lo razonable: no están recitando a Lope, se trata de un guion corriente, desde luego sin el sello inolvidable de los de Mankiewicz.
La edad me estará volviendo sordo, así que subo el volumen del televisor, incluso más allá de lo razonable. Como nada cambia hasta me planteo optar por los subtítulos, una solución insólita para un filme en español, pero que sin duda redundaría en una adecuada comprensión. Alguna vez, en el pasado, recuerdo haber recurrido a esta fórmula con una película chilena de la que se me escurrían entre sus imágenes buena parte de los diálogos. En aquella ocasión parecía justificado, los protagonistas de aquella cinta eran campesinos de alguna aldea emplazada en un remoto paraje andino. Empleaban para su habla común expresiones muy particulares en un castellano adaptado por la costumbre, sembrado de nuevos giros y palabras seguramente adquiridas de algún dialecto extraviado, que las más de las veces se me resistía.
Comienzo a preocuparme. Aprovechando que Morfeo ha rendido primero a quien sugirió este enredo de policías españoles, cambio de tercio. Otra intriga, pero esta vez con el sello inconfundible de un auténtico maestro, Hitchcock. Regreso a La soga, The Rope, en versión original, para comprobar que aquel mecanismo preciso, que me permite solazarme en la habilidad con la que el director ilumina la escritura, sembrando pistas aquí y allá, dotándola además de inesperados toques de un humor sutil (había olvidado las referencias que los personajes hacen a actores de la época, como Cary Grant, en cierto modo, rival del propio protagonista, James Stewart, al menos en los afectos del director) fluye cadenciosa dejándose paladear como el más delicado espumoso.
La felicidad de haberme reencontrado con esta muestra acabada de inteligencia e ingenio casi me hace olvidar lo esencial: ¡No estoy sordo! Cada palabra se escucha con una nitidez absoluta. No hay inflexión del último, revelador monólogo de Stewart, encargado de deshacer el entuerto y restablecer la cordura entre aquellos cínicos sin escrúpulos, que me rehúya. Todo está dicho con claridad, sencillez e intención.
Al día siguiente, como por azar, la lectura de las recientemente publicadas memorias de Carlos Saura me dirige, para mi sorpresa, hacia el capítulo destinado a evocar el rodaje de La noche oscura, acaso una de sus obras menos comprendidas. Escribe el autor: «No termino de entender a algunos actores españoles: no se saben los textos que han de decir y a veces no se entiende lo que dicen». ¡Síiii! Si lo afirma el más relevante cineasta en lengua española de los últimos cincuenta años, será cierto.
Y no me resisto a añadir aquí las líneas que escribe un poco más arriba de aquellas, sin duda una observación destinada a la controversia, si alguien leyera este tipo de memorias: «En España hay pocos actores creíbles: José Luis Gómez, Imanol Arias, Juan Diego, Juan Echanove, José Luis López Vázquez, Fernando Fernán-Gómez, Paco Rabal y Fernando Rey. Entre las actrices, Victoria Abril, Carmen Maura, Geraldine (Chaplin)…». Ahí se detiene.